Hace poco más de una década el incipiente panorama musical mexicano de corte más arriesgado –ahí donde habitan las exploraciones oblicuas, las fiestas marginales y las oposiciones jazz y rock más fascinantes– recibía una bocanada de aire fresco. Una pléyade de artistas, músicos, productores o francos amateurs curiosos protagonizaban un dinamismo similar al del jazz norteamericano durante la Gran Depresión. La piratería, el agotamiento de los cuatro cuartos convencionales de los clubes de tecno y la tendencia a la producción musical casera estimularon músicas diversas, agrestes, completamente en sintonía con su contexto sociohistórico. Ahí se encontraba Ñaka Ñaka.
Junto a sonidos como los de Los Macuanos, Les Temps Barbares, Las Brisas, System Error, Den5hion (Siete Catorce) o Mareaboba, el de Ñaka Ñaka –alias musical de Jerónimo Jiménez– articulaba una suerte de dark techno tirado a las ambientaciones, la rugosidad sonora y una síntesis abigarrada que detonaba el paulatino desconcierto espaciotemporal en el escucha.
Sin embargo, la atomización y la dispersión del dinamismo cultural de la Ciudad de México, los proyectos profesionales y la búsqueda de músicos con los cuales identificarse de forma más plena, así como el inevitable confinamiento de la pandemia, mantuvieron la obra de Ñaka Ñaka relativamente fuera del radar local… hasta ahora.
El regreso de Juan Pestañas
Tras un receso de las presentaciones en vivo en la Ciudad de México, este año marca en cierto modo el regreso de Ñaka Ñaka al panorama local, con dos trabajos. En Acid for Babies, bajo el sello berlinés Psychic Liberation, el autor del legendario Juan Pestañas (Opal Tapes, 2013) se apoya en los ejercicios sonoros del compositor norteamericano Raymond Scott para explorar las frecuencias para bebés en plan acid techno. El otro lanzamiento es el EP Mr. Frumble, lanzado en mayo y compuesto por cuatro cortes breves con cualidades que dan cuenta del oficio de Ñaka Ñaka y de su universo personal, que oscila entre el techno-harsh noise, las ambientaciones oscuras y una idea siempre oblicua de la narrativa sonora.
“De diez años a la fecha he estado cambiando de ambientes y sonidos. Empecé en 2011 en la Ciudad de México, experimentando con sintetizadores e interactuando con artistas locales, primero con collages; después, ya con el lanzamiento de Juan pestañas y Mundo Harsh, empecé a agarrar un poco más la producción. Me acabé mudando a Nueva York y me moví en los círculos musicales de allá”, cuenta Jerónimo Jiménez. Confiesa que durante algún tiempo tuvo la sensación de no estar completamente en sintonía con las personas con las que tocaba.
Tras formar parte del panorama experimental de Estados Unidos, junto a músicos como Aaron Dilloway o Jason Lescalleet, el horizonte y las inquietudes creativas de Jiménez se expandieron hacia el ruido y la fisicalidad del sonido, que lo llevaron a desarrollar un proyecto distinto al de Ñaka Ñaka con el mote Jero Route 66. Se trató en cierto modo de la renuncia al empaquetamiento comercial de la música, y solidificó su propuesta en una exploración artística más diáfana.
Tras su regreso a la Ciudad de México antes de la pandemia, Jerónimo Jiménez se ha reincorporado de forma natural a la escena local, organizando presentaciones en vivo que llevan el nombre E.M.P., curadas por Ñaka Ñaka. Para su segunda edición, que tendrá lugar el sábado 8 de julio en 316 Centro, E.M.P. contará con las presentaciones del artista sonoro Christian Mirande y el ruidista Stewart Skinner, además de los actos locales Hospital de México (Esteban Aldrete) y el mismo Ñaka Ñaka en modalidad DJ set.