Suelen mencionarse influencias musicales, artísticas y vivenciales de todo tipo, pero nunca había escuchado mencionar a “texturas como la piel, el vidrio y la seda” como la inspiración principal detrás de una obra. Lo hace la cantante Sevdaliza (Tehrán, 1987) cuando se refiere a su segundo EP, Children of Silk, publicado en 2015 (el mismo año había editado el primero: The Suspended Kid) y no es del todo una extravagancia.
De hecho, resulta curioso que los exponentes de algunos géneros de la electrónica experimental no acudan con más frecuencia a metáforas táctiles para explicar su música, cuando la electrónica produce una potente y variada imaginería textural. En su primer larga duración, Ison, publicado este año, este vínculo es aún pertinente pero pervive en un entorno sonoro todavía más complejo.
En el plazo de dos años, la música de Sevdaliza, cómoda en los territorios del R&B electrónico, se ensombreció hasta asemejarse al trip-hop. Lo cual no significa que Ison sea exactamente un disco de trip-hop. Similar al caso de FKA Twigs o Kelela, Sevdaliza entrecruza la oscuridad del género, debida en parte a su bajo profundo, con la expresividad interpretativa de la música negra norteamericana, lo que también la acerca al pop.
Y si bien puede utilizar arreglos de cuerdas, su columna vertebral es enteramente electrónica, de la cual extrae recursos con mayor variedad que el trip-hop. Podríamos decir, además, que al tiempo que genera una atmósfera también genera un personaje. El caso de Sevdaliza (cuyo nombre real es Sevda Alizadeh) tiene la particularidad de provenir de una particular mezcla étnica: de ascendencia holandesa e iraní, la compositora publicó también este año “Bebin”, su primera tema en persa, como forma de protesta ante la Orden Ejecutiva 13769 de Donald Trump, que limitaba el acceso de personas de países musulmanes a los Estados Unidos.
Con “Bebin”, Sevdaliza terminaba así de politizar lo que ya se sugería en temas como “Human”, uno de los 16 cortes de Ison, uno de los mejores álbumes del año.