21/11/2024
Literatura
Los temas del futuro
En la primera entrega de su columna, Francisco Marzioni revisa la invasión de temas coyunturales en la ciencia ficción contemporánea
A mediados del siglo XX, en los Estados Unidos y el Reino Unido, se escribió y publicó la ciencia ficción más interesante y visionaria. Aunque buena parte de esas obras hoy nos resultan lectura imprescindible, muchos de sus temas perdieron interés. Me refiero a la Guerra Fría, el temor a la bomba atómica o el agotamiento de los recursos naturales, debates que han sido resueltos y superados en su mayoría, o que responden a una coyuntura que en ese entonces parecía irreversible. Por aquel entonces sus autores componían una verdadera vanguardia, ya sea de derecha o de izquierda, y las voces y opiniones parecían valientes y arriesgadas. Hoy estas obras nos resultan ingenuas, anticuadas, provocan una oleada de ternura en los lectores.
El mundo sobrepoblado
La sobrepoblación, por ejemplo, era un tópico muy común. Desde la pincelada irónica de Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth en Mercaderes del espacio, donde los peldaños de las escaleras se alquilaban para dormir, hasta la crueldad del relato “Bilenio”, donde J.G. Ballard le otorga a cada persona tres metros cuadrados para habitar, pasando por los abarrotados edificios de mil pisos de altura de Robert Silverberg en El mundo interior o la asfixiante Nueva York de Harry Harrison en ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! En este último caso, el autor incluye una advertencia que resulta categórica, prácticamente amenazando con que su predicción se convertiría en realidad de forma inevitable.
Más de cuarenta años después de haberse publicado la novela de Harrison, la sobrepoblación es un fenómeno totalmente relativizado por las condiciones materiales. No quiero decir que las ciudades no profundicen sus características monstruosas, ni que los departamentos no resulten más pequeños y costosos, pero con los años entendimos que el problema no es la cantidad de humanos sino el capitalismo, que la alimentación de las personas no depende tanto de la producción de alimentos como de su distribución, y que el hambre del mundo no necesita una solución científica sino económica y política. Harry Harrison escribió su novela influido profundamente por las provocadoras predicciones y propuestas del economista decimonónico Thomas Malthus y sus discípulos tardíos, que lo rescataron luego del baby boom posterior a la Segunda Guerra.
El control de la natalidad teórico de Malthus, sumado a la invención de la píldora anticonceptiva, animó a los escritores de ciencia ficción a escribir pesadillas en las cuales debíamos alimentarnos con carne sintética porque no alcanzaría la producción animal para todos los habitantes, y donde deberíamos dormir en cuartos de pocos metros cuadrados no porque no alcancen los salarios para pagar algo más grande, sino porque el espacio físico sería insuficiente para todos. El tema se abordaba en las convenciones de ciencia ficción y los más jóvenes sentían que estaban descubriendo algo realmente grande, mientras que los viejos como Isaac Asimov los escuchaban atentamente y hacían propios sus razonamientos, como prueban las cartas que envió al presidente estadounidense Carter en 1967, con el fin de advertir cuáles serían los problemas de su administración. Hasta grandes visionarios como J.G. Ballard o Philip K. Dick se vieron tentados a escribir sobre este tema, que no tardaría en pasar al olvido.
La criogenia
Algo similar sucedió con la criogenia. La idea de congelar a una persona hasta encontrar una cura a su enfermedad mortal tentó a los escritores, que la transformaron en una herramienta narrativa central, suponiendo que la idea no menguaría. Así, en un clásico como Un mundo fuera del tiempo, de Larry Niven, la criogenia es el principal tópico desde la primera página, lo que desanima a cualquiera al tanto de que los científicos más serios descartaron la idea y sólo quedaron en pie algunas empresas privadas que brindan servicios que son prácticamente estafas legales. Incluso un respetado escritor como Ben Bova se animó a utilizar la criogenia para su novela El precipicio, de 2001, lo que demuestra que aquellos nombres venerables de la ciencia ficción del pasado corren el serio riesgo de envejecer de la peor manera.
