Concepción Huerta no hace música irreflexiva, lo que no significa que sea premeditada. Está entregada a la búsqueda continua y al descubrimiento: viajes, experimentación con sonido y materiales, contemplación, encuentros constantes con el público. Su música no nace apresurada ni de ocurrencias de primera mano, es algo evidente incluso sin conocer sus procesos: es deliberada y profunda. Escucharla se siente como atestiguar una forma de sabiduría que no es comunicable por otro medio. Como artista multidisciplinaria ha trabajado en torno a la música desde varios ángulos a lo largo de su carrera. Gran parte de su obra se desarrolló como artista audiovisual y, a medida que ha gravitado hacia el sonido, se ha convertido en una de las exploradoras más minuciosas de lo que implica escuchar, en un sentido puro.
Concepción Huerta (1986) es más conocida por los proyectos en los que ha colaborado, como Amor Muere, un ensamble con gran éxito crítico en el que figura Mabe Fratti, de la que ha sido colaboradora clave en sus trabajos más recientes, ampliamente celebrados. Ese perfil relativamente bajo le ha permitido experimentar con libertad y buscar su sitio en espacios sonoros de una amplitud que sería inconcebible bajo la mirada mediática. Su forma de trabajo podría dar la idea de una discografía breve, pero su perfil en Bandcamp enlista una larga serie de grabaciones, horas y horas de material que contradicen la lentitud de la mirada y el temperamento perennemente joven de Huerta.
A medida que ha refinado sus métodos, en la búsqueda de comunicar emociones e ideas cada vez más profundas, la música de Concepción Huerta ha seguido el mismo curso: cada vez se vuelve más expansiva, cavernosa y vívida.
A medida que ha refinado sus métodos, en la búsqueda de comunicar emociones e ideas cada vez más profundas, la música ha seguido el mismo curso: cada vez se vuelve más expansiva, cavernosa y vívida. (Las piezas en las que ha trabajado más recientemente, y que planea publicar el año entrante, tal vez sean las más oscuras y brutales que ha hecho, en el mejor de los sentidos.) La quietud y la antigüedad que sugieren los sonidos contrastan con la historia individual de su autora, que ha cambiado de trabajo y ciudad de residencia constantemente en los últimos años. Originaria de León, Guanajuato, ha vivido en Guadalajara y la Ciudad de México, antes de tener una residencia en Ámsterdam. Actualmente vive en Berlín, donde se encontraba cuando conversé con ella en línea.
En tu música abundan las reminiscencias de entornos naturales y una impresión de tiempo profundo, incluso geológico. Es explícito, por ejemplo, en el título de tu álbum más reciente, The Earth Has Memory. ¿Hay algo específico que busques convocar a través de tus sonidos? ¿Cuál es el hilo conductor de un trabajo a otro?
En algunas de mis piezas, como la que hice recientemente para danza o la música que hago para cine, trabajo a partir de la imagen. Pero en mis discos hay una idea conductora para la creación, como pasó en Harmonies from Betelgeuse [2022], con el que estuve pensando en esta señal que llega a través de varios años luz, como forma compositiva. Esta señal viene de una estrella moribunda que nos habla del futuro y que tal vez se pueda volver más luminosa antes de que muera. Es una señal que habla de la muerte de la estrella y de la humanidad. Me gusta partir de ficciones, mezclarlas con la realidad, porque eso da muchas posibilidades creativas. No quiero pensarlo sólo desde la música sino desde la idea: cómo se puede desarrollar en sonidos. Partir de esos lugares abstractos me ha ayudado mucho para componer.
Para hacer el último disco, The Earth Has Memory, hubo muchas cosas que se unieron. Una fue pensar en hacer un viaje personal al centro de la Tierra, que conecto con la meditación (la estaba practicando en esos momentos) y con sentirme enraizada en la tierra. Más que canciones siento que son pasajes sonoros que evocan estos procesos personales. Por eso usé también ciertos paneos, para que se sientan como si uno estuviera en el centro y descendiendo. El aspecto visual del disco conecta con la idea de lo femenino. A esta mina, en la que se tomaron las fotos, fui con Magaly Ugarte, una artista visual que hace foto análoga, una disciplina que siempre me ha gustado mucho. Es una mina en Hidalgo, por la que bajamos a través de cuevas de obsidiana, un mineral que se usa en terapia femenina, de cortes de energía, limpias y curaciones. Está cargado de misticismo. Para mí fue un viaje de exploración, en lo sonoro, de ciertas frecuencias, pero también con intenciones curativas, en el sentido de que buscaba unir distintas cosas en mi proyecto.
