¿Existe aún la posibilidad de entregar nuestra atención entera a una sola cosa, por ejemplo a escuchar un álbum? Darío AFB (iniciales de Acuña Fuentes-Berain) cree que, incluso, es necesario. En Llanura, su nuevo álbum, es patente el llamado a una conversación profunda, desde el primer minuto hasta el final. Cada sonido se siente labrado minuciosamente, para ocupar el volumen entero del momento en que sucede.
Luego de abandonar su alias Space Cadet, y a cuatro años de su anterior lanzamiento, Llanura es la culminación de una búsqueda que se desarrolló en un tiempo propio, el de la observación y la pausa. Su estilo ya era bastante distintivo en sus proyectos previos, pero ahora ha ganado en profundidad y, sobre todo, en claridad de intención. O en puntería, por decirlo de alguna forma. A pesar de lo diverso, todas las canciones se sienten como parte del mismo entorno, mantienen un hilo constante en su extrañeza. Las piezas contagian perplejidad y, en ocasiones, se sienten como una interrogación. Son el antídoto perfecto para el equivalente musical de la función fática del lenguaje: esos tropos de estilos inmediatamente reconocibles, los facilismos sonoros ante los que se responde con una escucha complaciente, igualmente formularia.
El álbum suena tan vívido y cercano que a veces resulta táctil. Hay una tensión entre esa nitidez y el ánimo de misterio que se mantiene todo el tiempo. Como una casa abandonada que es, al mismo tiempo, hospitalaria. Por eso no importa gran cosa preguntarse acerca del género al que pertenece Llanura (aunque no sería un ejercicio fácil), sobre todo cuando el diálogo ya sucede de forma perfectamente fluida sin esa preocupación. Conversé con Darío pocos días después de que publicara el disco y uno antes de que lo presentara en vivo, por primera vez, en la ciudad de Monterrey.
Me quedó clarísima la razón de que me sugirieras escuchar el álbum con audífonos. Su profundidad lo justifica. ¿Qué tan difícil fue lograr el sonido que buscabas?
He aprendido a usar de manera empírica los programas y los procesos de los que echo mano. No soy ingeniero ni mucho menos. Pero siempre me ha interesado la espacialidad del sonido. Trabajo frecuentemente en cine, así que me gusta esa construcción del sonido por capas, como haciendo paneos sutiles, pero que dan la noción de que hay cosas lejanas y cercanas, unas que son más chicas o grandes que otras.
No sé si esta sea una impresión infundada o tiene un reflejo en la realidad, pero parece un álbum hecho con mucha paciencia, tanto en la concepción como en la grabación. Como si cada una de las piezas hubiera sido hecha en un momento distinto al resto.
Sí, hay tracks que son de hace unos tres años y otros que son de hace tres meses. Mi proceso es distinto al de la gente que hace música todo el tiempo: necesito paciencia para desarrollar las ideas. Sólo hasta hace poco, que tuve unos meses de desempleo, pude reunir tracks y ya sabía que podían formar un disco. Luego encontré otros y me di cuenta de que integraban una especie de narrativa sonora, aunque sean distintos entre sí.
El álbum se siente entero, aunque parece que uno pasa por distintas fases al escucharlo. Lo que menos me preocupa, mientras suena, es fijarlo como parte de una categoría. Me da curiosidad: ¿con qué lo sientes conectado, musicalmente o no?
Una manera de explicarlo sería a partir de la última pieza, “Prado”: comienza con un sintetizador, luego se convierte en un piano que toca la misma figura y luego esa figura evoluciona. Tenía claro que esa pieza iba a ser el eje. Aunque de chico tuve un acercamiento formal a la música, durante mucho tiempo he tratado de deformar ese acercamiento: salirme un poco del asunto académico, de la armonía y la melodía. Ahora me dedico a cosas como el arte sonoro, más que a componer música académica, algo que nunca me interesó per se. Entonces a este disco lo asocio más con lo cinematográfico. Hay una narrativa en él. Como dices, aunque las piezas son diferentes entre sí, se siente como un álbum, algo que no creo haber logrado con el anterior.
Mencionas a tres músicos en los créditos del disco. Eso me ayudó a ubicar qué suena en las piezas donde participan. El piano tiene un lugar prominente en varias de ellas. Fuera de eso, no siempre es clara la fuente de los sonidos. ¿Es algo deliberado, darles un tratamiento hasta volverlos algo poco reconocible?
