Uno: Origen y génesis sui géneris
Todo comienza, de manera casi inevitable y natural, en México y a finales de los años cincuenta, en donde se forman distintos grupos que emulan y trasladan el rock and roll nacido en Estados Unidos a versiones en español de sus éxitos originarios, no reinventando pero sí apropiándose de esa música nueva y, de pronto, rebelde.
Quizás el ejemplo que mejor personifica el fenómeno sea “La plaga” de los Teen Tops, con Enrique Guzmán a la cabeza, adaptación de “Good Golly, Miss Molly”, canción interpretada originalmente por Little Richard en 1957, acaso el padre fundador del rock and roll.
Pese a lo anterior, Rompan todo, documental de Netflix creado por Nicolás Entel, dirigido por Picky Talarico y, lo más importante, producido por Gustavo Santaolalla, toma su nombre en un primer momento de “Break It All”, canción original del grupo uruguayo Los Shakers aparecida en 1965 como respuesta a la Invasión Británica encabezada por The Beatles.
Los Shakers crearon y cantaron composiciones originales en inglés, a diferencia de lo ocurrido en México poco más de un lustro antes, y dieron pie al inicio de un amplio canon de rock rioplatense, que encontró a sus mejores exponentes en Argentina, aunque su semilla en Uruguay.
A diferencia de lo sucedido en México, en la región rioplatense y con epicentro en Buenos Aires el rock tuvo una evolución por así decirlo natural, no muy distinta de aquella registrada en el Reino Unido, luego resistente a los embates comerciales del traslado del rock al pop en Estados Unidos después del avasallador éxito de Elvis Presley.
En el sentido de lo anterior, México siempre se circunscribe al aspecto comercial del rock más que desarrollar un canon musical propio con relación a dicho género, mientras que en la región rioplatense la fertilidad de la rebeldía fue un fenómeno exponencial, nutrido por un conjunto excepcional de músicos e intérpretes que, poco antes del golpe de Estado de 1976, se habían consolidado: Charly García, Luis Alberto Spinetta, Pedro Aznar, Litto Nebbia, Nito Mestre, David Lebón y Billy Bond, por mencionar a algunos de los más notables.
Rompan todo también toma su nombre a partir del desastre ocurrido en un concierto en el estadio Luna Park el 20 de octubre de 1972, en el que se atribuye a Billy Bond, que cantaba con su grupo La Pesada, haber llamado a “romper todo” ante la intervención de la policía.
Un año después tendría lugar el golpe de Estado en Chile, cuya sociedad se encontraba en un florecimiento cultural notable, apagado de súbito con la muerte de Salvador Allende y la toma del poder por parte de Augusto Pinochet.
En México, después de la matanza de Tlatelolco en 1968 y el festival de rock de Avándaro en 1971, el rock fue relegado a las sombras y a los llamados hoyos fonquis, dada la provocación que la autoridad veía en el movimiento.
En suma, en la región rioplatense en general y en Argentina en particular el rock originario tuvo un arco temporal mucho más amplio, además de los talentos indiscutibles ya mencionados. Cuando ocurrió el golpe de Estado el género estaba en su apogeo. Empujados al exilio muchos de sus exponentes, el rock entró en una suerte de latencia o de acallamiento, que explotaría de nueva cuenta en 1982 a partir de la Guerra de las Malvinas y la cada vez más evidente decadencia de la Junta Militar, que acabaría por disolverse en 1983.
De nuevo, fue de Inglaterra de donde vinieron las nuevas semillas que germinaron en la nueva escena musical del rock rioplatense, ahora confrontado y alimentado tanto por el punk como por el new wave.
En México, pese a su tendencia hacia lo comercial, ocurrió algo similar, como puede verse en el caso de Size, grupo fundado por Illy Bleeding a comienzos de los años ochenta, derivado de Decibel (Walter Schmidt y Carlos Robledo), y que encuentra eco en Sumo, la banda que tuvo a Luca Prodan a la cabeza. Tanto Bleeding como Prodan venían de afuera, y cada uno trajo nuevos aires a los países en los que desarrollaron y consolidaron su talento.
