Entre las innumerables series producidas por los servicios de streaming, una vez recorridas las cumbres del arte televisivo –de Los Soprano a Better Call Saul, pasando por The Wire–, conviene detenerse en producciones que, para muchos, pasaron desapercibidas. Aunque la cuarentena no es tiempo vacacional, lo cierto es que restan horas para el consumo cultural. Las series aquí elegidas (para comenzar) son tres sólidos ejemplos de narraciones que logran esquivar los lugares comunes para cuestionar en imágenes los roles sociales.
Red Oaks
Tres temporadas
Amazon Prime Video, 2014-2016
Antes de que Stranger Things hiciera de la nostalgia por los ochenta el principal alimento televisivo del adulto contemporáneo, esta serie de Amazon Prime Video puso la añorada década bajo el reflector con menos trucos y más cabeza. Gregory Jacobs y Joe Gangemi, sus creadores, no avanzan con un monstruo por delante sino amparados en cierta áspera sofisticación extraída de la época –porque la hubo–, que enmarca un par de tópicos importantes en la trama y en la forma: el cine y la música.
El asunto va así: antes de decidir el rumbo de su vida profesional, un joven estudiante llamado David (Craig Roberts) trabaja durante los veranos en un club deportivo, el Red Oaks del título, enclavado en una zona residencial de Nueva Jersey, donde se convierte en un solicitado profesor de tenis y se empareja con la hija de uno de los socios (Alexandra Socha). Pero la mirada no es solo la del protagonista, sino la de un puñado de conmovedores personajes que empujan una aparentemente típica historia de crecimiento, que se va volviendo más compleja conforme las tramas secundarias ganan espesor. Aunque no estamos ante una serie coral, es notable el modo en que el conjunto teje una red invisible que va soldando la historia, desde el profesor titular destronado (Ennis Esmer) hasta el presidente del club (Paul Reiser), sin que los protagónicos se diluyan.
Dijimos antes que el cine importa en la trama: David devora filmes de Truffaut y Godard, mientras sueña con convertirse en el nuevo Kubrick, o de perdida en el nuevo Spielberg; torea los devaneos artísticos de su caprichosa conquista y entabla nuevas amistades en el club. Es fácil encontrar todo tipo de referentes cinéfilos, de la época y anteriores, en los diálogos, la ambientación o el vestuario, que elevan el nivel de interpretación de algunos pasajes. Y, aunque formalmente la serie no intenta demasiado, se agradece el contrapunto que sostiene la tensión: secuencias enmarcadas en canchas impolutas, albercas soleadas y jardines generosos que encuentran su reverso en escenarios citadinos rasposos y punketos de la Gran Manzana a ritmo de Roxy Music, Television o el mejor INXS. La música se convierte en una aliada importante para sostener el tono ligero, de un lado, que se vuelve sofisticado y áspero, del otro.
Pero el mayor acierto de Red Oaks quizá es la osadía para ampliar el arco narrativo sin perder sus ejes, tono y esencia. Son tres temporadas y tres veranos sucesivos en el club, que funciona como núcleo de los personajes, aunque las acciones puedan migrar sin el menor problema de una modesta casa de suburbio a Nueva York, a París o incluso a una cárcel estatal. Los guiños ochenteros, debe mencionarse, sobrepasan la trivia y comentan la época con humor. Un buen ejemplo es la presencia de Jennifer Grey, la protagonista de la célebre Dirty Dancing (1987), interpretando a la mamá lesbiana de David en una de las subtramas más sólidas de la serie. Al parecer las señoras de los ochenta no solo encontraban en los aerobics la manera de escapar del aburrido mundo conyugal por el que abandonaron sus carreras.
Aunque siempre queremos más, Red Oaks termina justo donde debe. Parecía imposible seguir avanzando en los mismos fundamentos sin traicionar su integridad, algo que suele sucederle a muchas series. Una advertencia: hay que tener paciencia para entrar en su lógica, pausada pero feliz, sin trucos ni pastelazos, una suerte de hipnótica línea recta que va tomando grosor conforme avanza.
