Natalia Beristáin ha dicho en varias entrevistas que, al planear su segunda película, tenía en mente temas de feminismo, feminidad y vida en pareja. Este proyecto tomó forma cuando la directora de No quiero dormir sola (2012) dio con Cartas a Ricardo (1976), libro que compila las misivas que Rosario Castellanos escribió al filósofo Ricardo Guerra. En la figura de Castellanos la directora encontró lo que buscaba. La autora de Álbum de familia (1971) y Mujer que sabe latín (1973) fue una voz virtuosa que cuestionó el rol femenino tanto en la esfera pública como en la privada. Castellanos ficcionalizó su propia vida a través de la poesía y la prosa, pero también a través de la crónica, en textos en los que vertió sus contrariedades. Los adioses (2017), título del filme de Beristáin, encargada de dirigir algunos episodios de la popular serie sobre Luis Miguel, es una obra problemática. En lo narrativo es eficiente, pero su puesta en imágenes resulta insuficiente ante la poesía de los libros de la escritora-personaje.
No es ningún secreto que Rosario Castellanos mantuvo un vínculo tormentoso con Ricardo Guerra. La película se aboca a mostrar las dificultades de su unión. También el conflicto de la escritora para conciliar las convenciones del amor de pareja –que dictaban que las mujeres debían obedecer y constreñirse al espacio doméstico– con su pasión literaria. Hay algo valioso en Los adioses: que Beristáin se detenga en la figura de Castellanos, una autora en la que no se ha insistido lo suficiente, para preguntarse si ha cambiado o no el panorama. El alegato del esposo consiste en interrumpir su desarrollo intelectual: primero de forma cautelosa, con arrumacos que detienen la marcha de la escritura; después a la mala, intercediendo para que ella deje su trabajo como profesora y se dedique a cuidar al hijo de ambos. El filme genera una resonancia genuina cuando Karina Gidi, que interpreta a Castellanos, pregunta a Daniel Giménez Cacho, en el papel de Guerra, si él también ha asumido más responsabilidades y trabajo con el nacimiento del hijo.
Los enfrentamientos de la escritora y el filósofo son el músculo del filme, que intercala con poca astucia la historia de amor juvenil de la pareja. El suave tratamiento, que se esfuerza en ser simple, recuerda al de Carlos Bolado en Tlatelolco, verano del 68 (2013). La película tiene buenos momentos, por ejemplo cuando Castellanos interroga a sus alumnos a propósito de Sor Juana Inés de la Cruz o cuando escribe «Lección de cocina», donde los detalles sirven para dotar al texto de profundidad irónica y humorística. Pero ahí están, justamente, sus limitaciones: no abunda en figuras, se contenta con ilustrar. Cuando Tessa Ia, que interpreta a Castellanos de joven, dice que lo que no redacta no ocurre, sugiere la urgencia de la autora por crear. Los adioses insiste mucho en ello, pero sin hacerlo visible desde las imágenes. Casi al final, un destello: la protagonista se mira desnuda frente al espejo, el juego de reflejos hace aparecer un tercer ojo en su frente.