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Literatura

Ficciones distópicas

Guillermo Núñez Jáuregui | jueves, 28 de septiembre de 2017

Una especie de advertencia a través de una anécdota: tras pasar ya demasiado tiempo en la estación espacial Mir (donde quedó, podría decirse, varado durante el tiempo en que la Unión Soviética se disolvió y hasta que el Kremlin pudo devolverlo a casa), el cosmonauta Serguéi Konstantínovich Krikaliov se comunicó con su centro de mando para quejarse de una película incluida en la videoteca de la estación. El filme, que Krikaliov encontró “de mal gusto”, trataba sobre un astronauta varado en el espacio al que se le agotaba el oxígeno.

¿Son tiempos para atender novelas distópicas? Ahora circula en nuestro país, a través de Anagrama, Los Mandible. Una familia: 2029-2047 (2016), de Lionel Shriver (Carolina del Norte, EEUU, 1957). La autora, muy al tanto de la tradición de los relatos apocalípticos, sagazmente eligió como heraldo del fin de los tiempos no a una catástrofe natural ni a una pandemia manufacturada en algún siniestro laboratorio. En cambio, ofrece un panorama de lo que le podría ocurrir a los EEUU si volviera a enfrentarse (como lo hizo en los treinta del siglo pasado) a una crisis económica de niveles catastróficos. A propósito de su experiencia abordando el género de la ciencia ficción distópica, Shriver nos comparte: “Como Lowell [uno de los miembros de la familia Mandible, un economista de Georgetown] dice, los libros que tienen lugar en el futuro son sobre el presente. Y ese fue mi aprendizaje principal. De hecho, cuando coloqué esa línea en el libro sospeché que sería la que más se citaría. Y tuve razón, es la que más se utiliza en reseñas. Pero me parece bien, sé que estoy escribiendo sobre el presente, una de las cosas que los libros como Los Mandible intentan, y probablemente fracasan al hacerlo, es sonar la alarma. Me parece que es uno de sus propósitos convencionales, al margen del entretenimiento, de las ficciones distópicas”.

A pesar de lo que algunos pensadores (como Terry Eagleton o Franco Berardi) han señalado, los relatos distópicos no siempre reflejan una carencia imaginativa, pues también las catástrofes son históricas, y no sólo clausuras. “Una de las cosas que siempre me han llamado la atención es que las sociedades sí atraviesan colapsos. Pues existen colapsos sociales pero algunas personas logran perseverar. Me parece que esa es una de las razones por las que la ficción apocalíptica tiene la reputación de ser ahistórica: es como si se llegara al final de la historia, pero sólo es aparente. Por otro lado existe el colapso de las especies, la extinción, que no es un invento de los escritores de la ficción. Sería muy tonto creer que podremos perseverar por siempre: es completamente posible que nuestra especie desaparezca del planeta. Siempre me parece irónico, si no es que hilarante, que estamos preocupados por la Tierra, por su salud o por si corre algún riesgo. Pero no es así, la naturaleza nunca estará en peligro, nosotros lo estamos. Uno de mis documentales favoritos, pero he olvidado su nombre, muestra lo que ocurriría si la raza humana desapareciera del día a la mañana. Al inicio parece desalentador, pues las plantas nucleares explotan, las mascotas mueren de hambre… me pone sentimental… pero no toma demasiado tiempo, en términos geológicos, para que todos los signos de la raza humana se oxiden y hundan en la tierra, y para que el planeta se recupere. Al final del documental lo que se presenta es un escenario exuberante y hermoso, con animales por todos lados. Es un mundo muy bello”.

Los Mandible… aprovecha la estructura de la saga familiar para imaginar el momento en que la sociedad capitalista de los EEUU deja de ser, sencillamente, viable: nuevas monedas extranjeras (el báncor keynesiano con el que Rusia inunda el mercado global) finalmente debilitan la que solía ser una de las economías más fuertes del mundo. Pero ese sólo es el punto de partida, la novela en realidad mantiene el tono oscuramente satírico que Shriver ha desarrollado a lo largo de su obra. “La preocupación real es si no estaremos llegando a un punto de sobrepoblación insostenible. Me parece que así es. Y en términos más concretos, ¿qué tipo de pérdidas sufriremos, qué tendremos que tolerar? ¿Será la vida algo más que mierda? Es lo que ocurre en Los Mandible: la vida se vuelve mierda. Lo que era cotidiano para los estadounidenses deja de estar disponible. Y esencialmente los EEUU se vuelve un país de tercer mundo”.

En ese sentido no debe sorprender que el narrador de la novela dirija constantemente sus dardos a la clase media estadounidense (los personajes antipáticos abundan). “Si iba a escribir sobre una gran pérdida de riqueza, por necesidad tenía que empezar con alguien que tuviera algo que perder. De otra forma, si hubiera escrito sobre gente pobre que sigue siendo pobre, no habría mucha trama que digamos. En Los Mandible hay una riqueza sustancial atorada en el patriarca. Y quería examinar cómo la gente se prepara para los distintos futuros que anticipa. Un ejemplo es la terrible manera en que lo hace Carter [uno de los hijos mayores de los Mandible], quien ha estado esperando toda su vida a heredar ese dinero. Casi tiene setenta años, ¿en qué podría gastar ese dinero una vez que lo obtenga?” ¿No es esa la verdadera catástrofe? “¡Lo es! Un derroche de vida terrible. Es algo que he visto a menudo en nuestra sociedad. La gente vive demasiado tiempo y quienes esperan una herencia probablemente ya estarán retirados cuando la obtengan. Tendrán problemas de salud y no disfrutarán realmente de la riqueza. Es un poco la situación del príncipe Carlos. Siento lástima por él”.

Durante su participación en el pasado Hay Festival Querétaro, celebrado este mes, Shriver conversó con la periodista Kirsty Lang. Además de hablar sobre su nueva novela, abordaron la reacción negativa que su discurso sobre ficción y políticas de identidad tuvo (lo presentó en el Brisbane Writers Festival, el año pasado); una respuesta que Shriver considera es parte de una excesiva cultura de corrección política en la que las personas se encajonan cada vez más en categorías incapaces de comunicarse entre sí. ¿Le parece que las redes sociales abonan al problema? “Está empeorando. Y sí, las redes sociales han agravado el problema. Yo no participo en ellas, tal vez como un mecanismo de defensa, además de que no hay suficientes horas en el día para atenderlas. Tiendo a consumir más medios tradicionales, lo cual me ayuda a mantener mi habilidad para pensar pero también para sentirme menos observada o juzgada. Las redes sociales tienden a reforzar el pensamiento de grupos cerrados. Y ya era suficientemente malo con los medios tradicionales. Si sólo lees el New York Times obtienes una perspectiva muy específica del mundo. El Brexit, por ejemplo, se vuelve un fenómeno híper negativo. Todas las personas que quieren dejar la Unión Europea vista a través de ese filtro se vuelven racistas y xenófobas, cosa que no es justa ni verdadera. Honestamente no sé cuál sea la solución para algo así, yo misma padezco de ese encajonamiento. A veces fantaseo con que las redes sociales sólo están viviendo su momento pico, que es posible que las personas se aburrirán de ellas o que querrán su tiempo de vuelta. El fenómeno no es nuevo pero la cultura de Internet se ha vuelto demasiado negativa, gladiadora, pero me temo que no es algo que sencillamente podrá apagarse”.

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