Bandcamp, el muy apreciado sitio de escucha, venta de discos y parafernalia musical, se encuentra en estado de vida suspendida desde que se anunciara su adquisición por parte de la compañía Songtradr. Bandcamp es, además de lo anterior, un sitio invaluable para casi toda vertiente imaginable del periodismo musical: reseña, ensayo crítico, ensayo autobiográfico, entrevistas y crónicas, entre otros. Sintetizar su importancia en pocas líneas se antoja imposible, pero se puede hacer una aproximación.
El sitio, lanzado en 2008 (con sede en Oakland, California), tuvo desde el inicio la consigna de priorizar el pago justo y el apoyo financiero a los músicos, frente a prácticamente todas las grandes plataformas de escucha en línea. Las cuotas que le aporta a artistas rebasan ampliamente lo que las otras suelen pagar. Durante 2022 Bandcamp representó ingresos directos de 193 millones de dólares para autoras y autores, por concepto de venta de música (en formatos digitales y físicos), así como de mercancía. Esto es, más de medio millón diariamente. Cada mes, en los llamados Viernes de Bandcamp, las ganancias generadas en la plataforma son entregadas íntegramente a los músicos. Tal vez es más importante el hecho de que estos ingresos no son acaparados por estrellas pop ni por artistas de sellos trasnacionales, que pueden embolsarse miles o millones de dólares con o sin Bandcamp. Se trata de ingresos que han sido repartidos, mayoritariamente, entre músicos independientes, con público pequeño pero dedicado.
La vertiente editorial de Bandcamp, agrupada bajo el nombre de Bandcamp Daily, ha sido desde hace años un medio para descubrir una amplitud inabarcable de obras, provenientes prácticamente de cualquier parte del planeta. Los estilos, escuelas y escenas de los que se ocupa, por medio de aproximaciones bien contextualizadas, son tan variados que más bien resulta difícil pensar en alguno o alguna que no se haya representado ahí. Sus publicaciones siempre se enmarcan de formas poco convencionales en el panorama de la prensa musical: en vez de responder a categorías diseñadas con fines mercadológicos se atiende la historia y la significación cultural de los fenómenos artísticos.
Todo esto había estado en peligro, de hecho, desde mucho antes de la venta reciente del sitio. Un esfuerzo que se movía a contracorriente de los intereses de las compañías dominantes, en una industria tan agresiva como la de la música, tenía los días contados sólo por existir de esa forma. El año pasado la cuenta regresiva para su desaparición se aceleró cuando se anunció que Bandcamp había sido comprada por Epic Games, la empresa responsable del hiperconocido Fortnite. Tan pronto se dio la noticia se extendió la preocupación: ¿una firma dedicada a los videojuegos sería la más indicada para manejar una plataforma dedicada a la música independiente? ¿Sería capaz de comprender lo que había caído en sus manos?
Ante la incertidumbre, en marzo de 2023 la plantilla de Bandcamp anunció que integraría un sindicato, Bandcamp United. De acuerdo con el anuncio, hecho por las personas que representaban al sindicato naciente, se buscaba conciliar la función central de Bandcamp (ser una alternativa justa para músicos, frente al desprecio al que eran sometidos por las plataformas dominantes del sector) con la organización interna del sitio. La noticia fue recibida con frialdad por la junta directiva y pocos meses después, en septiembre de este año, se anunció que Epic Games vendería Bandcamp a Songtradr. Los nuevos dueños lanzaron un comunicado, destinado supuestamente a generar confianza, en el que afirmaban que la transacción representaba una oportunidad de negocios para las y los músicos independientes, por vía de venta de derechos de sus obras. De paso, dijeron, se despediría al 16% de la plantilla.
