16 de agosto de 2017

La Tempestad

También las artes cambian al mundo

21/11/2024

Artes visuales

La imaginación colectiva

Guillermo García Pérez | jueves, 12 de enero de 2017

Georges Seurat, Marea baja en Grandcamp, 1885

El libro 24/7 (2013) tocó un punto neurálgico de nuestra época: el asedio constante, especialmente a través de las imágenes, al que nos somete el capitalismo contemporáneo. Recuperamos esta conversación con Jonathan Crary publicada originalmente en nuestra edición 113 para abordar tres cuestiones concretas.

 

En 24/7 analiza las dinámicas del capitalismo con relación al sueño. Con la productividad permanente vienen aparejadas una exposición y una visibilidad permanentes. En este escenario, ¿cómo se transforma el pensamiento crítico? ¿Hasta qué punto el ejercicio de la crítica precisa las pausas que proporcionan el sueño y otros procesos de desconexión?

Cuando escribía 24/7 no esperaba la respuesta ni el interés que suscitó el libro en muchos de los lugares donde se publicó. Lo que escribí resonó en una sensibilidad colectiva, especialmente respecto al tema del sueño. En el libro alterné entre la discusión sobre la experiencia somática del sueño y su uso como figura que representa una variedad de fenómenos. El tema del sueño se convirtió en un “anzuelo” que une un gran número de temas que me interesan. Vi al sueño como una demostración vívida de la incompatibilidad destructiva y fundamental entre la vida humana y el imperativo sistémico del capitalismo del siglo XXI. En retrospectiva, el subtítulo del libro (“Capitalismo tardío y los fines del sueño”) pudo haberse malinterpretado, especialmente en varias ediciones extranjeras donde el plural y doble sentido de «fines» como propósito, objetivo o meta se perdió por completo; parecía como si estuviera anunciando de manera pesimista el advenimiento de un mundo carente de sueño. En lugar de eso propuse que el objetivo del sueño es descansar, retirarse, recuperarse: todo lo que se opone a la lógica del 24/7 del capitalismo. Para mí es una fuente de optimismo que existan aspectos de la vida humana y social que efectivamente son inconquistables por las fuerzas financieras y de la mercantilización. El capitalismo puede dañar y despojar nuestros interludios de sueño y reposo pero en realidad existen límites que se resisten a sus tendencias aparentemente inexorables y que se burlan de las predicciones absurdas, como la evolución hacia híbridos biomecánicos. La necesidad humana de un ritmo de vigilia-sueño o trabajo-recuperación se refleja en las catástrofes ambientales actuales. Hemos alcanzado un umbral de crisis donde los patrones explotadores de extracción y producción de veinticuatro horas, durante siete horas a la semana, se enfrentan a la sustentabilidad de los océanos, las selvas, el campo, los recursos hídricos y demás. Cualquier sistema vivo necesita tiempo para regenerarse. No hay nada original sobre mi “tesis”. Pero ofrecí un marco retórico para subrayar problemas cruciales que casi todos comprendemos intuitivamente.

 

Creo que el pensamiento crítico debe aceptar la utilidad y la importancia del “lugar común”, es decir, del conocimiento basado en la experiencia que se comparte, se vive y se forma en comunidad. Se enfrenta a una alternativa más privilegiada (europea y anglosajona): la noción del crítico teórico que genera formulaciones y conceptos originales y nuevos por puro virtuosismo intelectual. Me parece que debemos comprender con mayor claridad las limitaciones del modelo del crítico teórico como superestrella o celebridad, que se apoya en fuerzas mercadológicas, de autopromoción y modas intelectuales. Al mismo tiempo, cualquier discurso crítico efectivo que se nutre de lo común no puede separarse de los esfuerzos continuos por inventar, aunque sea provisionalmente, nuevas formas de vivir. Construir nuevas comunidades y relaciones de apoyo mutuo posee un valor implícito como crítica, es una forma de sobrepasar las separaciones jerárquicas de la teoría y la práctica, intrínsecas a gran parte de la cultura intelectual occidental.

 

Conocemos y padecemos la «sobrecarga de imágenes» que producen las tecnologías contemporáneas, pero el sueño también funciona esencialmente a nivel de imágenes. ¿En qué radica la diferencia de ambas instancias de la imagen? ¿Se trata de una cuestión de ritmo, de formas, de grados de codificación? 

Algunas de estas cuestiones se refieren a problemas de atención relacionados con tecnologías culturales contemporáneas que, obviamente, se vinculan con mis temas de exposición continua y de crisis en la percepción. Lo que muchos llaman la “economía de la atención” es una parte crucial del funcionamiento del capitalismo global, pero debemos ser claros en aquello a lo que nos referimos cuando utilizamos esta frase. Como si se tratara de un destilado de aquello que a finales del siglo XX llamábamos “espectáculo”, la “economía de la atención” es una mezcla de aparatos y redes que producen una docilidad política que neutraliza la solidaridad cívica al mismo tiempo que provee la infraestructura para monetizar todo momento de la vida de vigilia. Sin embargo, la “atención” como se usa en la jerga corporativa tiene poco que ver con los sentidos que históricamente se le han asignado al término, y muy poco con las posibilidades creativas o éticas de la atención como las desarrolladas por Henri Bergson, Simone Weil, William James, Martin Buber y muchos otros. Una forma de entender el modelo operativo de la “atención” es considerar la creciente industria de la tecnología que registra el movimiento ocular. Esta forma de monitoreo, cada vez más común, ofrece métricas en torno a las cuales nuestro mundo visual se reconstruye. El registro de los movimientos rotacionales del ojo archiva y cuantifica aquello en lo que nos concentramos y durante cuánto tiempo lo hacemos. Su objetivo es utilizar el flujo continuo de información sobre lo que atrae nuestro enfoque visual para modificar el contenido de plataformas visuales para dirigir nuestros ojos hacia locaciones predeterminadas. De esa forma la atención se vuelve una mera cuestión de encuentro entre la pupila del ojo humano y un punto específico dentro de nuestro campo visual. La información que prioriza son las “fijaciones”, aquello en lo que la mirada descansa momentáneamente durante una pausa en el movimiento rápido del ojo. Este es el modelo predominante de “atención”, algo que puede medirse apenas como intervalos de la actividad ocular motriz.

