Hace dos meses llamamos la atención sobre tres series televisivas destacadas que, por uno u otro motivo, pasaron desapercibidas: Red Oaks (Amazon Prime Video, 2014-2016), Good Girls Revolt (Amazon Prime Video, 2016) y Hung (HBO, 2009-2011). Extendido el confinamiento, nos detenemos ahora en otras tres producciones a las que une su condición de alternativa a los megafilmes centrados en “hombres difíciles”. Aquí las mujeres toman la pantalla.
Enlightened
Dos temporadas
HBO, 2011-2013
El personaje sobre el que gira esta serie es una gran antagonista. Desagradable, gritona, condescendiente, vengativa, envidiosa, explosiva, fútil. Amy Jellicoe, brillantemente interpretada por Laura Dern, es una mujer en crisis absoluta, que no sabe ni ha sabido nunca el sentido de su existencia y tampoco está demasiado interesada en conocerlo, aunque intente convencerse de lo contrario pagando un programa carísimo en un centro de bienestar para superar el quiebre histérico que le costó el trabajo. Amy provoca la antipatía del espectador casi de inmediato, y sin embargo queremos verla, estar cerca de sus decisiones y acompañar rutinas estériles: ninguna otra serie nos enfrenta tan abiertamente al lado desagradable de cualquier ser humano como lo hace Enlightened, que aún con una recepción crítica notable (Dern se llevó el Emmy y el Golden Globe en cada una de las dos temporadas) fue cancelada sin clemencia por HBO debido a sus bajos niveles de audiencia.
Estamos en Los Ángeles, donde el clima siempre es ideal y la luz difícilmente afea un tono. Aquí se trata, sin embargo, de huir de la belleza cuando es mucha, de encuadrar con simpleza, de mantener la cámara quieta en el encierro y dar la espalda al atardecer de la ventana: la ciudad es dolorosamente plana tanto en los suburbios como en los edificios corporativos en los que se desarrolla la acción. Esa suerte de indiferencia se hará notar aún más cuando los personajes estén en espacios abiertos. Ahora esa pátina de perfección artificiosa reviste los planos de un aura aún más triste. Hay que sentirse incómodo, confrontado, incluso totalmente desencantado –ésta podría ser la gran virtud de la serie y, paradójicamente, el motivo de su poca convocatoria. Una de las recompensas llega cuando la suma de dudas y defectos de las que hemos sido testigos nos revela existencias demasiado parecidas a las nuestras, con días de minúsculas alegrías cotidianas llenas de ternura por las que, quizá, valga la pena seguir.
El coautor de la serie es Mike White, actor y escritor amigo de Dern que se vuelve el mejor complemento de la irritante Don Quijote en la que se convierte Amy en la última parte de la segunda temporada. Callado, inteligente, reprimido, su presencia es sutil pero determinante, y ver el crecimiento de la relación es uno de los grandes placeres que la serie depara a los fieles que continuaron hasta el final, a pesar de saber que no habría futuro. Enlightened, no obstante, tiene su punto más alto cuando avanza de lo pequeño a lo grande: no somos sólo individuos encerrados por decisión propia en pequeñas vidas comprometidas sino el engranaje de un sistema que usa y que tira a conveniencia. Cuando Amy entiende que su venganza contra la despiadada compañía que la denigró no tiene sentido si es individual, encuentra esa suerte de luz que no halló en ningún refugio de bienestar. Su despertar no es espiritual sino político. Abracemos el desencanto y, por fin, hagamos algo con él.
I Love Dick
Una temporada
Amazon Prime Video, 2017
Ni Jill Soloway, escritora y directora consentida de Amazon desde su exitosa Transparent, se salvó cuando la plataforma decidió de tajo cancelar su catálogo de series “intelectuales y de nicho” para dar paso a títulos con más convocatoria. Por supuesto que I Love Dick, adaptación de la novela de Chris Kraus, era exactamente el tipo de comedia de la que Amazon huía: feminista por los cuatro costados, ciertamente intelectual, si así se define una obra audiovisual que se preocupa por sus referentes, y dirigida a un público calculadamente selecto, amante del arte y conocedor de sus claves íntimas. De esta forma, sólo es posible hincar el diente a una temporada de la fórmula Soloway-Kraus que, hilada con solidez y carácter, puede ser vista como una suerte de miniserie que encierra el núcleo de la novela epistolar.
