No queremos quitar el dedo del renglón: el rock latinoamericano no está hibernando –como pretende el documental Rompan todo. Sus canales de circulación no son los de los años ochenta y noventa y su impacto es distinto (ya no es la música de la juventud). Pese a carecer de la penetración cultural del siglo pasado, las bandas de la región no han dejado de explorar los límites del género, a veces hibridándolo con los sonidos populares, a veces ahondando en ciertas tradiciones de origen anglosajón. Como hicimos el mes pasado, elegimos cinco discos que prueban la vitalidad de las propuestas del rock hecho en América Latina (lo que incluye, por supuesto, a Brasil).
Boogarins, Manchaca, vols. 1 y 2
La psicodelia tiene un largo arraigo en la música popular brasileña, que produjo a uno de sus grandes exponentes: Os Mutantes. Conocidos mundialmente en el circuito independiente, los Boogarins siguen esa senda, pero con la tropicália acotada. Luego de cuatro discos de estudio y uno en vivo, la banda ha lanzado dos volúmenes que condensan el ángulo más interesante de su trabajo, musicalmente hablando. Se trata de Manchaca, vol. 1 (2020) y vol. 2 (2021), serie de grabaciones surgidas de las sesiones de sus últimos dos álbumes, registradas en estudios de Austin y São Paulo entre 2016 y 2017. Memorias y sueños convertidas en ambientes sonoros que nunca abandonan la senda pop. Ni la experimentación.
Diles Que No Me Maten, Edificio
El primer trabajo (2020) del grupo de la Ciudad de México de nombre rulfiano sorprende por la coherencia de su discurso y la radicalidad de su apuesta. Edificio consiste en cinco temas surgidos de la improvisación en los que lo ambiental y lo textural se imponen a lo rítmico. Con momentos recitados a la manera de Dios (la banda argentina cuyo único álbum apareció hace 20 años), Diles Que No Me Maten compone una música extrañamente adecuada para el momento, a veces claustrofóbica, otras con la ira latiendo debajo del sonido. ¿Una banda de postrock? Habla bien de la agrupación que sea difícil categorizarla en función de las etiquetas al uso de (lo que queda de) la prensa musical.
La Zorra Zapata, La Zorra Zapata
La artista multidisciplinaria Nuria Zapata (escribe, dibuja, modela) lanzó el año pasado, en plena pandemia, un aporte relevante a la escena peruana y latinoamericana. Firmado por La Zorra Zapata, este disco íntimo, trufado de pequeños gestos, entiende la electrónica como un recurso tradicional de la canción, en una línea que remite a Juana Molina pero encuentra territorios propios en su propuesta freak folk. Con el bucle como principio compositivo, la limeña consigue un equilibro entre las irresistibles tonadas pop y los detalles sonoros que enrarecen la escucha, envolviendo al oyente en temas que hacen de la repetición una forma de entregar los sugestivos diarios de la autora.
Mi Amigo Invencible, Nuestro mundo
Luego del aclamado Dutsiland (2019), la banda argentina Mi Amigo Invencible lanzó a finales del año pasado un EP que, en sus cuatro piezas (“Jardín secreto” en dos versiones), concentra sus apuestas sonoras más recientes. Nuestro mundo extiende las búsquedas melódicas del sexteto mendocino a través de canciones que no se separan de la accesibilidad (es una de las bandas rioplatenses de mayor éxito en los últimos años), pero que poseen una consistencia singular: con el paso de los minutos conectan con la memoria del oyente desde la fragilidad (como en la notable “Suavemente entusiasmado”) y la riqueza de los arreglos, que dan a la escucha una extraña alegría melancólica.
Sieterayos, Más allá
El proyecto Sietrerayos consta de un único integrante, Miguel Iturrate, que, como ilustra la portada de Más allá (2021), compuso este álbum en su estudio de grabación casero en Santiago de Chile. Registrados en 2016 y pulidos durante un lustro, los temas del disco revelan una diversidad de influencias dentro del campo indie (especialmente de los noventa), lo que vuelve el disco un tanto ecléctico, si bien poblado de momentos evocadores. Más allá parte de la confianza en los poderes tímbricos de la guitarra, y revela las posibilidades de los discos manufacturados en casa. En sus gestos dream pop logra capturar, pese a su retromanía, el entusiasmo de un músico por las posibilidades expresivas del rock.