16 de agosto de 2017

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21/11/2024

Música

Los 20 mejores álbumes de 2019

El recuento de lo más destacado del año en música toma la forma de una amplia cartografía que abarca géneros y territorios inesperados, también momentos y trayectos que han calado en las dimensiones política y social

Guillermo García Pérez | miércoles, 11 de diciembre de 2019

Imagen - Holly Herndon retratada por Boris Camaca / Cortesía de la artista

20. Felicia Atkinson – The Flower and The Vessel (Francia)

Felicia Atkinson vive en una dimensión sonora menor, no por su falta de relevancia creativa sino por su grado de delicadeza. Desde su debut en 2005 con el álbum La La La, la obra de la francesa se ha construido con sonidos tenues como murmullos (los de su voz, los de la electrónica, los de pianos y vibráfonos), agrupados bajo el neologismo ASMR (respuesta sensorial meridiana autónoma), esa especie de hormigueo que recorre el cuerpo ante un estímulo sutil. Pero es en su álbum recientemente publicado, The Flower and the Vessel, cuando, por su embarazo, sus recursos se han concentrado en una narrativa mayor. The Flower and the Vessel es una pausa necesaria.

19. Howie Lee – Socialism Core Values III (China)

¿No es curioso que, a estas alturas del partido, cuando el poderío económico de China sigue en ascenso, su música siga siendo básicamente un enigma para el mundo occidental? Si sus artistas visuales y cineastas han logrado sortear el cerco cultural, tal vez es hora que su música también lo haga. Un buen punto de partida podría ser la obra de Howie Lee: estudioso de las tradiciones de Sinkiang, Yunnan y el Tibet, Lee está también obsesionado con la cultura cyberpunk y electrónica. En Socialism Core Values III agrega, además, un acento irónico sobre el imaginario del Partido Comunista Chino, dando como resultado una obra extrañísima, inconcebible en Occidente.

18. Lello Bezerra – Desde Até Então (Brasil)

Desde Até Então sólo podía existir en 2019. El esqueleto de la música del guitarrista Lello Bezerra es la música popular brasileña, específicamente la pernambucana, pero sus puntos de fuga son múltiples: a través de micromodulares, loops y efectos electrónicos, Bezerra dibuja una entidad única a la que es difícil ubicar topográficamente. Si hace treinta años, Caetano Veloso se declaraba Estrangeiro, Bezerra se reafirma como “Estrangeiro de Todo Lugar” (título del tercer corte del álbum). Con ese gesto gana en libertad creativa: el esqueleto brasileño se deconstruye y puede reacomodarse a voluntad en cualquier rincón del mundo.

17. FKA Twigs – Magdalene (Inglaterra)

Desde hace tiempo que el pop más interesante que se hace en el mundo anglosajón, incluso el más industrial, se deshizo de la ingenuidad que mostró, por ejemplo, en los años noventa. Las sombras invadieron su estructura entera y los artistas más relevantes abrazaron este proceso. Además, las políticas de identidad, caras a ese mundo, ahora celebran la singularidad y la extrañeza. Por ello no es casualidad el éxito (tanto artístico como comercial) de FKA Twigs, la cantante británica, quien, con su segundo larga duración, muestra la madurez de su obra. Con productores de la talla de Nicolas Jaar o Daniel Lopatin, la oscuridad y la melancolía de su música se sofistican.

16. Daniel Thorne – Lines of Sight (Australia)

Son buenos tiempos para los saxofonistas. O mejor dicho: son buenos tiempos para los compositores que decidieron hacer del saxofón su medio compositivo y expresivo. Colin Stetson abrió una singular brecha hace poco más de una década, por donde han caminado músicos como Sam Gendel o Bendik Giske. Se trata de un camino donde los límites del instrumento acústico se difuminan al internarse en un entorno electrónico. Y tal vez no haya mejor ejemplo de qué nuevos límites pueden alcanzarse que el álbum debut del saxofonista australiano Daniel Thorne: Lines of Sight. Los seis temas del álbum muestran un raro equilibrio entre experimentación, emotividad y rigor compositivo.

