Con Mommy (2014), su más reciente película, Xavier Dolan culmina una exploración que inició en Yo maté a mi madre (2009), su primer filme: la lucha necesaria para el crecimiento, el enfrentamiento como búsqueda. El director quebequés comparte el interés por la figura femenina, en específico la materna, con directores como Pedro Almodóvar y François Ozon. Dolan ha declarado que no conoce la obra de los directores con los que se le compara, pero es posible identificar la línea que guía sus filmografías: la influencia de las mujeres. A diferencia de sus predecesores, habituados al intimismo (Ozon) o al tremendismo (Almodóvar), Dolan toma distancia: desarrolla el drama no como declaración de amor o de odio por la madre, sino como retrato con implicaciones sociales.
En su inicio Mommy, que obtuvo el Premio del Jurado en Cannes 2014, anuncia que en Canadá los padres de hijos con padecimientos psiquiátricos podrán entregarlos al Estado para su cuidado. Steve es un adolescente con Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (ADHD) que regresa a vivir con su madre, una joven viuda llamada Diane. La relación entre ambos no sólo está marcada por los arranques violentos del joven, una interesante observación de Dolan sobre el impacto social y el desconocimiento de estos trastornos. Los vincula su identificación como grupo y la decepción recíproca: son familia.
El director no utiliza la música como un simple acompañamiento, como lo hizo en Laurence Anyways (2012). Las canciones que suenan en Mommy connotan las aficiones, los gustos y las aspiraciones de la clase media en el mundo global. Dolan se apropió de lo que consumen las masas, de la identificación como estrategia mercadológica. No es gratuito que se le acuse de reproducir la estética de los videoclips de los noventa a la que, finalmente, contradice. Temas de Andrea Bocelli, Céline Dion, Dido y Oasis, entre otros, suenan en la película. Las piezas que en su día fueron escuchadas hasta el hartazgo toman un nuevo sentido, revelan a los personajes y juegan con la posibilidad de cambio. El formato cuadrado del filme se expande cuando Steve recorre las calles con su patineta, mientras suena “Wonderwall”, de Oasis, en uno de los momentos más emocionantes del cine reciente.
El director va hacia el final sin tropezar. La secuencia donde bailan y cantan “One ne change pas”, de Dion, muestra la complejidad de la relación entre la madre, el hijo y una extraña vecina que se identifica con ellos. “¿Quién no conoce esta canción?”, se preguntan, y traman un vínculo que, aunque no exento de problemas, los une por un breve lapso. Los enfrentamientos del adolescente con la madre cuestionan qué es una familia. El contrapunto es Kyla, la vecina, que misteriosamente prefiere estar con Steve y Diane en vez de con su esposo e hija, a quienes teme. La decisión final de la madre del chico, que lamenta que su hijo no responda a las expectativas de éxito escolar y social, deshace la unión.
The Death and Life of John F. Donovan, el próximo filme de Dolan, inicio de una trilogía, adelanta nuevas exploraciones, esta vez sobre la fama. Será el primer filme en inglés del director.