Creo que hay una forma de narración en tu trabajo, que tiene cualidades especulativas: remite a elementos o rasgos que son imaginarios o latentes, más que solamente reflejar el mundo perceptible. ¿Qué tan optimista o pesimista es tu visión del futuro colectivo? ¿Crees que, por ejemplo, el acercamiento a entornos naturales puede ayudarnos a imaginar mejores posibilidades (o peores, para nosotros, aunque sean mejores para lo natural)?
Uf [Pausa]. Hay varias fases ahí. Este año me he preguntado mucho acerca de la práctica artística y de qué puede ayudar en estos tiempos tan duros y cínicos. Sigo pensando que el arte es un camino para atravesar la vida, para honrar la forma en que nos relacionamos con el mundo y para mantener el nivel de humanidad que nos permita enfrentarnos a las injusticias. La música sigue siendo una ruptura. En una escala más amplia, creo en cuestiones relacionadas con la comunidad, con toda la complejidad que implica (porque todo mundo habla de “lo comunitario” y muchas veces desde un lugar puramente discursivo). Creo que necesitamos tener un equipo, de alguna manera: amigos, colegas, familia, personas con las que resuenes ideológicamente. Esto no quiere decir que estemos en contra de los demás, simplemente creo que en la comunidad no podemos ser todos. Quiero decir, las comunidades operan para cosas en específico.
“El arte es un camino para atravesar la vida, para honrar la forma en que nos relacionamos con el mundo y para mantener el nivel de humanidad que nos permita enfrentarnos a las injusticias.”
Creo que debería ser colectiva la posibilidad de que la humanidad se vaya de este planeta un poco más dignamente [Risas]. Vienen tiempos demasiado difíciles, ya empezamos a ver lo que nos deparan. Quisiera ser la persona que cree que haciendo cambios concretos se puede lograr algo, pero creo que ahora se trata de resistir. Por ejemplo contra el racismo, las prácticas extractivas, el despojo, los asesinatos. Ya sea enunciándolo, quejándote o manifestándote. La historia se ha vuelto una bola de nieve y nunca ha tenido el tiempo de sanar…
Hablando de algo un poco menos pesado, ¿cómo suele ser tu proceso de trabajo? Dices que empiezas con una idea, ¿siempre es así? ¿Partes a veces de algo más vago, una sensación, grabaciones de campo?
Depende de varias cosas. Me gusta mucho usar máquinas. Tengo un tiempo usando cintas magnéticas y procesando los sonidos. He hecho algunas residencias y en ellas grabo cosas. No tengo máquinas para tocar en vivo, así que grabo y busco la forma de tocarlo. El sonido siempre me ha llamado por lo que me hace sentir. Es algo que experimento con el cuerpo, empecé a trabajar desde ahí: el noise, lo fuerte, lo directo. Con el paso de los años se han desenvuelto cosas que me interesan, busco armonías en ciertas partes. Pero me sigue interesando mucho cómo incide el sonido.
Mi forma de componer parte de escuchar mucho, y tengo métodos diferentes. Uno es a través de las cintas: grabar sonidos que me interesan y luego conjuntarlos. En otro voy creando los sonidos y después componiéndolos; encuentro qué resuena con qué. O empiezo con imágenes, como en el caso del disco que te cuento, sobre el centro de la Tierra, que partió de un acorde que grabé, distorsionado. Tenía una gama de sonidos y fui trabajando a partir de eso, componiéndolos y procesándolos con la cinta. Aunque haga ciertos sonidos con sintetizadores la forma de tocarlos siempre será a través de las cintas.
Con frecuencia en tu música se sugieren hilos o conexiones entre cosas, ámbitos o seres que no se piensan como próximos entre sí. A ratos apunta hacia la unidad detrás de las apariencias. (No sé si esté sobreinterpretando.) ¿Te suena esto? ¿Está relacionado con alguna experiencia o una forma de percibir?
Sí, me resuena porque mis prácticas sonora y multidisciplinaria tienen que ver con eso. Todo lo que hago se corresponde entre sí, en el sentido de usar historias. El sonido me parece, todavía, un elemento no corrupto, como puede serlo la imagen, que se puede manipular. El sonido se puede editar, pero mientras está sucediendo no puedes decirle a la gente qué debe escuchar. Me gusta trabajar con la abstracción a partir de la evocación, explorar cómo se puede transmitir incluso energía eléctrica para crear algo nuevo. Creo que los proyectos nunca se terminan, siempre hay un hilo conductor.
Pienso cuando me obsesioné con Luis Buñuel y aquella metapelícula que comienza con El perro andaluz y termina, creo, con El discreto encanto de la burguesía. Como artista hay temas siempre presentes, en mi caso están la violencia, el silencio y el ruido, el hecho de ser una mujer nacida en México… No intento crear discos o canciones súper escuchables, sino que logren contar algo, que resuenen con todo esto; a veces se trata de un mundo imaginario.
