16 de agosto de 2017

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Música

Músico del año: Rogelio Sosa

90 minutos de música que quieren desarrollarse a la manera de un ritual. ‘Eclíptica’ muestra a un Rogelio Sosa con un sonido mucho más delineado, que le permite descubrir nuevas texturas y, en el camino, otras sensibilidades

La redacción/ Fotos: Enrique Ortiz | viernes, 20 de diciembre de 2019

Imagen - Rogelio Sosa / Todas las fotos son de Enrique Ortiz

Presente de las Artes en México aspira a producir una instantánea que permita rastrear algunos rasgos salientes del arte de los últimos tiempos; nuestra selección consta de 12 artistas que están cambiando las formas expresivas y reorientando la discusión.

 

Desde Daturas, de 2014, no teníamos una grabación nueva de Rogelio Sosa. Antes de ésta, había que regresar hasta Raudales, de 2011. Casi diez años entre tres grabaciones, si contamos Eclíptica, publicado en 2019, que dan cuenta de procesos de composición pacientes que se entrelazan, sin embargo, con una inquieta variedad de actividades que el artista capitalino realiza (no tan) satelitalmente: de 2015 es su ópera Riesgo y en esta misma década ha organizado y dirigido varias ediciones del Festival Aural, heredero natural de sus esfuerzos en el Festival Radar, activo de 2007 a 2010. “Mi producción discográfica tiene la intención de plasmar el momento en que ciertas exploraciones técnicas, formales y conceptuales llegan a un cierto punto de coherencia, madurez o culminación”, apunta Sosa, “creo que esta es la razón por la que existe un período tan amplio entre mis producciones”. Rogelio Sosa es un músico joven (nació en la Ciudad de México en 1977) que, no obstante, consolida con cada grabación un estilo compositivo propio, encauzado en su más reciente grabación, que así explica: “Eclíptica encapsula el perfeccionamiento de una técnica de generación sonora que he desarrollado a lo largo de estos años: la síntesis análoga con señales de retroalimentación en circuitos cerrados generadas y procesadas en tiempo real”.

“La música en ‘Eclíptica’ busca dar al escucha un momento de excepción en el tiempo. Una pausa intensa en medio de la vorágine de la cotidianeidad en la cual vivimos sumergidos”, dice Sosa.

Hay otro elemento clave en esta sopa de técnicas y conceptos, del que Eclíptica también participa y que no es tan común, o por lo menos no de forma tan explícita, en grabaciones de arte sonoro en nuestro país: la improvisación, “un vehículo para crear mi música y darle el tipo de aura que busco para ser presentada en vivo. El uso de diversas estrategias improvisatorias me ha permitido llegar de una manera más honesta al nivel de complejidad composicional e interpretativa que necesito”. Pero más que suscribir las convenciones estéticas y formales propias de la improvisación como género musical (como en los casos de la improvisación libre, el noise, etc.), Rogelio busca utilizarla “como una herramienta más que me permite escapar de las dificultades que conllevaría realizar mi música a través de la mediación de la escritura musical y la interpretación de terceros”. Así, en Eclíptica se desarrolla un tono sombrío, inquietante, muchas veces incómodo, que no corresponde, sin embargo, con los códigos de lo que normalmente asociamos a estos adjetivos: la música se desenvuelve orgánicamente, gracias a la imprevisibilidad de la retroalimentación que, a la vez, genera texturas, en este caso, mucho más sutiles, si cabe el término, que las de un álbum como Raudales. Es notable el proceso de contención formal, que no domesticación, que se ha delineado en el sonido de Sosa (basta escuchar un tema como “Constelaciones imposibles”, por poner un ejemplo, tan tenso como melancólico, ya no sólo agreste). “La performatividad, espontaneidad irreproductibilidad del sonido son elementos esenciales en mi obra. Pero también la organización y la valoración del material fuera del tiempo, la edición y la mezcla. Considero que Eclíptica es mi trabajo musical más equilibrado en este sentido”.

Para el tono desarrollado en el álbum es clave una especie de guía conceptual provista, en gran parte, por las ideas de lo ritual y lo ceremonial, “incluso siento que mi trabajo se relaciona mucho más con estos conceptos que con la experiencia musical o concertística tradicional. La lectura de autores como Mircea Eliade, Michel Taussig y varios más, así como presenciar y ser parte de diversas ceremonias, fueron reafirmando mis sospechas”. La postura de Rogelio Sosa es clara: “Me parece que una buena parte de las músicas experimentales se relacionan de diversas maneras con la experiencia sensorial, emotiva y estética de muchas prácticas ceremoniales, rituales o chamánicas del mundo. El empleo de la energía acústica como agente de catarsis o catalizador del trance, el uso de sonidos inauditos como detonadores del imaginario profundo, la relación entre experiencia temporal y viaje interior o el desarrollo musical en duraciones extendidas, por citar algunos ejemplos, son estrategias comunes a ambas prácticas. Y también creo que existe un simple interés en la música experimental del mundo por refrescar la escena y mirar a otro lado: otros orígenes, culturas y formas de pensamiento. En general, siento un agotamiento y cierta decadencia en los conceptos e ideas que han predominado y dictado el rumbo de la experimentación musical en las últimas décadas”.

Los dos volúmenes que componen Eclíptica alcanzan los noventa minutos de música, una duración poco común en las grabaciones de la actualidad, pero perfectamente coherente con la naturaleza ritual en la que los sonidos se inspiran: “la música en Eclítpica”, resume Sosa, “busca dar al escucha un momento de excepción en el tiempo. Una pausa intensa en medio de la vorágine de la cotidianeidad en la cual vivimos sumergidos”.


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