A Shiina Ringo le parecen hermosos los kanjis para semen (精液). Hay algo en esas intrincadas composiciones que hace latir el intelecto. No tanto por su significado, que puede cambiar a medida que uno va creciendo. Pero también aquí, en la escritura que concentra en sí todo un mundo –cloro, semen, flores de castaño–, se forja una idea de la realidad tan cuidadosamente personal, tan descarnadamente honesta, tan extraña, que sólo podría ser resumida por lo que vemos en la portada del álbum en el cual utilizó esta palabra: una taza de porcelana, o bien, un material creado en condiciones extremas.
La taza fue creada específicamente para ser fotografiada y cumplir su propósito como portada de Kalk Samen Kuri no Hana (2003). Ése es su principio y su fin. No se usó para otra cosa. Hoy no hay muchas pistas sobre su ubicación. Quizá se rompió, quizá se encuentra en una caja dentro de algún lujoso departamento en Tokio, quizá la tienen los padres de Shiina Ringo. A pesar de no contar con ninguna información sobre su paradero, la taza existe.
Los relatos que escuchamos sobre las grandes obras confeccionadas a la sombra del mercado nos hacen creer que otra industria es posible. Pero llamarla industria sería la primera y más fatal de las equivocaciones, porque cosas como Kalk Samen Kuri no Hana no pueden producirse en serie. Sus métodos son tan poco estructurados que, casi podríamos decir, suceden por accidente, por derrame.
Antes del lanzamiento de Kalk Samen Kuri no Hana Ringo había producido uno de los multiventas más aplastantes en la historia del j-pop: Shōso Strip (2000), un álbum pop sumamente bien construido, con poderosos coros y pegajosos riffs apareciendo cada minuto y medio. Haríamos mal, sin embargo, en subestimar su potencia, porque gran parte del material contenido ahí puede ser considerado una pieza fundamental del caso Shiina Ringo. Sin duda se trata de pop revisado en salas de juntas, maquilado con la intervención de líderes en producción de éxitos, pop rápidamente seductor que, sin embargo, escapa con cierta naturalidad de sus casillas colocando ritmos jazzísticos, explosiones noise, improvisación y melodías casi progresivas en una canción de tres minutos. El álbum constituyó un paso inevitable para que Ringo y su grupo más cercano de colaborares configuraran una suerte de escritura musical hecha con retazos de lo aprendido, robado y plagiado a la industria. Donde Shōso Strip había sembrado desconcierto, Kalk vendría a cosecharlo como esquizofrenia.
Shiina Ringo entiende que las dinámicas de la realidad no pueden orientarse en un solo sentido, pero toman uno mientras las observamos a detalle. Ella prefiere, en todo caso, reproducir lo caótico, lo casual, lo intrincado y lo hermoso a través de una coreografía organizada en el único medio posible: su computadora personal. No grabó Kalk Samen Kuri no Hana a la manera tradicional. Hubo sesiones de estudio, pero en cada de una ellas se obtenía pedacería de todo tipo: unas veces una introducción orquestal, un pequeño riff de piano o una guitarra distorsionada hasta el abismo; otras veces, contadas con los dedos de la mano, se obtenía un coro, un puente, algo que pudiese funcionar como lo que supuestamente se estaba grabando en esta sesiones, un simple, llano, equilibrado disco de j-pop.
Ringo escribió, compuso, produjo y cerró cada una de las pistas de este álbum. Sola. Las partes orquestales fueron grabadas en estudio con ayuda de su amigo Uni Inoue. Hay algo profundamente desconcertante en sus ideas: parecen pegadas con una lógica distinta a la habitual, y es probable que ningún otro artista del pop a nivel global sea capaz de conseguir un álbum tan dinámico en el sentido tradicional, es decir, tan homogéneo y tan diferente de sí mismo en cada canción. Intentos hay, pero, incluso con la paulatina adaptación de diversas prácticas propias del k-pop a la música de Occidente, no me atrevería a decir que se ha alcanzado algo similar a lo que Shiina Ringo consiguió aquí.