No obstante lo anterior, en Rompan todo no sólo Size no figura, sino que Sumo es reducida a una banda que cantaba en inglés, cuando cantar en inglés era mal visto dada la derrota sufrida ante los británicos en las Islas Malvinas. Esto se encuentra lejos de ser cierto: las mejores canciones de Sumo están cantadas en español, pero los creadores del documental no dan registro de ello. Y es aquí donde, a mi parecer, comienzan los problemas graves con la miniserie.
Dos: Parte del mar
En un hilo publicado en Twitter, Gustavo Santaolalla reproduce parte de lo que dice en Rompan todo en relación con uno de sus protagonistas, que en la miniserie aparece casi de manera ornamental. Dice Santaolalla: “Considero a Charly García un amigo del alma. Alguien a quien conozco de muy chico y con el que me une una amistad hermosa que hemos mantenido a través de los años”.
Es claro que el hilo de Santaolalla es publicado como la reacción a una o varias críticas que se le hicieron sobre el tratamiento de Charly García en Rompan todo. Después de ese tuit inicial, el músico y productor cuenta lo que ya vimos y relata que, cuando en 1981 regresa a Argentina de Estados Unidos, en donde atestigua la corporativización del rock y la disolución de los Sex Pistols, Charly canta: “‘Mientras l@s [sic] demás miran las nuevas olas, yo ya soy parte del mar”. Santaolalla anota: “[me] chocó. Simplemente eso. Me chocó”.
Santaolalla habla de una reformulación del rock a partir del punk y el new wave, y le parece inconcebible que Charly nade a sus anchas en el territorio conquistado por sí mismo, ajeno, por así decirlo, a los descubrimientos y aspiraciones de su colega. El hilo sigue hacia un reencuentro con Charly, aunque uno de sus tuits habla de la experiencia como lo que muchas veces ocurre en el futbol: “A veces en los partidos hay puteadas: ‘Eh, ¿no ves que no la pasás?’; ‘¡¡¡Bajá, te dije que bajés!!!’; ‘¡¡Dale, morfón!!’. Son eso, nada más, puteadas en medio de un partido. Después, al vestuario a abrazarnos y prepararnos para jugar juntos de nuevo”.
Todo acaba en un tono amable, de aparente reconciliación, aunque Santaolalla concluye diciendo: “Amo y admiro profundamente a Charly. Es un amigo del alma con el cual hemos vivido momentos mágicos e inolvidables. Muchachos, muchachas y muchaches, estaría bueno que lo sepan, lo entiendan, y por favor, no rompan más”.
Esta ambivalencia de Santaolalla es el quid de la gran problemática de Rompan todo, cuyo errado subtítulo es La historia del rock en América Latina. Por un lado, el documental es una historia amplia del rock en Argentina, con Uruguay como satélite y Brasil como un lugar inexistente, aunque algunos de sus protagonistas de pronto se exilian y componen y graban allí. Por el otro, es una autobiografía o memoria de los éxitos de Santaolalla como productor de un rock en nuestro idioma que consigue corporativizarse, acceder al mercado y a las mieles del capital, a la vez que pierde su esencia rebelde.
Lleno de huecos, algunos errores históricos y, por supuesto, ausencias a granel, Rompan todo es una visión muy parcial del rock en América Latina, concentrado en Argentina, México y ¡España!, luego en Chile y Uruguay y, finalmente, en Colombia, con ínfimos asomos a Perú y Venezuela. De nuevo, Brasil no existe, porque no se hace rock en nuestro idioma allí, pese a que su influencia en el rock en español es una realidad.
Pero regresemos a comienzos de los ochenta para abundar en esta crítica. Hagamos una obligada escala técnica, sí, en España, en donde un productor chileno hacía de nuevo una leyenda de un músico que ya la era, que siempre la había sido.
