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Los años maravillosos

Hoy llega a los cines ‘Los años azules’, una película que retrata la relación entre roomies, una de las maneras más comunes de encarar las responsabilidades de la emancipación y el sostén de una casa; aquí una entrevista con Sofía Gómez Córdova, su directora

Carlos Rodríguez | viernes, 18 de enero de 2019

Fotograma de 'Los años azules'

Llega a los cines Los años azules (2017), una película que retrata con humor e ingenio la relación entre roomies, una de las maneras más comunes de encarar las responsabilidades de la libertad y el sostén de una casa. Filmada en Guadalajara, la cinta de Sofía Gómez Córdova (1983) tiene altos valores de producción que sorprenden al tratarse de una ópera prima. Con una apuesta de cámara segura y un diseño de arte elevado, Los años azules confronta al público con la crisis que conlleva la emancipación.

El filme se puede ver a partir de hoy en Ciudad de México, Guadalajara, Aguascalientes, Puebla, Morelos, Querétaro, Estado de México, Morelia, entre otras ciudades

Aquí, una entrevista con la directora.

La película exhibe una soltura muy interesante al hablar de la cohabitación. Me llama la atención el tratamiento de los personajes, que difieren entre sí, ya que no son precisamente los mejores amigos. Cuéntame cómo surgió este proyecto.  

Los años azules surge de una serie de experiencias que viví junto a otras personas. Entre los 20 y los 24 años habité la casa donde filmamos, que se encuentra en Guadalajara. Me instalé ahí con personas que quizá nunca hubiera elegido para hacer amistad. Me conmueve mucho cómo nos convertimos en una familia luego de convivir tanto. Darme cuenta de lo relativo que son los valores y los marcos culturales de la gente marcó un antes y un después en mi vida. Cuando me plantée la idea de escribir el guion, la posibilidad de hacer la película era lejana. Estudiaba cine, sí, y había hecho varios ejercicios en la escuela, pero nada más. Luego salió el proyecto de Somos Mari Pepa (2013), en el que colaboré como guionista con Samuel Kishi. Yo quería compartir algo de lo que podía hablar con sensatez, sin caer en la pretensión de abordar temas que aunque me interesan, no conozco. Quise hablar de la cohabitación con personas distintas en un momento crítico del desarrollo personal. Me interesa que la película abone a una industria regional y que se pueda usar como un objeto de aprendizaje.

«Sabemos que muchos jóvenes están en esta situación crítica. Eso nos animó a hacer la película porque intuimos que hay una audiencia a la que le puede interesarle»

Hay un trabajo muy interesante para retratar la casa, un espacio muy viejo lleno de grietas y detalles específicos. Al inicio del filme se oye decir a los padres de Natalia, la dueña de la casa, que se trata de un lugar muy feo, en ruinas. ¿Cómo fue el trabajo para mostrar la belleza del lugar?

Ernesto Trujillo, el cinefotógrafo, y yo estábamos enamorados de la locación. Pensábamos en la casa como en una viejita, en la belleza que está en las arrugas, en las texturas. Me cautivaba mucho ver los relieves de los muros y pensar qué había detrás; imaginaba el lujo de significó que alguien decidiera hacer celosías con el cemento para decorar el lugar. Abordamos la casa desde una visión de enamorados, mostrando lo bello de algo que otros juzgan como feo. Toda las huellas de resignificación que habían hechos los inquilinos a lo largo de los años nos fascinaba. ¿Cómo integrar eso a la historia? Encontramos algunos vehículos narrativos, como el gato, que nos ayudó a hacer, por decirlo de alguna forma, esas arbitrariedades para observar cómo viven y qué hacen los personajes.  

