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¡Maldito el que crea que esto es un poema!

¿A los mexicanos nos da risa la muerte? Gabriel Rodríguez Liceaga busca respuestas en libros de Octavio Paz y Ricardo Garibay, entre otros autores

Gabriel Rodríguez Liceaga | jueves, 15 de agosto de 2019

Imagen - Jaime Sabines

1.

Llegó a mis oídos un juego de palabras que realmente me puso a pensar. Consiste en llamar a El Laberinto de la Soledad, El laberinto de la Sole(mni)dad.

Sin duda creo que El Laberinto… es un libro muy mal leído. Básicamente porque a las generaciones más recientes nos lo dejaron de tarea en la escuela. Y el olor a tarea no se quita con el tiempo. Así que, aprovechando un viaje a la playa, me puse a releerlo básicamente para buscarle peros. O mejor dicho: para subrayar mis deficiencias de lector adolescente y para hallarle, precisamente, la solemnidad. Le entré al libro auspiciado por dos recuerdos escolapios, ambos producto de la suma entre mentira y memoria. Solo ahondaré en uno. Y es el ensayo en que se comenta que a los mexicanos nos da mucha risa la muerte.

2.

¿A los mexicanos realmente nos da risa la muerte?

Yo creo que no. Me temo que es una de esas mentiras que se han reiterado tantas veces que ya la damos por indudable verdad. A André Bretón se le ocurrió señalar a Méjico como la tierra elegida del humor negro y quizá a partir de ese momento esta falacia comenzó a tornarse en certeza. Al surrealista le llamaron mucho la atención las calaveras de Posada y nuestros espléndidos juguetes fúnebres. No cuesta trabajo imaginar al francés asombrado y libando un cráneo de azúcar rotulado en la frente con el nombre Andrés.

Paz es muy cauto y yo de joven era un mal lector. Tres ocasiones en El Laberinto… menciona a estas representaciones populares que, a su parecer, son burlas de la vida. Sin embargo en todo el libro jamás subraya con todas sus palabras que a los mexicanos nos de risa la muerte.

¡Porque no nos da risa la muerte!

Hay solo dos cambios trascendentales en la vida de todo hombre: nacer y morir. Todo lo demás –la parte de en medio– es pérdida de tiempo. Y, por ende, literatura. Paz subraya dos cumbres poéticas gestadas en nuestra nación a propósito del tránsito humano: Muerte sin fin de Gorostiza y Nostalgia de la muerte de Villaurutia.

Años después, José Emilio Pacheco refiere un par más. Dice:

«Beber un Cáliz” significa para la prosa mexicana lo mismo que “Algo sobre la muerte del mayor Sabines” para nuestra poesía.

3.

Beber un cáliz es el desesperado testimonio literario y veraz que Ricardo Garibay escribió acerca de la agónica muerte de su progenitor. Su padre, al igual que todos nuestros padres, fue un cúmulo de angustias y magnificencias:

“¿Quién es? ¿Cómo ha vivido? ¿Cuáles han sido sus virtudes y cuáles sus pecados? ¿Por qué ha tenido que sufrir tanto y por qué ahora sus hijos varones no se duelen de verlo hundirse día a día hacia la muerte? No conozco nada suyo, nunca pude preguntarle nada que de verdad me interesara… nunca le vi los ojos cuando me estaban mirando.”

Woew. Este libro es la flor de dolor. Nace y se marchita en nuestras manos. Está escrito en forma de diario, pero es desordenado y angustiante, nunca caótico. El padre muere a la mitad del tomo y entonces vienen páginas y páginas de reflexiones ulteriores, es la muerte que no se va, como un pésimo olor de boca, una inexplicable nausea. Garibay disecciona los cambios emocionales que sufren los vivos cuando alguien agoniza y sucumbe. Por momentos es cruel, anhela el fallecimiento de su enfermo; a ratos también es tiernísimo. Evoca su infancia, medita, sufre, se lamenta, se queda solo en el mundo.

4.

Algo sobre la muerte del mayor Sabines es el testimonio poético de Jaime Sabines acerca de la muerte de su padre. Todo el proceso se nos ofrece dulce y aterradoramente versificado.

Está primero la juguetona enfermedad:

“Vamos a hablar del Príncipe Cáncer,

Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata”

 

Luego la enloquecedora y cotidiana expectativa:

“…estoy esperando la muerte de mi padre.

            Desde hace tres meses, esperando.

            En el trabajo y en la borrachera,

            en la cama sin nadie y en el cuarto de niños,

            en su dolor tan lleno y derramado,

            su no dormir, su queja y su protesta,

            en el tanque de oxígeno y las muelas

            del día que amanece, buscando la esperanza.”

 

            La desesperación que antecede a la muerte:

¡Maldito el que crea que esto es un poema!”

 

Viene el entierro, la negación, la charla necia con el símbolo de lo perdido, el cadáver descomponiéndose, los objetos que el muerto dejó en la tierra y yacen esperándolo. Nunca el olvido. Todo esto transcurre en la primera parte del poema. Hay una segunda parte, escrita dos años después. Explica Sabines que no podía dejar de escribir sobre la muerte. Y tachaba o eliminaba los poemas porque, sin darse cuenta, ya estaba de nuevo derramando pesar en su trabajo poético. De nuevo: el pésimo olor de boca que no se quita, la necia nausea.

No puedo citar Algo sobre la muerte del mayor Sabines sin mencionar ese otro enorme poema acerca de la desaparición de un ser querido: “Tía Chofi”. Dicho canto a la difunta doncella me vuelve un ser de lágrimas.

Suplico escuchar la grabación en vivo de “Tía Chofi” durante el homenaje que se le hizo a Sabines en el Palacio de las Bellas Artes. Escucharla de madrugada y cuando la ciudad afuera parece más que muerta. Hay que atender al temblor en la voz de Sabines conforme se acerca al final del texto. Ahí en esa poderosa voz que se quiebra está la invitación a abandonar una de nuestras tantas solemnidades nacionales:

¡No! A los mexicanos no nos da risa la muerte.


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