Hace poco se estrenaron dos películas fundamentales: El hilo fantasma, de Paul Thomas Anderson, de la que ya hablamos, y El proyecto Florida, de Sean Baker. Ambos filmes, producidos en 2017, confirman el momento de renovación que atraviesa el cine estadounidense, siempre en diálogo con su propia historia y con el cine europeo. El filme de Anderson –que reelabora de forma inteligente la sumisión, el tema medular de su obra– subvierte las convenciones fílmicas de los géneros. El proyecto Florida, por otro lado, da una nueva vuelta de tuerca al neorrealismo. El movimiento italiano ha sido reelaborado en las últimas décadas por los hermanos Dardenne y Ken Loach, entre otros, cuyas películas han sido premiadas varias veces en el Festival de Cannes. La propuesta de Sean Baker, sin embargo, se opone a la estética morosa del llamado cine social que estos directores enarbolan, lo que no impide que medite sobre la precariedad. Tangerine (2015), por ejemplo, fue filmada con tres teléfonos iPhone. Esta película, que sigue a dos mujeres transexuales que se prostituyen en las calles de West Hollywood, sorprendió de forma grata por deslindarse de la denuncia que suelen hacer películas que abordan temas escabrosos relacionados con el ejercicio de la sexualidad. El alegre colorido del filme, inspirado en los cielos anaranjados de Los Ángeles, marcó también una diferencia formal acertada. A pesar de tratarse de una ficción, se reconoce en la película una realidad anclada a las dificultades laborales en las sociedades contemporáneas, cuyas calles no mienten: son los escenarios que muestran las carencias y las desigualdades del presente.
El proyecto Florida, en la que el mexicano Alexis Zabe (conocido por su colaboraciones con Fernando Eimbcke y Carlos Reygadas) funge como cinefotógrafo, es un filme sobre una joven mujer, Halley, que vive con Moonee, su hija de seis años, en un motel que se encuentra a un costado del parque temático de Disney en Florida. Baker muestra tiendas de souvenirs, restaurantes y fuentes de sodas que estimulan los sentidos con sus formas arquitectónicas y colores. La gama cromática, evidentemente pop, alude, en primera instancia, al consumo y al turismo. Los efectos catastróficos de la desmesura, por otro lado, dejan entrever la maquinaria capitalista que, en este caso, tiene las orejas del ratón Mickey. No es necesario ir a Florida para constatar la situación. A espaldas de cualquier sucursal de Walmart en este país, por ejemplo, las calles están poco iluminadas, sucias y habitualmente ocupadas por indigentes.
En el filme de Baker hay pocos contraplanos, de esta forma rompe la simetría que produce este efecto espejo (que afecta el entendimiento entre los personajes, quizá). El director, que realiza este tipo de montaje en contadas ocasiones, prefiere mostrar los lugares. Una de las secuencias más reveladoras de la película sigue a Moonee y dos amigos en una excursión a una casa abandonada. El trayecto que realizan los niños va del exterior luminoso a la penumbra que reina en el interior de la morada, en la que hay objetos que atestiguan que alguien salió huyendo de ahí; luego prenden fuego a la ruina. Este hecho es sintomático porque los niños viven en cuartos de hotel, en un estado de permanente suspensión (como si se tratara de unas vacaciones), ya que no tienen donde vivir. Esta parte de la película recuerda a Children’s Game #15 (2013), la pieza de Francis Alÿs en la que un grupo de niños juega en las casas que conforman una ciudad fantasma en Ciudad Juárez.
Este contexto de pobreza, que es manejado con un humor que evita la abyección redituable, se ve en las actividades de los personajes. La madre de Moonee, una joven desenfadada, vende perfumes afuera de un club para pagar el alquiler del cuarto. Su vecina y amiga, que sirve mesas en una cafetería, se encuentra en condiciones similares.
Al inicio del filme se escucha “Celebration”, la famosa canción de Kool & The Gang. Una aclaración: el filme no es una celebración de las condiciones de vida y laborales de sus personajes, que se mezclan con gente que realmente habita en esos hoteles en las escenas. Se trata, por el contrario, de una atenta mirada de los lugares empobrecidos a causa de los proyectos de corporativos que agotan los recursos y la fuerza de trabajo de los lugares en que se emplazan y, siniestramente, excluyen a una gran cantidad de personas. El castillo de la Cenicienta, el emblema de Disney World, se aprecia en una escena, de gran fuerza emotiva, que funde la inocencia infantil con el pensamiento mágico que monetiza sueños y promesas de salvación que alienan y desgarran vidas.