Recuerda un poco a la definición que Kafka usó para hablar de El desaparecido, “un grupo de piezas que se yuxtaponen más que encajar entre sí”. Sin embargo el álbum se asoma tempestuoso, escrito con la fragilidad de una mente que intenta, mientras procura tener al sistema de producción trabajando a su favor, ponerse en orden. Hay mucho de eso: un constante nombrar y recolectar objetos. Los elementos se dibujan con causalidad y gran precisión: un encendedor ocupa, por ejemplo, el espacio de silencio entre “Meisai (迷彩)” y “Odaijini (おだいじに)”, una secadora para pelo permite la introducción orquestal de “Yattsuke Shigoto (やっつけ仕事)” y los sonidos de un coche y un tren abren la puerta a la parte final del álbum. Campanas, juguetes, violines, didyeridúes, un koto, quizá varios, recortes de pequeñas líneas melódicas hechas en cajas de música, fragmentos hablados, melotrones, mandolinas, kalimbas, sampleos de noticieros, flautas de bambú, tres o cuatro shamisenes y desde luego una Telecaster, un piano, una batería, un bajo, una orquesta, lo normal. Es probable que ni siquiera Shiina Ringo sepa cuántos instrumentos se usaron en la creación de este álbum. Algunos sólo aparecen para producir una pequeña línea melódica y luego desvanecerse, como si fuesen un rastro de maquillaje que apenas puede distinguirse en la inescrutable pintura.
La transparencia del álbum reside en que emplea la fórmula del collage, uno de los métodos de producción artística más acordes a las ventanas de nuestro tiempo. Acepta todos los elementos dentro de sí, siempre y cuando sean colocados con inteligencia. En Kalk hay clichés y pastiches; hay ideas que se diluyen como acuarela, sin tener un propósito claro; hay un interés profundo en descomponer los lenguajes del pop y traducirlos a formas abstractas. Formas como un kanji, por ejemplo, ese trazo dictado por lo divino que contiene siempre más de lo que significa. Visto así, el título tiene sentido; visto de cualquier otra forma lo encontraremos problemático. Pasar de la primera canción, “Shūkyō (宗教)”, es un tarea compleja, uno siente la necesidad de regresar y repetirla cuantas veces sea necesario para entender qué acaba de ocurrir. Al bajar los audífonos o apagar la bocina nos queda claro que Ringo le ha hecho un nudo a nuestra idea del pop oriental, pero es imposible saber en qué forma o si alguna vez recuperarán aquello que las hacía familiares. Lo que alimenta la inteligencia de Ringo no es, lo hemos dicho, la idea de algo sino el proceso y la persecución de la idea.
Es el tipo de música que te deja sintiéndote desconcertado y a milímetros del agotamiento. No debemos olvidar que esto ocurrió justo cuando el j-pop se encontraba en su mejor momento en términos de mercado, creando álbumes cuyas ventas eran millonarias. Su disco anterior vendió más de dos millones de copias, éste apenas superó las 400 mil, pero logró algo a todas luces más importante: llegar a una profundidad que muy pocos artistas han alcanzado. Desde luego no lo hizo sola, ahí estaban sus amigos, sus guías, Jun Towaga, After Dinner, la escena noise de Japón, Brigitte Fontaine; ahí estaba, desde luego, el asombro ante lo melódico, el asombro ante una época tan enloquecida en su composición que sólo podía ser representada por una forma tan extrema como la del collage.
Tras lanzar Kalk Samen Kuri no Hana, Shiina Ringo sepultó el álbum y retrocedió a lugares más seguros del rock y el pop. No lo hizo por miedo a las consecuencias, o por haber enfrentado la posibilidad de un despido. Agotó las ideas y, desde luego, terminó cansada. Es probable ése haya sido el fin último, entender cómo se forma la música aún cuando debe ser dictada por tres o cuatro empresarios con gran capacidad para escuchar los buenos ganchos. Porque no es la industria lo que le interesa, sino aquello de lo que está hecha. No la música sino su escritura. No el producto sino su proceso. Un proceso que transita ansioso en el Tokio más esquizofrénico, pero lo hace con una elegancia y una sensibilidad trepidante, cargada en todo momento de una inteligencia asombrosa y un amor profundo por el sonido en su estado más puro, es decir, despojado de la industria que supuestamente lo define.