15. Eva Reiter – Noch sind wir ein Wort… (Austria)

Los álbumes monográficos del sello austriaco Kairos se han vuelto imprescindibles para develar mucha de la música contemporánea más emocionante del mundo. Así lo confirma Noch sind wir ein Wort…, de Eva Reiter. Paco Yáñez ha descrito la música de la vienesa como una desnaturalización del sonido a través de técnicas instrumentales extendidas. El corte homónimo es ejemplar: la flauta, el contrabajo y la electrónica chocando entre sí, en una acción casi pictórica. El entrechoque de los materiales es tan alto, y el sonido resultante es tan complejo y multiforme, que el estilo de Reiter termina por ser huidizo, volátil.

14. Saskia – Pq (Brasil)

Disco debut de pura energía, la música de Saskia es más compleja de lo que una primera escucha revela. Hay sorpresas por todo su camino de rap experimental: notablemente, la colaboración con Paal Nilssen-Love, baterista noruego asociado al free jazz, en “Fuk U”. La música urbana de Brasil, principalmente el funk carioca, es una de las más crudas del mundo, por lo que la singularidad de Saskia radica en agregar varias pizcas de complejidad a la mezcla: electrónica sobreexpuesta y fragmentada y vuelta a unir, en un trabajo que ha sido comparado con el de JPEGMafia. Pq es un sinsentido potentísimo.

13. MSYLMA – Dhil-un Taht Shajarat Al-Zaqum (Arabia Saudita)

Directo desde La Meca, el álbum debut del cantante y productor saudita MSYLMA no rehúye su entorno ni sus influencias. Al contrario las abraza y transforma en el proceso. Conocimos a MSYLMA el año pasado gracias a su participación en el destacado álbum Terminal, del dj egipcio Zuli, pero no existe mucha más información de él. Debemos conformarnos con la peculiaridad de su obra: cantos coránicos pero también preislámicos que dan cuenta de la continuidad de una tradición, ahora internada en un ambiente de ruido sintetizado, industrial, a punto de lo extático. Dhil-un Taht Shajarat Al-Zaqum es el cauce lógico de una década especialmente experimental de la música árabe.

12. Mary Halvorson & John Dieterich – A Tangle of Stars (Estados Unidos)

Mary Halvorson produce música al ritmo de una máquina. Desde su irrupción en la escena de la vanguardia estadounidense en 2003, ha publicado aproximadamente 24 discos como solista, con varias de las estructuras más extrañas que puedan escucharse en el presente: disonancias, feedbacks o semitonos, en un alud sonoro impar. Por ello son doblemente sorprendentes las características de A Tangle of Stars, en compañía de John Dieterich, miembro de Deerhof: tal vez por primera vez en su carrera escuchamos a una Halvorson, hasta cierto punto, serenada. Pero esta serenidad, en el contexto de su carrera, también es rompedora.

11. Solange – When I Get Home (Estados Unidos)

Es difícil, si no imposible, prever la dirección que tomará el pop norteamericano en su vertiente r&b. Y es que sus producciones están respaldadas por la que probablemente sea la industria musical más poderosa del mundo. Pero el más reciente álbum de Solange puede dar una o varias pistas. When I Get Home requiere de una escucha paciente para revelar sus gemas: al principio parece demasiado fragmentado, casi sin estamina pero, una vez que uno se adecua a su cadencia, puede percatarse de que esa dinámica resuena con la realidad contemporánea. Sin espacio para una producción en extremo sofisticada, la crudeza de su sonido es política.

10. Caterina Barbieri – Ecstatic Computation (Italia)

Hace apenas unos días pudimos experimentar, gracias al Festival Mutek, las dimensiones sonoras que la propuesta de Caterina Barbieri puede alcanzar. El torrente sónico proveniente de los sintetizadores modulares de la italiana refrenda una tradición que ya puede retrotraerse por décadas, hasta la música de pioneras como Laurie Spiegel o Éliane Radigue. Y si bien la música de Barbieri en ocasiones parece demasiado derivativa de esa tradición, encuentra cada tanto, en su progresión que parece irrefrenable, arremolinamientos en forma de ataques de ruido o mesetas de carácter más melódico –a veces rayando en lo dramático, pero finalmente bien contenido. Ecstatic Computation alimenta un imaginario interestelar (“Closest Approach to Your Orbit”) que, tal vez, necesita una sacudida, pero que por el momento sigue resultando estimulante.

