Basada en hechos reales (2017), la más reciente película de Roman Polanski, es una ficción sobre el síndrome de la página en blanco, del escritor que no puede crear porque no encuentra suficiente interés en lo que ronda por su cabeza. El filme del director polaco, que se presentó el año pasado en el Festival de Cannes, también se desplaza al tema de la fama de los creadores que devienen celebridades (un traje que a Polanski le viene bien) y la fascinación que despiertan en detractores y adeptos. Así inicia el filme: Delphine Dayrieux (Emmanuelle Seigner) firma su último libro, un bestseller en el que cuenta el suicidio de su madre, en una feria. La fila, interminable, la abruma. Ahí conoce a Elle (Eva Green), una joven atractiva a la que niega un autógrafo, lo que provocará que la acuse de ser responsable de lo que su vida y obra provocan en los demás. Delphine, por supuesto, se queda prendada del desenfado de la chica.
Polanski escribió el guion, basado en la novela homónima de Delphine de Vigan, junto con Olivier Assayas. Esta colaboración dio como resultado una cinta que tiene una atmósfera similar a la de Personal Shopper (2016), la película de Assayas en la que ronda el espíritu de Antonioni sobre la comunicación y la fantasmagoría en el mundo de las redes sociales. Dayrieux es una escritora opuesta a lo digital: escribe en cuadernos, nunca revisa sus correos, se comunica poco con su pareja e hijos. Esta disidente del mundo contemporáneo encuentra en Elle a una persona que organiza y controla su vida: lleva su agenda y, después, se muda a su departamento. La escritora se deja llevar. Pronto el bloqueo comienza a destrabarse cuando se da cuenta de que tiene enfrente, en su propia casa, a una heroína que le cuenta historias incompletas, misteriosas. Entonces afirma su deber: ella debe darle sentido a todos estos relatos fragmentarios.
Basada en hechos reales guarda relación con Misery (1990), de Ron Reiner, y Swimming Pool (2003), de François Ozon. Ambas son reflexiones sobre la creación, el control, el fanatismo y el poder, aunque en diferentes registros. La de Polanski es una cinta que tuerce los géneros, que, a la manera de Assayas, diluye los hechos en favor de un ejercicio que pone a prueba el condicionamiento clásico al que están acostumbrados los espectadores. Me explico: Delphine sabe que Elle es peligrosa y destructiva, pero también está convencida de que debe arriesgarse y obtener de ella lo que necesita. ¿Hasta dónde será capaz de llegar para salir airosa de las garras de una controladora?
Es complejo valorar qué lugar ocupa esta película en la potentísima filmografía de Polanski. Se le puede considerar como una cinta de lugares, de interiores, como Repulsión (1965), El bebé de Rosemary (1968) y El quimérico inquilino (1976). También un filme sobre relaciones de poder como Luna amarga (1992) y La muerte y la doncella (1994). Sin embargo parece asomarse algo nuevo, aunque discreto: la idea de la simulación, la suplantación de identidades propia de la liquidez que define las interacciones en la era digital. Cuando Elle se hace pasar por la escritora, con su consentimiento, para acudir a una reunión con estudiantes en una escuela, Polanski desnuda su estrategia: aminorar las certezas que guarda el espectador sobre quién hizo qué en la historia.