Un concierto, en el 50 aniversario de la masacre estudiantil de 1968. El hombre de negro lo sabe. En algún momento a mitad del recital, el hombre lo reafirma: “Este 2 de octubre, llamemos a los espíritus”. Es una noche en la que más que hacer memoria, se invita a que los espectros asedien al público. “Jesus Alone” es parte de esa invocación. Nick Cave, el hombre de negro, canta: With my voice, I’m calling you, rememoración fantasmal de su hijo fallecido hace tres años, pero también de las (nuestras, suyas) derrotas y muertes por venir. Perfecto inicio de un martes negro. Nueve con veinte, la hora de inicio. Los silbidos de la gente se mezclan con el silbido electrónico sacado de Warren Ellis, que envuelve todo el foro. La canción mencionada augura una tensión pesadillesca, que se aleja cuando llegan las primeras notas de “Do You Love Me”, con su groove sucio y sexual. La vitalidad se extiende unos minutos más pero regresan los tonos ominosos, mala leche, con “From Her To Eternity”. Cave es un gran amante del piano y recurre a él en casi toda su producción desde los noventa; funciona como leitmotiv en las sentidas “Into My Arms” y “Shoot Me Down”. En cambio en “From Her…” las teclas repiquetean incesantemente un mismo acorde mientras que Cave baila, tira el atril, patea las partituras y avienta el micrófono al suelo. Lo hará varias veces más durante las dos horas del concierto.
Dueño absoluto del escenario, Cave cambia el tono y provoca que todos saquen los encendedores y las lámparas del celular. La audiencia se conmueve con “Shoot Me Down”. Pero nuevamente asedia el espectro de la pérdida con “I Need You”: Nothing really matters, nothing really matters when the one you love is gone. You’re still in me, baby. Es inevitable pensar en sus muertos, los nuestros. Está claro que el Skeleton Tree (2016), disco más reciente del hombre de negro y los Bad Seeds, funge como columna vertebral del concierto y se nota en el uso de sintetizadores lánguidos que se complementan con las cuerdas de Warren Ellis, segundo al mando. Sí, Cave es el dandy oscuro de la agrupación, pero el violinista y tecladista abre la paleta tímbrica con sonidos a veces pesados, a veces rurales y tímidos. Por momentos parece que escuchamos una banda de americana, ese género que mezcla las diversas tradiciones vernáculas estadounidenses (jazz, country, hillbilly, blues): “The Weeping Song” es la perfecta deconstrucción de una canción de vaqueros, con su xilófono y guitarras barítonas. Tonos felices de violín que rozan con la melancolía. Pero siempre regresamos al elemento gótico que incomoda.
El video que ilustra una de las piezas (“The Ship Song” o “Stagger Lee”, no recuerdo bien) describe el mood en el que se mueven Cave y sus Malas Semillas: imágenes en movimiento de alguna playa en un atardecer, con varias palmeras agitadas violentamente por un huracán. Sin querer, tales imágenes parecen evocar a 20,000 días en la tierra (2014), aquel filme en el que Cave habla sobre la naturaleza tempestuosa del lugar que vio morir a su vástago, Brighton. En medio de aquellos acantilados enormes, el músico afirma que puede controlar lo mismo los vientos fríos que las tormentas terribles. Sólo una cosa, dice, es incapaz de regular: “mi estado de ánimo”. Así el concierto: apocalíptico y emocional.
¿Puede la desilusión regresarnos la fe en la vida y la posibilidad de continuar? Esa pregunta me surgió al escuchar «Distant Sky», hermosa canción en la que Cave canta una aparente balada de redención al tiempo que susurra: Nos dijeron que nuestros dioses nos sobrevivirían, pero mintieron. ¿Estamos en el tiempo llano de los dioses muertos? En la música del australiano no existe una tierra prometida, sino un compromiso muy tenue, apenas visible, de mostrar la vida tal como es: tiránica, cruel y macabra pero abierta a la posibilidad. Veamos el tríptico sutil conformado por The Boatman’s Call (1997), Push The Sky Away (2013) y Skeleton Tree (2016), caracterizado por una belleza tenue, aunque fracturada. Vuelvo a “Distant Sky”, al momento en el que la voz/imagen de Else Torp aparece. Como si fuera un fantasma, su espectralidad da un elemento esperanzador.
Hacia el final del concierto algunos afortunados pudimos subir al escenario. No más de veinte personas. Desde arriba, en la vista de los músicos, Cave lucía como una especie de pastor al que los seguidores tocaban. Entre las capturas de video y foto, el dandy hizo una señal con la mano: “guarden todo eso y ayúdenme”. Con ambas palmas, simuló empujar al cielo. Por un momento los afortunados también lo hicieron mientras cantaban I got a feeling that just won’t go away / You’ve gotta just keep on pushing, push the sky away. Andrés, amigo de tiempos universitarios y el mayor fanático de Nick Cave que conozco, se encontraba en primera fila mientras Nick tocaba los dedos de todos, los de él incluido. Al toparme con él a la salida del concierto, el amigo se encontraba sudoroso y conmovido. “Es el mejor concierto de mi vida”, me dijo. Varios de mis conocidos comparten esa opinión, la de sobrevivir a una especie de catástrofe emocional.
Para Nick Cave, el Apocalipsis ya pasó hace mucho. Se han extinto las utopías, se despidió parcialmente de su linaje y suenan lejanos los tiempos en los que el rock impulsaba diversos cambios ideológicos. Ahora sólo es un tiempo de ruinas. Un tiempo humeante, derretido, quemado. Todo eso no importa, nos dice Cave, si aún queda el impulso vital: Some people say it’s just rock and roll, but it gets you right down to your soul. Sólo la finitud de las cosas, su muerte, nos hace pensar en el infinito. Una canción faltante en el concierto completa esa visión fantasmal postmetafísica de la que hablo, “Higgs Boson Blues”. Es sabido que muchas de las estructuras musicales de Cave son deudoras del blues, y que al ser fusionadas con la poesía agitada del australiano dan como resultado una combinación cósmica y doméstica en ambas partes. Dos frases memorables: ¿A quién le importa lo que traiga el futuro?, y Tomaré una habitación con vista [¿panorámica?,¿al mar?,¿al abismo?], completan el rompecabezas que el músico mostró también en las dos últimas piezas “Push The Sky Away” y “Rings Of Saturn”. Canciones que invitan a tomar distancia de la agitación que nos rodea, a no involucrarnos con los caminos usuales y, por lo tanto, ser arrastrados hacia el fango; sugieren participar en el mundo sin convertirse en una parte atrincherada del mundo, y finalmente dejar que pase lo que pase, nunca nos tocará, porque sabemos que somos seres eternos viviendo en un lugar temporal. Como dijo Cave antes de irse: “alcanzar lo alto y colgarse como un niño en sus sueños de los anillos de Saturno”.