Hoy en día el corrido es quizá el género literario-musical más importante de la tradición mexicana”, afirma Aurelio González en su libro El corrido. Construcción poética. Estas palabras fueron publicadas en 2015, cuando la derivación hoy conocida como tumbada aún no existía en su forma actual, ni mucho menos había llegado a convertirse en el género dominante del año en las escuchas en línea a nivel mundial. González rastrea el origen del término (que no del género) corrido desde el Diccionario de Autoridades de 1729. Por entonces se manifestaba como una aparición incipiente, apenas diferenciable de la balada, un género de origen cortesano. Algo conmovedoramente arcaico –no de parte del investigador sino de la lengua–, si tomamos en cuenta que el corrido habla, desde sus inicios, de las historias más lejanas a la aristocracia. Además de que es por naturaleza un género indefinido, una creación entre categorías, una formación entre lenguas, en el mejor de los casos binacional, como afirma Dante Saucedo en su texto “Ante el Estado, ante la nación: breve contrahistoria del corrido”. Sobre todo se trata de una forma insumisa ante cualquier estructura métrica, política y, para el caso, poética.

Tal vez suene chocante categorizar los corridos tumbados como una forma tardía de la balada, pero pocos casos muestran la conexión con tanta claridad como la primera parte de Éxodo, el disco más reciente de Peso Pluma. Ya desde Génesis (2023) veíamos estas tendencias en canciones como “Bye”, que compartía más rasgos con el dream pop que con el corrido: sonidos platinados con deformaciones de pie quebrado (dos octosílabos seguidos de un despeñado monosílabo como “No sé qué fue lo que pasó / Pero al chile sí me dolió / Bye” lo constatan). Estamos frente a algo cercano a un haiku, pero mejor. Caer en un análisis maniático de la versificación sería, además de difícil y cansado, poco provechoso. Vayamos al suave pasto de los semas, al campo: “Dios, no quería desvelarme, y aquí ando en el desmadre / El alcohol ya no siento, las drogas no hacen ni madres”. ¿Quién no puede identificarse con esto? Un bot, tal vez.

El surgimiento del corrido tumbado podría explicarse, más que con mutaciones, con hibridaciones: el encuentro con géneros más contemporáneos como el trap y el reguetón. Su nacimiento se da a manos de la población migrante que, por cuestiones de fronteras políticas, se encuentra entre dos aguas culturales. Esa gente que fue atravesada por la frontera, y no viceversa (otra vez, refiriéndonos al texto de Dante Saucedo). En el plano rítmico la mezcla es casi obvia, aunque no planeamos elaborar gran cosa por ese lado. La confluencia puede ser más interesante en el aspecto lírico: a pesar de que el corrido ha pasado por numerosas transformaciones, en general se ha dedicado a encumbrar personajes, a veces de forma comisionada, aunque se espera que siempre dé la apariencia de espontaneidad. No ha sido un género de autores enamorados de sí mismos. Podría decirse que con la llegada del tumbado la tendencia no se ha roto sino que se ha bifurcado: se pueden cantar las virtudes del jefe tanto como las propias, algo que ha sido mucho más habitual en los géneros con los que se encontró para asumir su forma.

Aunque la publicidad de sí mismo no ha sido elemento central del corrido, ha compartido un rasgo que puede encontrarse en el hip hop, tanto como en el trap y el reguetón, desde sus inicios: la exaltación del sujeto perteneciente a la clase trabajadora.

Aunque la publicidad de sí mismo no ha sido elemento central del corrido, ha compartido un rasgo que puede encontrarse en el hip hop, tanto como en el trap y el reguetón, desde sus inicios: la exaltación del sujeto perteneciente a la clase trabajadora. El centro de las letras de Peso Pluma, desde su álbum anterior y hasta ahora, es la supervivencia (económica tanto como esquivar balas). Mover droga, contestar llamadas, gastar lo ganado, cantar lo gastado. Si bien sabemos que no es, como lo sugiere varias veces y como parece creerlo una parte de su público, un chico que vino desde abajo (Hassan Emilio Kabande Laija viene de una familia con vida tendiente a lo cómodo, originaria de Zapopan, el segundo municipio con el mayor ingreso per cápita del país), pone en marcha usos que rompen la lengua, que fracturan las vías tradicionales para ser escuchado en otros lugares.

