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El caso Polanski en tiempos del #MeToo

El premio César al director ha movilizado a creadoras de todos los ámbitos a pensar el rol del feminismo y la libertad de expresión en el cine

Carlos Rodríguez | jueves, 12 de marzo de 2020

Imagen - Adèle Haenel abandona la ceremonia de los César / Foto: Berzane Nasser

Emmanuelle Bercot anuncia a Roman Polanski, ausente, como ganador del premio César a mejor director por El acusado y el espía (2019), se oye un flaco ¡eh! y Adèle Haenel, nada tímida, se levanta de su asiento, se dirige a la salida diciendo qué vergüenza y abandona la sala. A pesar de ser violentadas con gas lacrimógeno, afuera cientos de mujeres feministas expresan su descontento por las 12 nominaciones al César para el filme del director franco-polaco. Céline Sciamma, directora de Retrato de una mujer en llamas (2019), que sólo consiguió un premio, sigue a la actriz, una de las protagonistas de su película.  

En noviembre de 2019 la intérprete de La chica desconocida (2016) acusó al director Christophe Ruggia de acoso sexual y de haberla tocado de manera indebida cuando tenía entre 12 y 15 años. Haenel, de 31 años, es la portavoz del movimiento #MeToo en Francia. “Distinguir a Polanski es escupirle en la cara a las víctimas”, declaró a The New York Times, luego de la ceremonia de los César del 28 de febrero.

El premio a Polanski, que en 1977 fue acusado, entre otros cargos, de violar a Samantha Gailey, de 13 años, fue recibido como una provocación. Lo anticipó el Ministro de Cultura de Francia, Franck Riester, al señalar, unas horas antes de la premiación, que distinguir al director de 86 años (acusado de violación por al menos otras 10 mujeres a lo largo de los años) sería una mala señal para la sociedad, las mujeres y todos los que luchan contras las agresiones sexuales y el sexismo. 

“La dificultad del César a Polanski es que no sólo se celebra la obra, sino también al hombre. La Academia de los César debe transformarse: no hay que olvidar que cada vez que se otorga un César, ciertamente hay un reconocimiento artístico, pero también se envía un mensaje a la sociedad”, dijo a Le Monde luego de la polémica ceremonia.

El acusado y el espía, que recién se estrenó en México, es una película sobre el caso Dreyfus. Recibida de manera favorable por la crítica, la cinta, que fue vista por más de millón y medio de espectadores en Francia, resultó problemática desde que se estrenó en la Muestra de Cine de Venecia el año pasado. Ahí, Lucrecia Martel, presidenta del jurado de la Mostra, se negó a ir a la gala de proyección del filme. “Yo no separo al hombre de la obra”, dijo. 

Visiones antagónicas

Polanski es director de varias películas significativas, entre las que se cuentan Repulsión (1965), El bebé de Rosemary (1968), El inquilino (1976), La muerte y la doncella (1994) y El pianista (2002), por la que ganó el Oscar a mejor director, que no pudo recoger. El realizador sólo puede transitar libremente en Francia, Polonia y Suiza, ya que la justicia de los Estados Unidos ha intentado extraditarlo durante décadas, a pesar de que cumplió una condena de 42 días en prisión en 1977.        

Claire Denis, que acompañó a Bercot en el escenario para otorgar el premio que recayó en Polanski, acotó: “los miembros de la Academia votaron, encontraron que la película de Polanski es mejor que las otras, eso es todo, son los César. No creo que haya que buscar más. La cólera contra Polanski es fundamentalmente justa, pero no se expresa en un buen momento”. Por su lado, Fanny Ardant celebró el galardón: “No todos están de acuerdo con él, pero viva la libertad. No me gusta condenar”, dijo la actriz, que fue atacada en las redes sociales por comunicar su postura.      

Al día siguiente Virginie Despentes, autora de Teoría King Kong y Viólame, recogió el hecho a su estilo, en un texto publicado en Libération. “Nos lo pueden decir en todos los tonos, su imbecilidad de separación entre hombre y artista. Todas las víctimas de violación por parte de artistas saben que no hay división milagrosa entre el cuerpo violado y el cuerpo creador. Llevamos lo que somos. Eso es todo. Vengan a explicarme cómo dejar de ser la niña violada fuera de mi oficina antes de empezar a escribir, bastardos”. En su columna, Despentes argumenta un conflicto de poder “entre quienes tienen la intención de confiscar las narrativas e imponer sus decisiones y quienes se paran y se quiebran mientras gritan”. 

Durante una conferencia para hablar de la controversia, Dominique Schnapper, socióloga y politóloga, remarcó que el tono de la diatriba de Despentes no es el de la discusión democrática. Schnapper explicó que en el contexto actual hay un conflicto de valor entre la lucha de las mujeres por la igualdad y la libertad de expresión que conduce a separar la obra de arte de la calidad moral del artista. “Si se es agudo se entiende que si estás a favor de la igualdad, no estás en contra de la libertad de expresión; si estás a favor de la expresión, por otro lado, no estás en contra del movimiento feminista. Lo que me sorprende es la reacción generacional. Las generaciones más viejas, que tienen una conciencia histórica distinta, son más sensibles al principio de la libertad de expresión y las nuevas generaciones, en su mayoría, son más cercanas a la lucha de las mujeres”. 

Al matizar el tema, Schnapper subraya las consecuencias que tiene este debate en el terreno estético. Durante la charla la filósofa dio un ejemplo: el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Yale suprimió el estudio de todas las obras realizadas por hombres. La reacción de Adèle Haenel condensa el desafío que enfrentan las instituciones ante los cambios sociales. El cine, por otro lado, ha demostrado ser un vehículo para denunciar las narrativas dominantes. Sin embargo resulta pertinente interrogar y diferenciar los roles del cine como industria y como arte en el marco de las discusiones.

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