La casa, por otro lado, tenía una diversidad lumínica muy interesante. Mucha gente nos decía que las películas que se desarrollan en una sola locación son complicadas, monótonas. etc. En efecto, no es fácil. Una de las cosas que nos daba confianza es que en el interior tenía muchos espacios. Mi cuarto, por ejemplo, tenía una ventana que recordaba a un calabozo. Esa es la habitación que le asignamos al personaje llamado Angélica. La habitación de Jaime, otro de los personajes, tiene dos enormes ventanales que él decide tapar. El espacio de Diana, por otro lado, no tiene ventanas. La posibilidad de jugar con todo eso, respetando la naturaleza lumínica, nos hacía pensar en cómo los personajes de apoderan de los lugares

El diseño de producción nos sirvió para contar muchas cosas que no íbamos a tener tiempo de decir.

¿Eres consciente de que estás retratando la situación de muchos jóvenes?

Sí, sabemos que muchos jóvenes están en esta situación. Eso nos animó a hacer la película porque intuimos que hay una audiencia a la que le puede interesarle.

El filme toca muchos puntos de forma tangencial, por ejemplo el de la vida precaria de los jóvenes, que es un problema económico y social, aunque no profundiza realmente en eso…  

Pienso que la película permite hablar de la precariedad, aunque tuve la consigna de no que no fuera una cinta discursiva porque tampoco sé decir cómo deben ser las cosas. Pertenecemos a un sector de jóvenes privilegiados que tenemos la libertad de decidir a qué dedicarnos. Heredamos las expectativas de nuestros padres, que atravesaron esa misma etapa con muchas más limitaciones. Sin embargo tenemos una presión extra de cumplir porque tuvimos el privilegio de decidir qué hacer. Ahí hay una contrariedad. Muchos deciden estudiar cine, artes o ciencia, pero la realidad es que son limitadas las opciones para cumplir los anhelos. Es un cuello de botella que me angustia mucho. Es un fenómeno social porque no hay trabajo para todos. No basta con desear algo para lograrlo. Es una utopía pensar que todos pueden dedicarse a lo que quieren. El caso más claro en la película es el de Silvia: una bailarina talentosa, trabajadora, que debido a las circunstancias se enfrenta a lo que ella misma llama el umbral del fracaso. Habría que pensar en cómo interpretamos la idea de éxito, quizá está descolocada. En la historia quisimos sugerir que si ella hubiera vivido en otro contexto su florecimiento hubiese sido distinto.  

Los años azules asimila las historias que hemos visto en las series de televisión, sin embargo su tratamiento es fílmico. Lo que vemos en la película nos sugiere que estos personajes tienen una vida rica. ¿Cómo se logró eso?  

Es curioso porque Luis Briones, el co-guionista, y yo estábamos tan enamorados de los personajes que fantaseábamos con hacer una serie. Nos interesan las posibilidades de los formatos más largos para desarrollar y profundizar en la vida de los caracteres. Cuando una película de una hora y media lo logra, es fascinante. Es una labor sintetizar y mostrar lo que uno quiere. Queríamos decir muchas cosas, pero teníamos limitaciones de tiempo muy claras. Algunos de estos aspectos se quedaron fuera. Sin embargo muchas de estas ideas están presentes a partir de la dirección de arte, que hizo Paloma Camarena. Fue un momento mágico cuando las habitaciones comenzaron a convertirse en los cuartos de los personajes. Vuelvo al caso de Silvia, que es la única de toda la casa que dedica tiempo y dinero que no tiene para convertir ese espacio, que forma parte de una casa que se está cayendo, en algo que a ella le guste. Sabíamos que iba a tener un cuarto de danza, pero Paloma me hizo notar que Silvia no tenía dinero para comprar espejos. Hubiera sido una contradicción mostrar su estudio de forma elaborada. Lo que hizo fue pepenar espejos pequeños y colocarlos en las paredes. Son cosas que no están desarrolladas en el guion, pero que nos hacen imaginar el tiempo que Silvia dedicó a buscar los pedazos de espejos. Es conmovedor. Y visualmente acentúa la belleza del lugar.

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