Creador de un cuerpo de obra ampliamente celebrado, Carlos Reygadas es uno de los cineastas cuya visión ha influido a los realizadores más jóvenes. Películas como Luz silenciosa (2007) y Nuestro tiempo (2018), su más reciente filme, se alejan del entretenimiento y ofrecen una visión personal. Reygadas, que del 7 al 10 de mayo impartirá en ESCINE el seminario «¿Definir el cine?», dedicado a explorar los recursos expresivos del quehacer fílmico, habla en esta charla sobre su abordaje de la experiencia cinematográfica.
A priori estableces tu imposibilidad de definir el cine; ¿qué tipo de experiencia es la experiencia cinematográfica?
A priori, sí, pero al final sí puedo intentar acercarme. Considero que el cine es un arte de la presencia, al igual que la música, la fotografía o la pintura; no es un arte de la representación como la literatura o el teatro; el cine es un arte autónomo, no es una herramienta para ilustrar la literatura y narrar con planos que se agotan en lo informativo; hay cine cuando cada plano trasciende su función narrativa y lo que se presenta como específico es la inmanencia, es decir, la constancia de la presencia, la vivencia del ser. La presencia puede ser física, como sucede en la pintura o la fotografía, pero también auditiva; a diferencia de la imagen, el sonido no puede fijarse en el tiempo, existe en éste, discurre, se desenvuelve en él. El cine es como la música: se da en el tiempo y el ritmo lo define. El tiempo per se es el tercer elemento del cine; no un tiempo cualquiera, sino aquel que identificamos como el tiempo de la realidad; o sea, el cine existe en la velocidad de la vida. Es aquí donde el cine cobra su dimensión más profunda: la presencia trasciende lo físico. Ya no hablamos tan sólo de la inmanencia de lo que vemos –como en la pintura o la fotografía fija– o de lo que oímos –como en la música–; el cine crea un espacio emotivo como aquel en el que sentimos desplegarse la vida; la presencia se amplía a las ideas y, más aún, a la sensación de vivir. El cine es lo más cercano a la misma existencia que el ser humano ha inventado; en este sentido el cine puede pensar más que la filosofía; ésta piensa el pensamiento, el cine, por su lado, piensa la vida pues encarna, transmutada, la existencia.
¿De qué forma cambia tu mirada cuando eres espectador y ves alguna película?, ¿ves las cosas diferentes que cuando funges como realizador?
Antes que realizador soy espectador; lo que hago está determinado por un gusto antes que por una ideología; gusto, simple gusto, aquel que se forma con la experiencia cognoscente ordinaria y por acumulación, igual que, por ejemplo, el gusto culinario. Al final encuentras y, al mismo tiempo, trazas tu camino, no me refiero a un programa de acción sino al resultado de la misma acción; ello lo he aprendido con mi trabajo y la reflexión sobre el mismo; todo aquello es un fin, no un punto de partida. Desde que comencé a ver películas aprecié la bilateralidad, es decir, el espacio para el espectador: no quería ser entretenido sino presenciar; nunca amé las imágenes que ilustran, me gustan las visiones personales; siempre preferí la exposición a la diversión, la ambigüedad a la moral; es importante tomar un poco de tiempo para ver con calma las líneas, para oír los ambientes y sentir el color. Siempre me gustaron las historias, pero las prefiero en la literatura; la literatura buena hace imágenes, el cine bueno, por su lado, logra emociones; ambas tienen que trascenderse en sentido inverso a su mecánica para poder ser arte y no aparatos de descripción.
Se ha dicho que el cine es devoción en el sentido de que le descubre y le revela algo al espectador, ¿qué opinas de dicha idea?
Me gusta esa idea, pero no sólo en el cine, sino en todo el arte, no importa la disciplina; el arte revela, irremediablemente, porque responde a una necesidad del hacedor que no es otra que darnos su visión, no sus pensamientos ni su ideología ni sus opiniones, ni siquiera sus sentimientos, la visión es por definición reveladora porque es siempre nueva; siempre nueva sin necesidad de buscar la novedad por que cada uno de nosotros es irrepetible en la eternidad. Si accedemos a la visión y la significamos en un objeto compartible, entonces logramos un testimonio de revelación; la revelación del otro, la nuestra misma, así se da el fin efectivo del solipsismo.
«Nunca amé las imágenes que ilustran sino las visiones personales; siempre preferí la exposición a la diversión, la ambigüedad a la moral»
¿Qué lugar ocupa el montaje en tu quehacer como cineasta?
Soy un cineasta de montar en cámara, es decir, previsualizo la película y filmo los planos pensando en cómo se van a cortar, en qué momento y en qué orden. Hoy en día la mayoría de los directores encuentran su película en la sala de montaje. Con el montaje doy forma a la película trabajando tres conceptos; ante todo establezco el ritmo preciso mediante el corte correcto de cada plano en su lugar, para ello el sonido me resulta indispensable pues el ritmo está dado por las cosas en el tiempo, y el sonido es la marca de éste. En segundo lugar el montaje es una suerte de basurero y se piensa en este momento quiero deshacerme de todo lo que no funciona; muchas veces se trata de momentos y planos buenos o muy buenos, incluso los mejores, pero si no sirven a la película hay que desprenderse de ellos, aunque sea con pesar. Finalmente el montaje funciona como una enfermería, uno quisiera deshacerse de ciertos materiales por deficientes, pero no es posible hacerlo pues tienen la cualidad justa contraria al basurero; es decir, son mediocres pero necesarios; entonces uno busca hacer los apaños que sean necesarios para conservar un material que no ha sido bien filmado pero que hace falta; con frecuencia estas operaciones de arreglo producen resultados sorprendentes que pueden dar frescura a la película.
Se ha hablado de la pureza de la imagen y del uso de la oralidad como dos formas (a veces antagónicas) de hacer cine; ¿qué caminos te interesa explorar a través del lenguaje cinematográfico?
Me parece que ninguna de las dos formas es más cinematográfica que la otra. Personalmente prefiero el cine sin muchas palabras ya que me permite sumergirme mejor en la contemplación de la imagen y la escucha del sonido. Pero lo que me interesa de manera definitoria como cineasta y como espectador es la presencia, es decir, el cine que antes que una historia, una serie de personajes, una encrucijada y una moral, se constituye como presentación; presencia de paisajes, objetos y seres vivos, después de emociones y quizá de pensamiento; un cine donde lo que prima es lo sensible.
Al enfrentarte a un nuevo proyecto, ¿con qué recursos expresivos cuentas?
Con todos los que conozco. No me interesa determinarme desde límites racionales establecidos a priori. Lo fundamental es darle coherencia a lo sensible mediante la articulación de la presencia y no de la representación de lo simbólico. Todos los recursos posibles están a la mano. No me gustan las grúas, por ejemplo, pero si su uso nos diera un resultado necesario y no adquirible de otra manera, echaría mano de ellas.