31/01/2025
Literatura
La comunidad del naufragio
‘Herida fecunda’, de Sandra Lorenzano, es una reunión de ensayos que indagan en la experiencia del exilio desde distintas perspectivas
Un momento de Herida fecunda me persigue hasta la almohada. Sandra Lorenzano niña y su padre atestiguan una oquedad en el tiempo: “Allí, a la orilla del río, estaba mi termómetro de la situación. Allí fui con papá una noche a tirar un par de valijas cargadas de libros que la ignorancia, la prepotencia y la intolerancia de los distintos gobiernos militares habían prohibido. Siempre habían estado escondidos”. Y miró ella, como se mira por primera vez la ruina, los libros en el agua de la noche y la lejanía: Lorca, Camus, Silva Herzog. Libros como peces que mueren en su elemento. El exilio comienza antes de mover el cuerpo de lugar.
Para Lorenzano el destierro es como un naufragio, y en Herida fecunda (Páginas de Espuma, 2024) se pregunta: ante la catástrofe ¿qué salvar del equipaje? Por eso en estos ensayos breves la imagen de la maleta –que aparece desde la portada– es metáfora y memoria. Las páginas son en sí mismas la respuesta a esa pregunta, pues la autora ha decidido salvar poemas, canciones, fotografías, palabras, relatos que combaten la soledad de a quien le es arrebatada su tierra. Una soledad que atraviesa, gracias a la literatura, los mapas y las décadas, y se transforma en materia de invocación.
La escritora argenmex, ganadora del XV Premio Málaga de Ensayo, se arroja a la búsqueda de otras voces que, como ella, tuvieron que partir a la fuerza para salvarse, hasta que de su lenguaje quedara sólo una estela. Y es justo de ese rastro último del que se sostiene para entretejer comunidades con las que abre una conversación en este libro. Ahí están María Zambrano, Cristina Peri Rossi, Alaíde Foppa, Juan Gelman, Raúl Zurita… Dice Lorenzano: “No sé si toda la gente cuando vuelve de viaje se pregunta dónde está su hogar. Para mí es un leit motiv del regreso”. Quizá por eso vuelve a la poesía, porque ahí encuentra su lugar seguro.
En Herida fecunda también resuena la obra de artistas contemporáneos que amplían el horizonte del duelo y del desarraigo, construyendo un espacio donde las palabras y las imágenes convergen para narrar lo indecible, para sostener lo que queda cuando todo lo demás se ha perdido, pero también para resignificarlo. Una de las obras que me resultan más significativas es la de Lucila Quieto, Ensayo fotográfico, en la que sobrepone su figura a las fotografías proyectadas de su padre, asesinado por la dictadura militar argentina.
Un ejercicio similar ha hecho Lorenzano en estos ensayos: colocarse al lado de aquellos que llevan consigo un vacío como el suyo, para hacerlo menos denso y acaso crear una memoria colmada de suturas. “¿Qué salvaríamos…? La pregunta vuelve una y otra vez. Me obsesionan las imágenes del equipaje de los migrantes: mochilas, maletas, bultos sobre la cabeza. Lo útil. Lo amado. Lo que alcanzamos a guardar a último momento. Pregunto: ¿Qué trajeron? ¿Con qué llegaron?”.
Pienso en Herida fecunda como un punto de encuentro, más que en la reunión de nombres, con un pasado de lejanías. Un punto de encuentro en el que no sólo está en juego la reinvención de un lenguaje –palabras que se dislocan: matria, saudade, regreso, azar–, sino también la posibilidad de que lo íntimo se vuelva colectivo.
Una sola cosa parece dar momentos de alivio a la autora: el deseo. La apuesta de Peri Rossi (“de todas las catástrofes, incluida el exilio, nos salva la libido”) abraza las palabras de Lorenzano, con un profundo sentido de reivindicación, de tal modo que la piel se vuelve el principio vital de este diálogo. Cartas, notas y mensajes a la mujer amada abren esa puerta que reconfigura la identidad, incluso cuando el exilio ha fracturado todo lo demás: “Sólo amándote a ti vuelvo a amar la vida” / “Y tú me aceptas como si hubieras estado esperádome”.
Sandra Lorenzano no sólo reconstruye las heridas del exilio, sino que nos recuerda que en cada pérdida habita también la posibilidad de un reencuentro: con las palabras, con las memorias, con otros y otras. Con una comunidad que sobrevive a cuestas del olvido y la lejanía, y que es la literatura y el arte lo que devuelve el pulso. ¿Qué salvar en el naufragio sino esos fragmentos que pueden convertirse en el refugio más humano: uno tejido con lenguaje, amor y resistencia?