Sí, es curioso. El otro día, por ejemplo, un amigo me comentaba que las partes de clarinete son muy peculiares. Mi trabajo con los músicos de sesión tiene sus particularidades: en el caso del clarinete, si bien me basé en algo escrito, es decir, le mandé partes de la melodía a Jero [Jerónimo García, que participa en la pieza “Agapandos”], le dije “Vas a tocar más o menos así”. Él es parte de Diles Que No Me Maten, es un gran clarinetista, pero no es alguien que vaya a tocar exactamente lo escrito, y al final eso era lo que buscaba, un acercamiento más distintivo al sonido.
El tratamiento de estos sonidos en el estudio, ¿fue largo o complejo?
El proceso de mezcla fue relativamente rápido. Tengo un rasgo que puede ser defecto o virtud, dependiendo: no hago música continuamente. Cuando no estoy trabajando prefiero hacer otra cosa. Pero al momento de mezclar o de producir, así como al componer, suelo ser bastante rápido. En este caso la mezcla fue un proceso de dos meses, no más. Aunque fueron muy activos, porque fue un período de desempleo. No tenía algo más que hacer. También ayudó el hecho de que lo tenía claro, en mi cabeza.
Desde que empieza el álbum parece decirte “Pon en pausa lo demás, acércate, escucha”. No es como lo que se dice del ambient, que puede ignorarse. ¿Hay una situación ideal en la que deba escucharse, o en la que esperarías que se le escuche?
Está bien que cada uno lo escuche con los medios que pueda. Hice énfasis en los audífonos porque, como bien sabes, uno comprime las piezas antes de subirlas y luego lo hace la plataforma. Se pierden muchas cualidades del sonido. En este tipo de trabajos es importante que suene lo más parecido a la fuente. Pensaría que es mejor escucharlo por la noche, por sus cualidades introspectivas. Y sí, de principio a fin. Somos una generación que llegó a comprar discos. Había canciones que nos gustaban más que otras, pero el formato te llevaba a escucharlo completo. Hoy escuchas 15 segundos y pasas a otra cosa. Lo entiendo, pero creo que con este tipo de música no funciona. Si alguien se dispone a escucharlo, lo ideal sería disponer de la media hora que dura el álbum.
Me comentabas que pudiste grabar el álbum durante un período de desempleo, cuando pudiste dedicarle el tiempo y la atención que requería. ¿Consideras que la música es un trabajo que deba pagarse? Me refiero a este álbum.
El tipo de música que hago, estos experimentos, no son algo redituable. Los separo de otros trabajos, me parece más honesto. Le dije a mi novia que éste es mi disco pop y ella se rió, pero hay un acercamiento al formato. Puse “Llanuras”, que es muy breve, al inicio, a manera de declaración. A mis 35 años quiero iniciar con algo que invite a la gente a seguir escuchando. Algo que no sea demasiado estridente o experimental. El disco exige algo de parte del escucha, pero no creo que sea alienante.
La gente que hace música poco comercial, en México, necesita pelear un poco para encontrar público. ¿De qué forma se puede escuchar Llanura?
Está disponible en casete, junto a la descarga digital, en Bandcamp. Mucha gente joven busca este formato, no porque lo vayan a poner sino como una manera de apoyar al artista. Toco en vivo, no mucho, pero siento que es importante hacerlo para que la obra sobreviva. De unos años para acá hay un auge de la música experimental en México. Hay muchas cosas pasando, pero es difícil seguir haciéndolas. Frecuentemente nos hacen más caso fuera del país. Hay una especie de resistencia.
Parece ser un disco difícil de interpretar en vivo. ¿Cuál ha sido el proceso para poder presentarlo?
En vivo hago algo muy distinto a las versiones de estudio. En su libro Silence John Cage habla de la diferencia entre componer, interpretar y escuchar. Siempre he pensado que a la hora de tocar en vivo hay que hacer versiones. Justo ahora voy a tocar en Monterrey [el concierto sucedió el 20 de octubre], en una iglesia, un par de estos tracks. Hice versiones para tocar en vivo con lo que me cabe en la maleta, para poder subirme al avión. Me encantaría en algún momento juntar a Aleida [Pérez, violín], Jorge [Berumen, batería] y Jerónimo. Pero el rollo de montarlo en vivo sería muy complicado. Costoso, sobre todo. Tal vez en la Ciudad de México sea viable, podría ser el próximo año.
Darío AFB musicalizará en vivo la pieza de danza Destellos, de Diego Vega Solorza, el 23 y el 24 de noviembre, en Dr. Erazo 182, colonia Doctores.