Tres: Nos siguen pegando abajo
Nacido en Granada en 1944, Miguel Ríos Campaña encarnó en sí mismo la historia del rock, sito en España. Hacia la década de los sesenta, el granadino se transforma en Mike Ríos, el rey del twist, bajo la premisa de que el rock and roll había muerto. En 1969 consigue su más grande hito: una interpretación del “Himno a la alegría” de Schiller tomado de la Novena sinfonía de Beethoven. Y durante la década de los setenta se dedica de lleno al rock.
A principios de los ochenta, Miguel Ríos ofrece un concierto en el Pabellón Real de Madrid los 4 y 5 de marzo de 1982. La grabación se transforma en un disco doble, llamado Rock and Ríos, producido por él mismo y Carlos Narea y Tato Gómez. Y ya se lo saben: “Buenas noches, bienvenidos, hijos del rock and roll…”.
No hay disco más vendido en España que Rock and Ríos, piedra angular el género, y la obra le dio un nuevo impulso al cantante, que en 1983 grabó El rock de una noche de verano y en 1984 La encrucijada, ambos discos con versiones originales y covers, como parte de su signatura como intérprete.
La encrucijada de Miguel Ríos es famoso y notable sobre todo por tres canciones: “A todo pulmón”, de Alejandro Lerner, la original “El rock no tiene la culpa” y “Nos siguen pegando abajo”, de Charly García.
De vuelta en Argentina y en 1983, con escala en Nueva York, el 5 de noviembre Charly García lanza el que quizá sea su mejor disco, más bien, su obra más icónica: Clics modernos (o “Modern Clix”, como se lee en el grafiti que aparece en su portada). Además de “Los dinosaurios”, canción de protesta sobre los desaparecidos durante la dictadura y un canto feroz en contra de la Junta Militar y los poderes fácticos, acaso la obra maestra de Charly, el disco contiene la canción que luego Miguel Ríos graba al otro lado del Atlántico, conquistado.
Este evento es un detonador y, a mi gusto, el punto de partida de la tercera ola del rock rioplatense, que inicia con Clics modernos del consagrado Charly y prosigue con el Nada personal de Soda Stereo, su segundo disco, aparecido el 21 de noviembre de 1985. El resto, lo sabemos, es historia: Soda Stereo se vuelve un fenómeno, primero en Argentina, luego en Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Venezuela y Paraguay, y, finalmente y en 1987 y con la gira de Signos, su tercer disco, en México.
Esto último está documentado en forma en Rompan todo: el nacimiento y la consolidación de Soda Stereo como el ejemplo a seguir en el rock en nuestro idioma. O bien: de cómo lo original puede transformarse en un producto comercial, por así decirlo, honesto. Lo primero, sin embargo, aparece desdibujado en el documental, sin mención a Miguel Ríos y la escalada del Clics modernos de Charly.
Los problemas del documental cuya batuta lleva Santaolalla, sin embargo, no acaban aquí: apenas comienzan.
Cuatro: El karma de vivir al sur
El rol de Santaolalla en Rompan todo es el del descubridor que conquista una escena: el rock en su idioma. No el rock creado por él, sino el creado por otros y que hay que meter en el molde del éxito, con la experiencia y la proyección de Soda Stereo como ejemplo. Así las cosas, hay que reclutar a un ejército de productores, porque uno solo no puede darse abasto, y darle el toque de Midas a grupos nacientes o ya establecidos a lo largo y ancho del continente y, por qué no, en España también.
El epicentro de la etiqueta “Rock en tu idioma”, impreso millares de veces por BMG Ariola, fue México, en donde ya existía algo similar, pero de manera local y de avanzada: Comrock. Aunque la disquera está consignada en Rompan todo, se obvia a muchos de los grupos que formaron parte de ella, a excepción del Tri. Y es aquí donde los problemas del documental se acentúan.
¿Por qué no hablar, por ejemplo, de Ritmo Peligroso, la transformación natural de Dangerous Rhythm en un grupo de rock fusión, sin el cual no existirían ni La Maldita Vecindad ni Café Tacvba, vaya, ni Maná mismo, que en Rompan todo es el grupo que más la rompe?