Eso último me llama la atención porque creo que tu música, a pesar de tender a la abstracción y el ruidismo, es muy hospitalaria. Es posible que personas poco familiarizadas con lo experimental puedan encontrar en ella una puerta de entrada a géneros que le son extraños. Creo que tiene relación con lo que explicas, que buscas en primer lugar contar algo. Cuando haces música, ¿tienes un escucha ideal en mente? ¿La diriges a alguien, concreto o no?
La verdad, no. El sonido evidentemente se comparte, por eso me gusta tocar en vivo. Va a sonar un poco raro, pero mucho de lo que he hecho ha sido para mí, para entender ciertos procesos y luego compartirlos. El sonido es una de las cosas que pueden compartirse con más generosidad. He llegado a conocer gente a partir de esto, incluso personas a las que no he vuelto a ver, que se han acercado y con las que se han abierto diálogos a partir de la escucha. Me ha pasado sentirme muy conectada con el concierto de alguien más y me he acercado para decirle “Oye, ¿qué hiciste ahí? Muchas gracias”.
A lo largo de tu estadía y recorrido por otras tierras has colaborado con muchas personas. Es más frecuente que se hable de las experiencias positivas, pero sé que el medio europeo no está abierto a la horizontalidad.
De hecho no. Hay fondos de arte que sirven para la extracción de saberes, de recursos culturales que son parte de la identidad. Veo ferias de arte con títulos acerca de cómo la tecnología cambiará los futuros, pero ¿es eso esperanzador? Hay un episodio que he analizado mucho, que no sé cómo abordar. Me ha llevado a preguntarme qué es la propiedad intelectual, qué es la discriminación. También qué implica hacer música, qué transmite y cómo incide. Fue un episodio muy fuerte para mí, porque tiene que ver con las asimetrías en las distintas formas de violencia. Pero seguiré haciendo música como forma de enunciación y como acto político, porque es mi forma de contar “otra” historia.
“Estar en Europa me ha enseñado mucho sobre la colonización. Me ha hecho entender perfectamente lo que significa: cómo operan los espacios, cómo te exotizan, cómo les sirve mi origen para unas cosas y no para otras, evidentemente.”
Hice mi último disco en honor a Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. Él comentó que le molestaba que el libro siguiera siendo vigente. Lo es, desafortunadamente. Los discursos sobre decolonialidad se usan mucho en Europa, pero las acciones sólo muestran nuevas formas de colonialismo y prácticas que perpetúan estas violencias. Partimos de situaciones muy diferentes. Así opera la violencia: desde la desigualdad. Estar en Europa me ha enseñado mucho sobre la colonización. Me ha hecho entender perfectamente lo que significa: cómo operan los espacios, cómo te exotizan, cómo les sirve mi origen para unas cosas y no para otras, evidentemente. Es una historia que no va a cambiar.
¿Cómo has logrado volver sostenible tu dedicación a la música, en medio de un entorno que parece diseñado para precarizar a las personas que se dedican a ella de forma independiente, sobre todo en el caso de la música abstracta?
Es magia [Risas]. No tengo una vida holgada, hablando de dinero. Tampoco es que venda un montón de discos. Hago esto porque realmente quiero hacerlo, y eso me pone en una situación privilegiada. Ahora mismo soy nómada, pero siempre hay algún un espacio en el que puedo hacer música, gracias a residencias o colaboraciones. Para sostenerme no trabajo solamente en mis discos, hago música para películas y cortometrajes. Hice la música para una pieza de danza en México, recientemente. Me gusta mucho trabajar con el cuerpo, quiero trabajar en proyectos más performativos, como danza o teatro. El cine siempre me ha movido y quiero seguir por ahí.
¿Estás trabajando en algo próximo?
Regresaré pronto a México y quiero hacer grabaciones de campo, como parte de un proyecto. Voy a presentar el nuevo disco, en parte, en el festival Le Guess Who [Utrecht]. Surgió a partir de una residencia; estuve trabajando con sintetizadores y procesando cintas, a partir de que leí el libro de Galeano. Pero también es una búsqueda muy musical: pienso en cómo hay cosas específicas asociadas a ritmos latinoamericanos. Estoy pensando cómo relatar algo sobre Latinoamérica sin usar exclusivamente estos ritmos: a través de frecuencias y sonidos que creen esta relación. Es algo que voy descubriendo: cómo sacar esos pequeños pedazos de la historia y que se vuelvan algo vivo de nuevo, a través de invocaciones. Tengo algunas cosas claras, pero estoy en el proceso. Son mis formas de plantarle cara a la realidad.