23/11/2024
Artes escénicas
Reaccionarios en red
El trabajo de Mercedes Aqui pone de manifiesto la facilidad con la que se ofenden las consciencias ante un destrozo material (real o simbólico), y cuán poco están dispuestas a crear vínculos de empatía con aquello que están señalando
La grosería es una propiedad que en lo tocante al honor sustituye y supera a cualquier otra. Si por ejemplo alguien demuestra en una discusión, o en una simple conversación, disponer de un conocimiento más riguroso de un asunto, de un amor mayor hacia la verdad, de un juicio más ponderado que nosotros, o, en general, de cualquier ventaja espiritual que nos haga sombra; entonces podemos neutralizar inmediatamente esta y toda otra superioridad, así como la carencia en nosotros que ella haya puesto de manifiesto, y aparecer nosotros en cambio como superiores, simplemente siendo groseros. (Schopenhauer, El arte de hacerse respetar)
Hace poco más de dos meses se inauguró la exposición El desierto más allá de la puerta, organizada por la Alianza Francesa en el Museo de Artes Gráficas de Saltillo, Coahuila. Estuvo ahí los escasos tres días (30 de mayo al 1º de junio) que estaban originalmente contemplados. Las piezas exhibidas fueron el resultado de la colaboración entre artistas locales y la diseñadora textil Garance Maurer, invitada por la institución cultural francesa a realizar una residencia artística en la región. La exhibición hubiera pasado completa y felizmente inadvertida para todos aquellos que no fuimos a comer bocadillos y beber vino a la inauguración… de no haber sido por un visitante que –visiblemente irritado– tomó una foto a la serie fotográfica “Ancla”, el proyecto de Mercedes Aqui incluido en la exhibición, y la subió a la red. Varios medios nacionales como Proceso o Reforma replicaron dichas imágenes y, sin brindar más contexto, contribuyeron a expandir e inflamar la ira.
El caso es interesante, tanto por la intención original de la artista como por la virulencia con que ha hecho evidente eso mismo que se proponía revelar. Habría que empezar por describir el trabajo de Mercedes Aqui. La serie de “Ancla”, compuesta por ocho fotografías, muestra en desorden la secuencia de un petrograbado de la comunidad El Gavillero, en la zona de General Cepeda, que es cubierto por un tinte azul y utilizado como sello para dejar su huella de espiral en un glúteo (presumiblemente femenino), mientras que en otra imagen se observa un líquido que escurre de ese mismo trasero acuclillado sobre la piedra para caer, finalmente, sobre su superficie manchada.
El cuerpo que aparece en las imágenes es el de la misma autora, una artista nacida en Argentina que vive en México desde hace cuarenta y un años, nacionalizada mexicana hace once. Al charlar con ella por teléfono es evidente que del acento de su país natal sólo quedan, si acaso, mínimos rastros; tantos como se le notaban a esa otra mexicana nacida en Costa Rica, Chabela Vargas. Mercedes habla tranquila. Aunque sabe que lo suyo fue una provocación y, como tal, la convirtió en blanco de ataques furiosos e incluso amenazas, tiene todas las herramientas para explicar por qué hizo lo que hizo y cómo fue que, al final, logró dejar al descubierto –como doloroso espejo– los miedos y odios conglomerados de la sociedad post-fáctica. Consiguió su objetivo no sólo a pesar, sino incluso gracias a lo que dicen las Avelinas Lésper, tanto la original como sus imitaciones.
En un texto aclaratorio que Mercedes publicó en Facebook como respuesta al linchamiento digital de los días posteriores a la exhibición, se leía lo siguiente: “Por hechos tergiversados, noticias falsas reproducidas en periódicos locales, prejuicio, desinformación y opiniones discriminatorias, estoy siendo atacada en el derecho de manifestarme libremente a través de los procesos artísticos con los que trabajo. Pongámonos en contexto: mi pieza habla sobre la identidad, la memoria, el arraigo, el cuerpo, el territorio. La serie de fotografías, son sucesión de imágenes CONSTRUÍDAS del registro de una acción que se llevó a cabo en la comunidad de El Gavillero, General Cepeda, donde utilizo un petrograbado de la localidad. Marcar el territorio con un líquido, usualmente se [a]tribuye a los hombres, no a las mujeres. Exhibir […] de manera pública una aparente ‘meada’, ha provocado reacciones violentas. Si el artista es un agente activador de conciencia, es claro que hay una invitación a la reflexión. Por ello me parece excelente que se abra el debate, pero desde un panorama donde esté sobre la mesa toda la información”.
Es casi innecesario mencionar que las reacciones a esa publicación ignoraron el texto que comentaban: la mayoría daba por hecho que la artista había dañado piezas arqueológicas al verter su orina sobre las piedras. Las réplicas de los usuarios rezuman xenofobia y misoginia, coloreados con insultos a la inteligencia o a la formación cívica de la autora. ¿Es esto una muestra de la justa indignación que debe ocurrir cuando se violenta algo fundamental, una reacción violenta pero necesaria ante la destrucción? ¿O se trata más bien de arranques irreflexivos de ira y escarnio público que permiten o incluso fomentan las “redes sociales”, como si fueran cloacas donde desahogar el odio acumulado?
Si atendemos a la explicación de la autora, no ocurrió ningún daño físico irreversible a las piezas —piezas que, por otra parte, están a campo abierto, en una zona sin restricciones de acceso ni señales que den cuenta de su valor o contexto histórico. No sólo la fauna local y los fenómenos climatológicos, sino también muchos visitantes han dejado huella de su paso por ahí. Pero, se podrá objetar, incluso en tal caso hay una mancilla simbólica, un gesto que ofende. ¿A quién y por qué ofende la fotografía que insinúa a una mujer orinando sobre un petroglifo a la intemperie?
Ahora, dos meses después, una manifestación de mujeres recorrió el centro de la Ciudad de México y dejó su huella en edificios y monumentos. A la mañana siguiente, como era de esperarse, hubo quienes se despertaron indignados por la destrucción de los bienes materiales. “No son maneras”, es la consigna de estos reaccionarios. Habría, pues, que mantener la calma ante un estado de emergencia, en el que diariamente desaparecen mujeres, o son violadas, mutiladas, asesinadas y aventadas en la vía pública. El trabajo de Mercedes Aqui cobra nuevamente relevancia al poner de manifiesto la facilidad con la que se ofenden las consciencias ante un destrozo material (real o simbólico), y cuán poco están dispuestas a crear vínculos de empatía con aquello que están señalando: la vulnerabilidad de las mujeres, o también la del ecosistema.
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