Como lo hizo con Soy la bonita criatura que vive en esta casa (2016), este año Netflix vuelve a un terreno visual fácil de reconocer: el imaginario gótico que tanto le debe a Shirley Jackson (1919-1965). Este año, el servicio de transmisión bajo demanda, lo hace con una adaptación más bien libre de una de las novelas más conocidas de Jackson, La maldición de Hill House (1959), en una serie creada por Mike Flanagan. La serie, que se estrena este fin de semana, no parece estar tan interesada en las aventuras y desventuras de investigadoras paranormales (un punto toral de la novela) como en las asfixiantes relaciones familiares a la sombra de sucesos sobrenaturales, que también es un elemento identificable de la obra de la escritora.
La maldición de Hill House es una obra de referencia en el subgénero de novelas de horror vinculadas a casas encantadas o embrujadas, y que habría de dar paso a novelas populares como Casa infernal (o Hell House, 1971), de Richard Matheson. Pero a diferencia de la obra de Matheson (de la que se han desprendido éxitos comerciales como el de la marca Stephen King…), la novela de Jackson sólo tomó algunos elementos efectistas del horror como el esqueleto para un cuerpo que exploró el angustiante mundo de la vida doméstica femenina. La maternidad como un universo difícil y peligroso, traumático, asediado por la violencia del universo masculino, también cobró vida en Siempre hemos vivido en el castillo (1962), otra novela suya que este año también fue adaptada, pero al cine (la película, dirigida por Stacie Passon, fue estrenada a finales de septiembre en un festival de cine en Los Ángeles). Podría leerse Siempre hemos vivido en el castillo como una destilación de La maldición de Hill House: más allá de sus puntos en común –como la “fragilidad” de la mujer, la incomunicabilidad de su violencia, la casa como una expresión de peligro– es interesante ver cómo están hermanados genealógicamente el horror gótico y la novela negra (en Siempre hemos vivido en el castillo no hay elementos sobrenaturales, pero sí crimen).
Tal vez no deba sorprendernos que la cultura popular contemporánea vuelva al universo creativo de Jackson, especialmente en una época que finalmente le pone atención (aunque a veces sólo sea de dientes para afuera, o a través del espectáculo) a los crímenes contra las mujeres; o, para ser más específicos, a la idea de que también a nivel personal se desarrollan cuestiones políticas –uno de los principios del feminismo. Uno de sus relatos más conocidos y antologados, “La lotería” (1948), no sólo tiene como “protagonista” a una ama de casa, una madre, sino que reproduce un horror absurdo, aparentemente inevitable, que recuerda la complejidad de algunas parábolas kafkianas, pero también las burdas operaciones del patriarcado.
En años recientes se ha reivindicado a Jackson no sólo como novelista sino como una novelista “disfrazada” de ama de casa: una mujer que expresó lo incómoda que se sentía ante el rol que le otorgó la sociedad. Para dar cuenta de ello no tendríamos que interpretar sus novelas de horror o crimen, bastaría con leer sus memorias humorísticas sobre la vida doméstica y por las que también es famosa (La vida entre salvajes, de 1953, y Criando demonios, de 1957). También en esta década se han rescatado algunas de las caricaturas que dibujó, donde comúnmente hacía burla del escritor viril (estuvo casada con Stanley Edgar Hyman, quien durante muchos años se desempeñó como crítico para el New Yorker). Está por verse qué favor (o no) le hace el reempaquetamiento visual a su obra novelística. Y ya ha pasado por él, debe decirse: en adaptaciones previas al cine (en 1963 y en 1999 La maldición de Hill House se llevó a la pantalla) no se le dio atención suficiente a su sutileza en el desarrollo de personajes para presentar cintas de terror convencionales. ¿Cómo funcionará la novela vuelta serie? Teniendo los libros tan a la mano y la oportunidad para releerlos, es una pregunta un poco ociosa…