En 2013, en la tercera edición de nuestro Presente de las artes en México, distinguíamos a Samuel Cedillo como el músico emergente. Ese año publicó su primer álbum monográfico titulado Monólogos I-IV, con las interpretaciones de Julián Martínez, Wilfrido Terrazas, Alexander Bruck, Fernando Vigueras y Natalia Pérez Turner. El álbum, editado por Cero Records, era relevante por varias razones: nos descubría a muchos el trabajo de un joven compositor mexicano que concebía el sonido como una entidad física maleable, dibujando un interesante continuum con la materia de instrumentos e intérpretes. “Con Monólogos I–IV”, decíamos en aquel número, “la breve carrera de Cedillo (Tlalpujahua, 1981) empieza a solidificarse; de la misma forma, las influencias de Wolfgang Rihm y Helmut Lachenmann o, antes, de Luigi Nono, le permiten comenzar a trazar un rumbo propio”.
Ese rumbo encuentra un nuevo nodo con Máquina parlante, a estrenarse el próximo jueves a las 20 horas en Bucareli 69, en la Ciudad de México. Se trata de la sexta entrega de su serie Monólogos, continuación de un pensamiento musical singular en el panorama mexicano, y al mismo tiempo ruptura radical: si los primeros monólogos centraban su atención en la materialidad de los instrumentos, ahora es la voz y el propio cuerpo de Cedillo los que se reivindican como ejes gravitatorios.
Máquina parlante se interpreta a partir de una (anti)partitura: palabras desplegadas sobre una única página de 50 metros de longitud que, activadas por una máquina construida ex profeso para la pieza, y a fuerza de su pronunciación vertiginosa, son vaciadas de todo sentido. Así, la historia que narra: la del hombre como animal fonador se desdibuja violentamente y la voz misma se despliega como materia.
A propósito de esta pieza, estamos preparando un reportaje especial para nuestro número impreso de mayo, con ensayos de Salvador Gallardo Cabrera y Florence Malfatto. Ambos coinciden en el aspecto físico del monólogo de Cedillo: “La obra es, también, un estudio fisiológico de los afectos y un tratado sobre las técnicas de creación que descentran el ‘sí mismo’”, dice Gallardo Cabrera, y complementa Malfatto: “Máquina parlante no se puede reducir al único despliegue mudo, silencioso, lineal, de la palabra en la página. La obra sucede en el agotamiento físico, muscular, afectivo, del intérprete, cuya resistencia está llevada hasta sus límites últimos”. Por ello, creo que la profundidad de la obra del compositor michoacano sólo atina a percibirse en vivo. La presentación en Bucareli 69 (donde también se interpretarán piezas de Eduardo Partida, Nolan Krell y Abraham Ortiz) es una perfecta oportunidad para descubrirlo.