9. Lia de Itamaracá – Ciranda Sem Fim (Brasil)

Brasil es un torbellino, no sólo por la enormidad de su producción musical o la velocidad con la que incorpora influencias externas, sino por la forma en que los exponentes de su vieja guardia se reinventan una y otra vez. A los procesos creativos de Elza Soares (con 82 años, en 2019 publicó Planeta Fome) o Dona Onete (con 80 años hizo lo propio con Rebujo), podemos sumar el caso de Lia de Itamaracá, quien hace apenas unas semanas, con 75 años, presentó Ciranda Sem Fim, su cuarto disco. La carrera de Lia de Itamaracá gira alrededor de un ritmo llamado ciranda (lento y repetitivo, ritual) del estado de Pernambuco, creado por las mujeres de los pescadores que cantaban y bailaban cuando esperaban que volvieran del mar. Con Ciranda Sem Fim esa imagen bucólica entra de lleno en un siglo de catástrofes, rebeliones y fuego.

8. Aki Takase – Thema Prima (Japón)

A punto de cumplir 72 años, la música de Aki Takase ha alcanzado un dinamismo de bola de nieve: las influencias de su vasta carrera, ya no sólo las del jazz sino las de cualquier expresión sonora de vanguardia, construyen una entidad harto maleable. Tan sólo en 2019 publicó tres álbumes: Kasumi, junto a la saxofonista alemana Ingrid Laubrock; Hokusai, con composiciones para piano solo; y el que aquí destacamos, Thema Prima, junto a su agrupación Japanic (batería, saxofón, contrabajo y electrónica). Ya desde el primer tema, “Traffic Jam”, se advierte que la pianista japonesa tiene una misión y tiene prisa: construir con desenfado, incluso con sentido del humor, o al menos desde un carácter lúdico, los mil y un giros del álbum. Takase es dinámica sin dejar de ser profunda, o precisamente por ello.

7. Floating Points – Crush (Inglaterra)

El nivel de atención al detalle que Sam Shepherd, mejor conocido como Floating Points, logra en Crush desmiente aquel lugar común de la música electrónica, sobre todo en sus gestos más experimentales, como un género frío y estrictamente cerebral. La tensión que construyen temas como “Anasickmodular” o “LesAlpx” se resuelven en arreglos melódicos o giros ruidistas que no son, sin embargo, estridentes. En la paleta de Floating Points hay muchas sutilezas y pasajes emotivos que hacen de su música una entidad más bien cálida. Extrayendo las mejores lecciones de Aphex Twin o Four Tet, y como una continuación lógica de su legado, Crush incorpora sorpresas, como cuerdas en “Falaise” o un réquiem pasado por sintetizador. Se trata de la obra más madura de Shepherd hasta la fecha y la promesa de una voz única en la electrónica.

6. Matana Roberts – Coin Coin Chapter Four: Memphis (Estados Unidos)

Apareció de la nada, como un fantasma, y de la misma forma sus contornos son difíciles de asir, de decodificar. La cuarta entrega del proyecto COIN COIN, que entregó mucha de la música más arriesgada de la década (y que se alargará, según la propia Matana, por doce entregas), se titula Memphis y continúa su intrincado camino de deconstrucción de la historia de la población negra en los Estados Unidos. Matana propone una narrativa amplia, donde voces y saxofones se contrapuntean y articulan significados más o menos explícitos. Memphis, a diferencia de los tres álbumes anteriores, permite la entrada de momentos de música folk, que lo vuelven aún más inquietante. Si los Estados Unidos atraviesan un momento álgido en la revisión de su historia, discos como éste les recuerdan que el camino no será reconfortante.

