Joe Penhall, quien se encargó de adaptar al cine La carretera, de Cormac McCarthy, en 2009 (dirigida por John Hillcoat), creó para la televisión Mindhunter, que se transmite desde mediados de octubre por Netflix. La serie, producida entre otros por David Fincher (quien dirige cuatro de los diez capítulos de su primera temporada; los primeros dos y los últimos), sigue en apariencia el formato de un thriller policíaco en clave de “buddy cop”, para revelarse lentamente como una serie más interesada en los procedimientos, los perfiles psicológicos y la obsesión por el descubrimiento. Es decir, más parecida a Zodiaco (2007) que a Se7en: los siete pecados capitales (1995), dos de los filmes en que Fincher abordó algunas de las aristas del asesino serial, uno de esos “monstruos capitalistas” (como los bautizó Annalee Newitz), que han inundado las pantallas desde la década de los noventa.
Es interesante notar cómo se ha tratado a la figura del asesino serial en el cine. Sólo en el caso de Fincher (cuya obra está vertebrada por su mirada atenta al cine negro), se ha abordado tanto como un singular monstruo contra el que se debe luchar (Se7en, que temáticamente sigue la escuela de El silencio de los inocentes, de Jonathan Demme), pero también como una figura siniestra, ideal para el consumo de masas: la versión norteamericana de La chica del dragón tatuado (2011), por ejemplo, interesó a Fincher, según entrevistas, por tratarse de un producto en serie para adultos (a pesar -o precisamente por- su temática, el ciclo de novelas de Stieg Larsson tuvo un impacto editorial que evoca el éxito de ventas de Harry Potter…; con todo, el ejercicio no prosperó y Fincher sólo hizo una entrega). Algo similar ocurrió con Perdida (2014), también un filme de crimen basado en una novela que fue éxito de ventas, escrita por Gillian Flynn. La actriz Charlize Theron, que también produce Mindhunter, protagonizó Lugares oscuros (2015), otro filme basado en una novela de Flynn que, además del crimen, explora la extraña (por obsesionante) subcultura en torno a él.
En este sentido Mindhunter es interesante pues excava en las razones por las que el asesino serial resulta tan fascinante para la sociedad contemporánea. Además, es enfática en un punto: si cada época crea, inadvertidamente o no, a un tipo específico de criminal, esta serie vuelve los ojos a finales de los setenta, cuando el FBI comenzó a investigar la psicología de este nuevo perfil de asesino. Parece delinearse así una historia paralela entre la funcionalidad de las metodologías de trabajo (los albores de la oficina como laberinto de cubículos) y las tecnologías de comunicación que ganaban terreno a finales de los setenta, y la violencia sistematizada de algunos asesinos (los créditos de la serie, significativamente, yuxtaponen imágenes de una grabadora magnética y de cadáveres). Pero el peso dramático de la serie también se encuentra allí, en el hecho de que estamos ante una especie de prehistoria criminalística, con perfiles falibles e investigadores engolosinados con su nuevo terreno de estudio. Así, concediendo poco espacio al morbo espectacular, Mindhunter logra hacer de la conversación (entre colegas pero también con asesinos) el centro de su relato.