Esta pequeña delicia de únicamente ocho capítulos nos permite atravesar, como ráfaga, la obsesión de Chris por el Dick del título (que juega con la otra acepción de la abreviatura de Richard en inglés) hasta llegar a su ardiente centro. Es una obsesión sexual, como su nombre lo grita, y la novedad es que el género femenino no es el receptor, como siempre, sino el generador. Así que su marcha es apasionada, explosiva, exhibicionista, acalorada; en el protagónico, la actriz Kathryn Hahn va de maravilla por esas veredas. Se apoya en una gramática osada: lo sutil del paisaje casi lunar del (tan en auge) pueblo de Marfa, Texas, encuentra un buen contrapunto en planos nerviosos y urgentes que retratan la plenitud de su deseo. Estamos ante un lenguaje poco codificado, adulto y para adultos, que escapa del didactismo, no teme a la explicitud del roce sexual y exige que la mujer hable con todas las letras de su apetito. Y luego está Kevin Bacon de artista vaquero sesudo y salvaje, todopoderoso macho que pareciera echarse encima, cual aftershave, el aura benjaminiana de sus obras: ella va tras él sin descanso en un baile de apareamiento montado sobre una escenografía sofisticada, que no deja a ningún espectador indiferente.
Creada por Soloway en combinación con Sarah Gubbins, escritora y productora que también se inclina por temas poco convencionales, I Love Dick tiene la marca de casa: contenidos inteligentes, acordes con un público exigente y activo. A Soloway se le echa de menos, ahora que también terminó (locamente) esa maravilla llamada Transparent. Ojalá que su siguiente proyecto tenga los mismos vuelos, y que regrese pronto.
Z: The Beginning of Everything
Una temporada
Amazon Prime Video, 2015
Para Zelda Fitzgerald todo terminó antes de tiempo. Sus facetas de escritora, bailarina y artista, las tres prometedoras, nunca florecieron y para la memoria quedan detrás de sus papeles como esposa de un autor famoso y abanderada del estilo frívolo y liberador de la era del jazz (no en balde se le conoce como la primera flapper de la historia). Su célebre marido, el escritor F. Scott Fitzgerald, se mostró desde el principio y hasta el fin celoso de su brillo, que prematuramente se apagó. Zelda pasó los últimos años de vida luchando por no perder del todo la salud mental, encerrada en un hospital psiquiátrico, y murió a los 47 años.
Casi un siglo después, llevar su vida a la pantalla sugiere un acto reivindicatorio: dejar claro que fue una artista por derecho propio, más allá de su papel de esposa y “musa”. Por desgracia el esfuerzo topó rápidamente un límite, igual que le sucedió a Zelda, y de esta serie de Amazon solo podemos ver una temporada: Z: The Beginning of Everything, creada por Dawn Prestwich y Nicole Yorkin, basada en la novela Z: A Novel of Zelda Fitzgerald, de Therese Anne Fowler.
Sucede con frecuencia en proyectos ambiciosos: el protagónico recae en una estrella y su mera presencia debe funcionar como reflector gigante que en su destello cobije ciertos badenes en la estructura general. Aquí Christina Ricci tiene la tarea de compensar el tono vago de los dos primeros capítulos, que oscila sin mucho garbo entre enredos y drama. Al tiempo que se asienta la mezcolanza inicial, cierta armonía se va colando en todos esos huecos poco a poco, y a partir de la tercera entrega la serie encuentra la manera de plantar su tono y delimitar su épica: ésta es Zelda y estamos aquí por ella –no por el genio de Scott ni por los locos años veinte ni por el encanto del viejo sur. Así que el personaje va por delante en cada detalle: su claridad para decir y su desparpajo para estar; a veces su silencio, porque prefiere plasmar esas palabras en su diario con una prosa tan potente que se hará oír, aunque en voz de otro. Ahora todos sabemos que su marido construyó algunos textos con frases, párrafos, páginas enteras escritas por ella en ese cuaderno; era un procedimiento conocido y aceptado por todos, incluyendo la propia Zelda, claro. Lo injusto de este acuerdo se señaló muchos años después, cuando la crítica comenzó a revalorar el único libro firmado por ella, Save Me the Waltz (1932), una novela con base autobiográfica que en su momento fue rechazada y que hoy se reconoce como el inicio (y fin) de una voz absolutamente original.
Dijimos antes que Z es ambiciosa y no sólo en lo referente a sus valores de producción, que se miden dignamente con los de cualquier serie ambientada en otra época: su arco narrativo avanza lentamente en luminosas escenas cotidianas que a veces conviven con momentos históricos de mayor talante, como aquel en el que Zelda se hace el “Bob” y recorta su falda. Esa progresión pausada, casi íntima, demuestra la intención de añadir, temporada a temporada, capas de matices para delinear retratos complejos que trascendieran lo anecdótico. Sin embargo el crecimiento de la protagonista, su etapa en París junto a personajes como Gertrude Stein o Ernest Hemingway, su incipiente carrera como bailarina, su destape como escritora o su incursión en la pintura, tristemente nos han sidos negados, pues la serie fue cancelada cuando la segunda temporada estaba a punto de ser filmada. La leyenda de Zelda ha quedado, como siempre y por desgracia, intacta.