5. Sote – Parallel Persia (Irán)

Algo sucede en las escenas artísticas de Irán: si su cine ya era conocido por su emotivo grado de experimentación, habrá que hacer espacio en esa consideración a su música. Tal vez no haya mejor exponente de lo que la tradición musical iraní es capaz de generar actualmente que la obra de Ata Ebtekar, mejor conocido como Sote. Con más de veinte años de carrera, su álbum de 2019, Parallel Persia, es un pico de su particular concepción estética. Con influencia directa de las escenas electrónicas de Berlín y San Francisco, donde vivió, su obra ha vuelto a su centro estético a través de la incorporación de instrumentos como el santour y el laúd. El resultado no es un mera fusión o actualización de lenguajes, sino un tercer espacio de juego, donde las posibilidades tímbricas de cada instrumento alcanzan extremos sonoros.

4. Caroline Shaw – Orange (Estados Unidos)

Caroline Shaw es la ganadora más joven de un premio Pritzker en la categoría de música por Partita for 8 Voices, su álbum debut. Publicada en 2013, e interpretada por el octeto vocal Roomful of Teeth, la obra contiene, en apenas cuatro movimientos, tantas capas información que la convierten en una entidad enigmática. Partita for 8 Voices articula cantos monódicos, evocadores casi por inercia, y pasajes disonantes, que internan esos cantos en abismos particulares. El lanzamiento de su segundo álbum, por tanto, cargaba con altas expectativas. Shaw vuelve a sorprender: Orange toma las lecciones de largas décadas de tradición de minimalismo estadounidense y les da un nuevo envión de complejidad sonora, que no por su alto grado de formalidad deja de ser arriesgada. Una belleza estremecedora que apenas comienza su vuelo. 

3. The Matthew Herbert Big Band – The State Between Us (Inglaterra)

El soundtrack del Brexit: esa es la descripción sencilla. Pero lo que Matthew Herbert hizo con su big band en The State Between Us, si bien toma como punto de partida el referéndum británico, es una obra polimórfica que habla sobre la identidad, las migraciones, la política, la catástrofe y ¿la esperanza?. Los 117 minutos de duración de la que probablemente sea la segunda obra maestra de Herbert, tras Bodily Functions, de 2001, no podría ser más diferente: si ésta se desarrollaba con vitalidad y un dinamismo casi lúdico, The State Between Us se despliega como una pesadilla. Basta con escuchar su versión escalofriante de la clásica “Moonlight Serenade”. “Ya no hay fastuosidad, sino sombras”, resume Miguel Ángel Morales en su reseña para La Tempestad, es la “banda sonora de un lugar en ruinas”.

2. Christian Lillinger – Open Form For Society (Alemania)

El jazz continúa su particular marcha por el tiempo, devorando los signos de su entorno a una velocidad impresionante. Acaso la mejor muestra de sus transformaciones recientes sea Open Form For Society, del alemán Christian Lillinger. Hay que poner mucha atención en las aportaciones profundas que los bateristas están haciendo al género: si alguien como Tyshawn Sorey construye una obra monumental desplegando con calma silencios y texturas, Lillinger representa el espíritu inquieto que no puede dejar de producir: fragmentos punzantes que aparecen y desaparecen a la menor provocación, como bits arrasados por un alud informacional. Pianos, vibráfonos, bajos, chelos, electrónica, todo se entrecruza en una red extraña que se asemeja a la red del mundo.

1. Holly Herndon – PROTO (Estados Unidos)

Holly Herndon comparte la centralidad creativa de PROTO, su tercer álbum, con Spawn, una software (porque su género es femenino) de inteligencia artificial que analiza cientos de voces humanas para ser capaz de reproducir sus tonos, timbres y giros particulares y, a la postre, desarrollar su propia interpretación –su propia voz, en toda regla. Los resultados son notables, pero ¿por qué?, ¿por qué PROTO es tan emocionante? Creo que porque muestra que los trayectos de la música y la tecnología están inherentemente imbricados, y que en la medida en que se profundice en ese vínculo surgirán obras más singulares, más bellas y más políticas, por estar más atadas al presente y sus devenires. En ese sentido, PROTO es un álbum histórico, una de esas obras a las que se regresará para entender nuestro tiempo.


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