¿Por qué tener a Armando Suárez de Chac Mool como uno de los protagonistas de la miniserie pero no hablar de Jorge Reyes ni de Caricia digital, el disco del grupo que en 1984 entendió que (como quería Santaolalla) lo que seguía era el new wave y dejó el progresivo para hacer una grabación de rock pop finísima, desde el diseño gráfico hasta su producción musical? ¿Será porque el sello que lo editó es Warner y no una filial de Bertelsmann? Misterio. O no tanto.
El desfile de discos y grupos lanzados con la etiqueta de “Rock en tu idioma” es amplio en Rompan todo, aunque de muchos ni se habla, como ocurre con Silencio de Los Encargados, el grupo de electropop comandado por Daniel Melero, del que tampoco se habla, pese a ser figura imprescindible de la música argentina, compositor de “Trátame suavemente”, llevada al éxito por Soda Stereo.
Los que no figuran, por lo menos en el caso de México o sobre todo en el caso de México, son los discos y grupos e intérpretes que coincidieron con aquellos bendecidos por el dichoso sello. A bote pronto: Cecilia Toussaint, Jaime López, Casino Shanghai, Bon y los Enemigos del Silencio y tantos otros.
¿Por qué se reduce a los Caifanes a “La negra Tomasa”, un mero cover aparecido después de su gran disco debut y homónimo de 1988, y no se habla ni de El diablito (1990) ni de El silencio (1992), discos fundamentales, el último producido por Adrian Belew? Vaya: de Alejandro Marcovich ni su sombra, para no hablar del LUCC ni de Las Insólitas Imágenes de Aurora ni de los Jaguares.
No. Para Santaolalla, el hombre que habla desde un galpón vacío en las alturas, sin mayores accesorios que una silla y su ego, sólo parece existir o valer lo que él produjo o lo que él palomeó, y todo acaba siendo un viaje al centro de su ombligo. ¿Por qué no darle voz a otros productores, ajenos a su infantería? Misterio, de nuevo. O no.
Más ausencias: el blues, que parece todo dominado por Javier Bátiz. ¿Qué acaso Guillermo Briseño y Hebe Rosell no existieron? Vaya: existen aún, y el primero es amigo del omnipresente Álex Lora. Ni hablar de Real de Catorce.
En Rompan todo existe MTV Latino, sí, pero no los documentales que el canal hizo sobre el rock en Argentina y en México, más logrados y de menor duración que el producido por Netflix. No existen ni las revistas dedicadas al rock, salvo por menciones aisladas, ni mucho menos los críticos, reseñistas, cronistas y locutores, como si la prensa especializada y la radio no hubieran jugado un papel fundamental en la difusión del rock en español.
Ya casi acaban los problemas.
Pero falta uno último, igual de grande.
Cinco: Inconsciente colectivo
Además del par ya mencionado, hay una tercera elocución, más reciente, del “Rompan todo”, aunque en el documental aparece muy disminuida: el grito de las mujeres ante la opresión del patriarcado, que en el rock encuentra uno de sus pilares.
En el último episodio de Rompan todo, hacia el final, se le da la voz a las mujeres, con una suerte de disculpa y unas líneas que abrevan en el lugar común: perdón por no haberlas tomado en cuenta o por haber sido abusivas con ustedes, pero éste es su momento, queridas. Aquí, sin embargo, las ausencias son aún más notables, y luego uno no entiende cómo las mujeres que sí aparecen en el documental accedieron a ser parte del juego. Claramente no leyeron el guion con antelación. De hecho, nadie lo leyó, salvo por sus creadores.
En diez minutos Rompan todo despacha a las mujeres y juega a cumplir con su cuota de género, reproduciendo lo que ha ocurrido en la historia de la humanidad desde que existe. Pero no se culpe a nadie: somos rockeros, no sabemos lo que hacemos, perdón.
Al final, como al principio, aparece Charly y dice: “Say no more”. Fin.
Más importante su primera aparición, en el episodio inicial de Rompan todo: “Fuck you”.