21/11/2024
Literatura
Las tramas de la izquierda
¿Cuáles son las posibilidades políticas de la literatura en un contexto donde la comunicación queda por encima del mensaje? ¿Es posible politizar un hecho estético? El día de ayer, en el Centro Cultural Bella Época de la Ciudad de México, Fabrizio Mejía Madrid, Esther Hernández Palacios, Eduardo Milán y Nicolás Cabral hablaron sobre la inserción de la política en la literatura en el cuarto día de actividades del Coloquio La Izquierda Mexicana del Siglo XX, en una mesa titulada Narrativa y poética: las tramas de la izquierda.
Mejía Madrid describió el momento actual, cuando la comunicación se ha vuelto una mercancía cuya distribución está anclada en la fugacidad y en la velocidad. “La idea de futuro ha desaparecido a expensas del mérito personal”, señaló, refiriéndose a la forma en la que la humanidad ha obedecido esta manera de construir los mensajes. ¿Cuál es la vía posible? El novelista y cronista propuso la construcción de las comunidades culturales como resistencia. Mejía Madrid recordó al movimiento #YoSoy132 como una comunidad que logró romper el anonimato y la obsolescencia de las redes sociales, y las transformó en un territorio de discusión política y de intercambio de opiniones. Además de referirse al movimiento estudiantil como un hecho semejante a la Primavera Árabe, el autor mencionó que la creación de comunidades “desobedece” a la idea de una catástrofe social inevitable. “Como el miedo, la felicidad tiene una dimensión política”, reflexionó. La vida cultural, según Mejía Madrid, resiste a la vida biológica, actualmente enmarcada en un mercantilismo rampante.
Hernández Palacios habló de la tradición hispánica de escritores militantes. Incluyó en su revisión a autores que no están considerados por el canon, como Laura Hernández. También habló del movimiento estridentista, Efraín Huerta, Octavio Paz –de quien dijo que “le guste a quien le guste es parte de la Revolución”– y José Revueltas. La escritura como un campo de militancia. La académica también planteó ejemplos contemporáneos, como el acto que Javier Sicilia emprendió al dejar de escribir poesía por la muerte de su hijo. También habló de su experiencia como escritora ante el asesinato de su propia hija por el crimen organizado.
El poeta y ensayista Eduardo Milán inició su ponencia con una reflexión sobre la agenda política de las vanguardias literarias de principios del siglo XX. Las vanguardias pretendían incidir, a través de la estética, en el ámbito social de su época. Milán dijo que después de estos movimientos artísticos el capitalismo persistió más allá de cualquier posición estética o de cualquier experimentación formal con el lenguaje, y que la escritura se volvió parte de la acumulación capital en la era de lo que llamó la “hipercomunicación”. Milán mencionó que el acto de leer la información sobre el mensaje, y de demandarle a la literatura ser comunicativa sobre sus posibles resultados estéticos, era confundir la literatura. El poeta mencionó que no es posible la izquierda para la escritura: lo único posible es el lenguaje.
En la misma tónica, el escritor Nicolás Cabral habló sobre los vehículos estéticos de la literatura. Tras la caída del muro de Berlín, expuso, se cacareó el funeral de las ideologías redentoras ante el fracaso de la experiencia comunista. Que la escritura apueste por la transparencia y la palabra justa pareciera seguir las lecciones del realismo moralizante, que antepuso la proclama política sobre la posibilidad estética. “La orientación política del autor es, aquí, irrelevante: quien revolucionó la novela fue el señorito Proust, no los realistas socialistas y su naturalismo de temática progresista”, dijo el director editorial de La Tempestad. Después del fracaso de las ideologías, la consigna es proveer sentido y rectitud a las formas en las que se representa el mundo. La literatura, como arte, ¿qué vías debe tomar? “Para distanciarse de la proclama política, del tratado, del artículo periodístico, del manual, del eslogan publicitario, en suma, para abandonar la órbita del texto como proveedor de sentido y, por lo tanto, cómplice del discurso hegemónico, la prosa narrativa ha de nacer, en tanto arte, de una radical puesta en crisis. Si el lenguaje normalizado es la expresión de un mundo definido por convenciones, su perversión representa el cuestionamiento mismo del orden social”, remató.