16 de agosto de 2017

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23/11/2024

Literatura

Oscuro y luminoso

Una lectura de ‘Lo que no tiene nombre’, el libro en el que Piedad Bonett enfrenta el suicidio de su hijo, a diez años de su aparición

Roberto Abad | jueves, 20 de julio de 2023

Daniel Segura Bonnett, de la serie 'Embozalados' (2008)

Un rottweiler pintado en blanco y negro al óleo, con un bozal en el hocico, mira detenidamente al espectador. Su mirada pesa tanto que por un momento dejo de considerar que la obra está inacabada y que una parte –el perfil izquierdo– se ha quedado en etapa de boceto. Luego aparece otro cuadro que muestra más o menos la misma primicia (el perro, el bozal, la mirada), pero ahora a color. El animal, silencioso y temible, se vuelve intimidante con el realismo que logra la pincelada. Una tercera obra surge para dar una especie de solución a la secuencia: el perro consigue, al fin, deshacerse del bozal, a costa de movimientos bruscos, enloquecidos.

Se trata de las primeras tres pinturas que aparecen en el blog de Daniel Segura Bonnett, que visité tras haber terminado Lo que no tiene nombre, de la escritora colombiana Piedad Bonnett (Amalfi, 1951). Ella y su esposo abrieron el sitio para homenajear la obra y memoria de su hijo, quien “se quitó la vida el 14 de mayo de 2011, dos meses después de haber cumplido 28 años”, se lee en el texto introductorio. La sensación que detona esta experiencia (poner a dialogar texto e imagen) es desconcertante: algo hace clic y, a la vez, algo termina de quebrarse. ¿Por qué he hecho esto?, me pregunto. Quizá para completar la imagen de Daniel.

Durante mucho tiempo oí hablar de este libro, casi imposible de conseguir en su formato impreso. Es el testimonio de la pérdida de un hijo, una narración que camina por los lenguajes posibles para explorar el fondo del dolor, del duelo y de la empatía por el otro. La autora se adentra en una búsqueda personal a través de la palabra para acercarse a un hecho: el suicidio de su hijo. Entonces la escritura se vuelve zona de resguardo, aunque, por momentos y en los ratos menos esperados, se convierta en lo contrario: “Instalada como estoy en la reflexión, siento de pronto, sin embargo, que Daniel se me escapa, que lo he perdido, que de momento no me duele. Me asusto, siento culpa. ¿Es que acaso he empezado a olvidarlo?”.

Lo que no tiene nombre se publicó por primera vez hace una década, en 2013. Desde la mirada de la escritora vemos pasar la vida de Daniel, su pasión por el arte, por la música, su exigencia de convertirse en un gran pintor (que lo era), y su inmersión a ese mar oscuro donde se descomponen las certezas, la esquizofrenia, lo que conlleva un largo recorrido por hospitales, doctores y más doctores, hasta el momento trágico que sin embargo se revela desde un inicio: “Tu hijo ha muerto y debes empacar una maleta para viajar hasta donde te espera su cadáver”. Pero el descenso al infierno –así lo llama Bonnett– comienza mucho antes.

La literatura hecha por otros aparece para iluminar un poco, acaso, a través del faro del entendimiento, todas las preguntas pendientes: “Ahora que Daniel ha muerto, leo un cuento de Nabokov que me recomienda mi hermano. Allí se describen los síntomas de un chico enfermo al que sus padres van a visitar al hospital mental”. De pronto existe la comprensión, pero tan frágil es que se escapa en un segundo y nacen más dudas: “¿Cuántas maneras hay de suicidarse? ¿Hay unas más dulces, más estéticas, más románticas que otras?”.

Una frase de las últimas páginas se queda revoloteando en mi cabeza: “Ahora sé que el dolor del alma se siente primero en el cuerpo”. El alma y el cuerpo van a destiempo, qué tragedia. Luego uno cierra el libro y se queda desamparado, rogando porque ese dolor en Piedad Bonnett haya encontrado un cauce, aunque se sabe que es imposible, que el dolor se transforma, pero no se va del todo. Vuelvo a las pinturas del blog. Leo los comentarios que le agradecen a la escritora por haber compartido su experiencia, que la abrazan a través de la virtualidad, y que elogian a Daniel el artista. “La pintura no ha muerto”, se atreve a poner alguien. Y comprendo la última página del libro, el único momento donde Bonnet le habla a su hijo: “Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria”. Al menos eso, al menos eso.

Piedad Bonett, Lo que no tiene nombre, Alfaguara, México, 2023

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