 

Algunos desprecian este tipo de registro por ser una forma de monitoreo intrusivo, pues descubre y archiva con precisión considerable lo que vemos (y que también se utiliza como una forma de identificación biométrica). Pero el espionaje de las inclinaciones personales de los individuos no es realmente lo que está en cuestión. En lugar de eso se está convirtiendo en un proceso de retroalimentación para modificar y refinar las pantallas digitales de todo tipo, así como algunos entornos del mundo real, para optimizar la posibilidad de que uno “atienda” las secuencias prediseñadas de una atracción visual. En cierto sentido es parte de un gran proyecto que busca modificar el comportamiento y cuyo objetivo es persuadirnos de ver algo, al tiempo que se sostiene la ilusión de la elección y la acción autónomas. Lo que veo es una reforma imparable de los entornos visuales digitales que muchas personas ya habitan continuamente. Al rediseñar continuamente estas plataformas, de acuerdo con la información de monitoreo ocular, ocurre un mortífero vaciamiento de la experiencia perceptiva que se reemplaza por una inmensa rutina de atracción y respuestas mecanizadas por medio de algoritmos cada vez más intricados. El resultado no es tanto nuevas formas de control como perjudicar nuestra habilidad para crear discriminación visual en entornos reales y vivos. Se degradará nuestra capacidad para ver dentro de ecologías naturales y sociales. Desastrosamente, estamos perdiendo la habilidad de ver y de conocer los colores del mundo.

 

 

Theodore Gericault, El caballo muerto, 1823

 

En Suspensiones de la percepción estudia los casos de Manet, Seurat o Cézanne para abordar las maneras contemporáneas de ver. No sólo porque en el siglo XIX se sentaron las bases de muchas expresiones artísticas actuales, sino porque para hablar del presente es necesaria una distancia diacrónica. ¿Hasta qué punto es esta distancia deseable?

Me preguntas sobre la relevancia de la distancia diacrónica para cuestionar nuestro propio presente y tienes toda la razón: las posibilidades de los puntos de observación que nos permitirían ver a distancia están desapareciendo rápidamente, y no se recuperan de forma sencilla. Esto me recuerda algo señalado por Guy Debord, a saber, que en un mundo donde sólo se atribuye importancia a lo inmediato ocurre la erradicación paralela del conocimiento histórico que podría ayudarnos a criticar cualquier afirmación de importancia. Como persona que pasa parte de su tiempo impartiendo clases de historia del arte, sin embargo, me sorprende la persistencia acrítica de modelos anticuarios que, al final, simplemente son apoyos empíricos para el mercado global del arte. Si la historia del arte, al menos de Occidente, puede ser relevante, es a partir de algunas prácticas formales que vemos en el trabajo de André Malraux, en La estética de la resistencia de Peter Weiss, en Historia(s) del cine de Jean-Luc Godard, en los filmes para museo de Aleksánder Sokúrov, en Hitler: un filme de Alemania de Hans-Jürgen Syberberg, así como en algunos de los textos de Georges Didi-Huberman y Marie José Mondzain, por mencionar ejemplos. Sigo interesado en el arte decimonónico y he trabajado en algunos aspectos del trabajo de Géricault y de Turner, a pesar y más allá de que sean considerados canónicos. Pero la Europa del siglo XIX sigue siendo crucial por otras razones: es importante recobrar la imaginación colectiva, ahora enterrada, que floreció después de 1830, una imaginación que cuestionó radicalmente la noción de propiedad privada y que soñó con un mundo socialmente igualitario, construido a partir de relaciones de apoyo mutuo (de Cabet, Tristan, Owen y Proudhon a Marx, Bakunin, Kropotkin y muchos otros). Son ideas sencillas, difícilmente utópicas, que ayudaron a crear movimientos políticos masivos que, de 1848 en adelante, sólo pudieron erradicarse a través de la represión sin tregua, la falsificación intelectual, la violencia estatal y una ignorancia manufacturada que continúa en la cultura millonaria de nuestro tiempo. En una época en que el discurso político está limitado a las propuestas de una modesta redistribución de riqueza (como se hizo en Occupy Wall Street) es importante mantener la memoria, los fantasmas de esa extraordinaria era por sus retos y alternativas visionarias ante intereses e instituciones aparentemente atrincherados. Por supuesto, nuestros problemas, en medio de la violencia del tambaleante mundo neoliberal, requieren de formas de lucha e imaginación sin precedentes históricos.

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