Los jóvenes narradores de aquel entonces estaban convencidos de que hacían una literatura superior a la de sus predecesores solamente por priorizar estos temas de la agenda humanista por sobre las novedades en tecnología y ciencia que acostumbraban trabajar los grandes maestros como Asimov, Arthur C. Clarke o Robert Heinlein. Harlan Ellison criticaba explícitamente a los padres fundadores por no haber hecho suficiente hincapié en los temas ecológicos, en una propuesta para que la comunidad de la ciencia ficción “cancelara” las obras previas a los años cincuenta.
Ansiedades ecológicas
Hoy, como señala el escritor mexicano Alberto Chimal, la ecología ya “no atrae al gran público” como en aquel entonces y, se lamenta, hay cada vez menos obras que abordan la importancia del cuidado del planeta y los recursos, o lo hacen con “una actitud resignada y cínica”. Chimal, que es un ferviente lector de estos autores de los sesenta y setenta, y fundó su subjetividad literaria a partir de la admiración hacia estas obras, se ve imposibilitado a admitir algo que cada vez es más evidente: el rápido desgaste de las historias escritas con base en temas de agenda.
¿Por cuánto tiempo mantiene su valor un libro escrito con el mismo impulso que un artículo del periódico del domingo? ¿Acaso una obra está destinada a perdurar si lo que busca es repetir el mismo tono que sus contemporáneos con un nombre propio diferente en la tapa? ¿Atenta contra la relectura el tono moral educativo que impera en muchas de las reflexiones y metáforas de los años sesenta? Si vemos los cuentos y novelas que se han transformado en referencia obligada, difícilmente encontraremos los del Ballard ecológico y destacaremos al perverso y oscuro autor de La exhibición de atrocidades. O rechazaremos el progresismo de autoayuda de Forastero en tierra extraña y nos quedaremos con el Heinlein de la guerra y la violencia de Tropas del espacio.
Los temas del futuro
¿Cuáles son los temas que perdurarán en el futuro? No parece ser una pregunta que se hagan los escritores de ciencia ficción de la actualidad. El género tiene la misión de narrar las fantasías –brillantes u oscuras– de su época, tamizado con los grandes temas de la literatura: el amor, la guerra, la muerte, el deseo, el corazón ambivalente de hombres y mujeres. Sin embargo, una mirada a las novedades editoriales y a los autores que componen los principales nombres de la ciencia ficción –o que coquetean con ella– no se percibe un interés por escribir un nuevo clásico, por contar aquellas grandes verdades incómodas que caracterizaron a las obras más trascendentes.
Salvo honrosas excepciones de libros –como El marciano, de Andy Weir– que intentan explorar el universo de la ciencia ficción en sus propios términos y los de su tradición, vemos nacer cada vez más “proyectos editoriales” anclados en los temas de la agenda progresista de moda. Cada uno nace con la ambiciosa pretensión de fundar alguna clase de nueva ciencia ficción enfocándose casi exclusivamente en temas de género e identidad sexual, y que incluyen positivos mensajes morales sobre la inclusión y el valor de la diversidad, supeditando cualquier decisión de contenido a la condición identitaria de los autores por sobre cualquier otro criterio en la selección y publicación de obras. Y el equívoco se hace aún más alarmante: actúan como si nunca antes se hubiera hecho.
En un vistazo a la revista Tor, que hoy marca la agenda de la ciencia ficción, vemos entre montones de posteos sobre series de Netflix algunos artículos acerca de libros escritos exclusivamente por mujeres (los libros y los artículos) que destacan todos los tópicos de la agenda que replica el discurso de los grandes medios de comunicación, agencias de márketing, gobiernos y entidades de bien público. Lo mismo pasa al ver la lista de obras ganadoras del Premio Hugo 2021. ¿Es un proyecto viable que los editores prioricen la agenda hegemónica por sobre los tópicos que seducen al género desde hace más de cien años? ¿Es buena idea que los escritores piensen y escriban dentro de la caja de los temas del progresismo woke sólo por conseguir premios o la tan ansiada edición? ¿No será acaso, como sugería Ballard en el fantástico prólogo a Crash, que la ciencia ficción también está siendo colonizada por el lenguaje publicitario?