Good Girls Revolt
Una temporada
Amazon Prime Video, 2016
La ironía que envuelve la cancelación de esta serie, abiertamente feminista, es de antología: el responsable de que no renovarla tras su primera temporada fue Roy Price, ejecutivo de Amazon Prime Video al que despidieron poco después de esta ingrata decisión debido a una denuncia de acoso sexual. De haber continuado, quizá esta apuesta hubiera ganado popularidad al tiempo que el movimiento #MeToo concientizaba a la industria a favor de contenidos con mayor perspectiva de género.
La historia es increíble: hace apenas cincuenta años las mujeres periodistas que trabajaban en la mayoría de los medios estadounidenses estaban destinadas a ser solo “investigadoras”, sin que pudieran escribir la totalidad de un texto ni mucho menos firmarlo. Solo los hombres podían llamarse reporteros y presumir su nombre en las notas, no obstante que el trabajo muchas veces recaía en su totalidad en las mujeres de la redacción, que hacían las pesquisas con más precisión y eficacia que cualquiera. La injusticia, del tamaño de un elefante, simplemente pasa desapercibida para los directivos de News of the Week, la revista donde las mujeres de esta serie se organizan para dar un merecido golpe que ponga las cosas en orden.
Por supuesto, aquí sobra tema para desarrollar durante varias temporadas. También el elenco demuestra solidez, con nombres como Anna Camp o Erin Darke detrás de personajes que van creciendo en cada capítulo a la par de su toma de conciencia. No es casual que en su momento muchos llamaran a esta serie la Mad Men femenina, pues ambas se sostienen en la ambición por pensar la época a través de un conjunto de historias entrelazadas que van de lo profesional a lo personal.
Sin embargo, Good Girls Revolt tiene un ánimo más democrático: sin un Don Draper encabezando la oficina, el protagonismo de las chicas se empareja poco a poco hasta derivar en una sororidad amplificada a la que desgraciadamente nunca podremos seguirle la pista. O quién sabe. Quizá pronto el puesto de Price sea tomado por una mujer y entonces el mundo vuelva a girar.
Hung
Tres temporadas
HBO, 2009-2011
Ante los problemas financieros, algunos venden mota (Weeds), otros cocinan anfetaminas (Breaking Bad) y Ray Drecker, protagonista de esta serie de HBO, se alquila como gigoló. Con semejante gancho y el cineasta Alexander Payne en el equipo de los creadores como productor ejecutivo y dirigiendo el piloto, este relato audiovisual merece ser rescatado, con sus debidos reparos. Las tres temporadas son irregulares, pero el regusto dulce que deja al final compensa los bajones.
El escenario es el deprimido Detroit en plena crisis de 2009, cuando los empleos se perdían a carretadas en una de por sí fantasmal ciudad arrasada por el cierre de la industria automotriz. Un marco geográfico con tremenda carga juega a favor de cierto tono raro, entre nostálgico y oscuro, totalmente a contracorriente de cualquier comedia de situaciones. Si bien responde a la fórmula del elemento ajeno dentro de lo cotidiano, también la premisa es original: el mayor talento de Ray (Thomas Jane) es satisfacer a las mujeres con su muy bien (súper bien, recalcan sus clientas) dotado miembro, así que se profesionaliza para capitalizarlo. Y como cualquier gigoló necesita una proxeneta, entra en escena Tanya (Jame Adams) para completar la dupla.
Es interesante el modo en que la serie pone sobre la mesa los estereotipos de género con desparpajo. El macho es aquí cosificado –por supuesto, a través del mayor hito masculino, el del tamaño– y de ahí parte la mayoría de las situaciones cómicas, que a veces coquetean con un desafortunado tono caricaturesco, sobre todo cuando se involucran los antagonistas, encabezados por una ambiciosa consultora de moda que intenta robar el negocio. Y aunque casi todas las mujeres asumen su deseo y se muestran dispuestas a conseguir placer, asunto poco explorado en materiales audiovisuales, hay que decir también que muchas de ellas rozan los estereotipos y alimentan el mito romántico al que suele asociarse el sexo.
Vaya, Hung no pretende ser una serie feminista, eso queda claro, pero de algunas subtramas pueden extraerse gozosas lecturas un pasito adelante de su momento. La amistad entre hombre y mujer, por ejemplo, o la carga masculina de proveer y proteger, asuntos que muy pocas veces tenemos la fortuna de saborear con dulzura en la pantalla chica.