Luego la proporción de despidos alcanzó a más de la mitad: 60 de 118 empleades. Como siempre, los recortes se hicieron bajo la excusa de ajustes que eran necesarios para tener finanzas saludables en la empresa. Los recortes se centraron en varias áreas que representaban el perfil único del sitio: enlace con usuaries y la sección editorial, entre otras. Bandcamp United llamó a la nueva junta directiva a la mesa de diálogo, pero la petición no fue atendida por Songtradr. Su respuesta fue negar los permisos para editar el sitio a personal clave, encargado de funciones básicas. Bandcamp United dio a conocer que se había despedido a todas las personas que integraron el equipo de negociación por parte del sindicato. Un ex integrante del equipo editorial caracterizó los despidos como “una mutilación de lo que vuelve a Bandcamp un antídoto contra una industria guiada por el algoritmo y centrada en las utilidades”.
Durante las últimas semanas de octubre se difundieron varias publicaciones que J. Edward Keyes, alto directivo de Bandcamp, hizo en Instagram. En ellas, entre otras cosas, acusaba a los integrantes de Bandcamp United de ser trabajadores privilegiados que se disfrazaban de obreros de Amazon. Remataba su diatriba con un conciso “Fuck Bandcamp United”. Es curioso que en el mismo enunciado reconocía a los integrantes del sindicato su condición de trabajadores y les reprochaba ejercer sus derechos laborales. Al parecer, en la mente de las cúpulas de Silicon Valley, la posibilidad legal de sindicalizarse sólo puede existir como una forma de atenuar las condiciones de los obreros más oprimidos, con el fin de volver sostenible su labor y su lugar en la cadena de producción, no de cambiar en lo más mínimo las relaciones de poder entre patrones y fuerza de trabajo. Una típica operación ideológica de las buenas conciencias de la economía mercantil.
La respuesta del público a la adquisición por parte de Songtradr y sus primeros movimientos fue abrumadoramente negativa. Hasta el momento el sitio se mantiene con secciones y artículos que no difieren mucho de lo que se acostumbra leer en él. Es probable que sean materiales que estaban planeados antes de los despidos. Songtradr no ha dejado entrever cuáles serán los cambios que aplicará, pero si su trabajo previo puede dar indicios el futuro no es nada alentador. Uno de sus artículos recientes llevaba el bonito título “El rock es el condimento perfecto para esta cadena de comida rápida”. Se trata de una colección de reseñas de la música aparecida en comerciales de Taco Bell.
Songtradr es representativa de una vertiente empresarial que se relaciona con la música como un producto, destinado generalmente a incentivar ventas, así como a la decoración de entornos y experiencias (o las dos cosas combinadas). Su esquema de crecimiento económico está fundado en la absorción de compañías menores (muy al estilo de las megacorporaciones de Silicon Valley), no en la relación directa con el público, ya sea que se le nombre clientes, consumidores o, simplemente, escuchas y aficionades a la música.
En un asunto (aparentemente) sin relación directa, Spotify dio a conocer que cambiará el esquema de pago para los artistas que menos ganan. No se trata de una corrección a las enormes asimetrías vigentes en su política de retribución, sino de una forma de ahondarlas: ahora se exigirá un mínimo de mil reproducciones para comenzar a recibir regalías, con lo que se acentuará la sequía monetaria a la que se somete a los músicos independientes en esa plataforma. Por otra parte, se anunció que no serán sujeto de regalías las grabaciones de campo de la naturaleza ni las producciones que consten de ruido blanco. Así, en los hechos, se otorgan el derecho de marginar (aun más) ciertos géneros musicales. Daniel Ek, director ejecutivo de Spotify, ha dejado claro que considera a todos los músicos del planeta representados en ese sitio web como empleados suyos. Entre otras cosas, les ha exhortado a “ser más productivos”, para tener la posibilidad de acceso a mayores ingresos y, de paso, generar un clima de negocios más favorable.
El entorno de la música independiente es, casi por definición, económicamente precario. En este caso, el esquema bajo el que había trabajado Bandcamp y su mera supervivencia habían representado una anomalía. Cierto, es problemático que se haya desarrollado tanta dependencia de una sola plataforma y que no hayan aparecido formas viables de suplirla. Pero las razones de este vacío no deben buscarse necesariamente en la indolencia de cualquiera de los grupos que integran este entorno o en quienes se encuentran del lado de su público, sino en la agresividad con la que el mercado desintegra cualquier alternativa a su concepción de la música como mercancía.