Sobre esto podemos pensar en la ola de falsa indignación, alrededor del otoño del año pasado, cuando la prensa gringa “descubrió” la glorificación del ideario del narcotráfico en sus letras, varios meses después de que “Ella baila sola” hubiera tenido su verano de ubicuidad. Esa canción funcionó como una especie de caballo de Troya: en una sociedad como la estadounidense, incluso más dada al fingimiento de la buena conciencia, solamente una balada, en un sentido casi tradicional, podría haberles hecho digerir de buena gana al comunicador social de un cártel. No sabemos qué esperaban encontrar en el resto de sus canciones. Tal vez las doce rosas de Lorenzo Antonio. Violencia, sí. Como en todas partes y en todos los géneros. No solamente de música sino de pintura, fotografía, poesía. ¿No fue Octavio Paz quien escribió “chillen, putas”? Y las canciones de Hassan ni siquiera nos hacen sentir así de mal, sino todo lo contrario.

Al parecer, como pasa siempre con géneros que hunden sus raíces en franjas desposeídas, el corrido ha sido objeto de fiscalizaciones más exhaustivas que las aplicadas a otros estilos que han logrado su adopción a manos más perfumadas. Puede que solamente se trate de una irritación ante lo explícito. Ha pasado con las historias sobre violencia, tal como aquellas sobre el deseo y el placer sexual (la conciencia burguesa siempre ha preferido la edulcoración). También con el disfrute de los bienes materiales. En este último caso la intransigencia es acaso mayor: ¿qué hacen los pobres venidos a más cantando acerca de las marcas en las que tanta carga afectiva han depositado las personas de apellido viejo?

Para alguien sin ninguna sofisticación, más allá de haber podido vivir en la Ciudad de México durante varios años, a pesar de no ser de ahí, las letras de Peso Pluma resultan en googleos obligatorios; un refugio hermenéutico. ¿Qué significa lo que estoy cantando y por qué quiero estar aquí? sería apenas un punto de partida. Marcas de vinos, videojuegos, zapatos, ropa, autos y perfumes son una puerta abierta a un multilingüismo alejado de los vicios de la traducción. ¿Qué significa Santal 33? Significa gastar casi siete mil pesos en una botellita de perfume que puedes llevar en tu equipaje de mano en un avión, y eso porque no tienes un jet privado. Internet me lo dijo.

Para alguien sin ninguna sofisticación, más allá de haber podido vivir en la Ciudad de México durante varios años, a pesar de no ser de ahí, las letras de Peso Pluma resultan en googleos obligatorios; un refugio hermenéutico.

Aya Nakamura canta “Hello, papi, mais qué pasa?”. Aquí aparece la lengua que se impone sobre las demás, el inglés, y una lengua mediadora y con una posición también hipercentral, el francés, pero la que destaca es la lengua con un nuevo prestigio cultural, particularmente en la música pop: el español. Esto, desde luego, no implicará necesariamente una ventaja social o económica para los grupos de hablantes. Por ejemplo, podemos sentarnos a esperar (con una copa de Dom Perignon Lady Gaga en la mano) el día en que circulen con la misma facilidad corridos tumbados u otros géneros populares en lenguas originarias. Sin embargo hay una diferencia: pareciera que la música, como el género poético que es, se va brincando las reglas de las lenguas, las sintaxis, las estructuras. Así como ciertas plataformas –digamos Spotify, que, por cierto, desde el año pasado anuncia profusamente a Peso Pluma– buscan mediar entre la música y los escuchas, muchas de las letras y los géneros que nos encontramos hoy (como lo han hecho tantas veces a lo largo de la historia de la música popular) hallan precisamente su valor al deformar las lenguas y sus reglas, sus métricas y sonoridades.

Nos encontramos, además, con hermosísimas faltas a las academias. “Bonjour mademoiselle, j’suis équipé / Seria, pero se me aloca / En el jet privé, champaña Rosé / Mis lujos a ella no le asombran / Y como Mbappé a mis 23 / También festejé con las copas”. Hassan habla francés, con las contracciones cotidianas del registro oral. No dice “je suis”, como en escuelita de francés, sino “j’suis”, como lo haría cualquier hablante dadas las circunstancias. Sin mencionar lo bonito que suena la rima entre equipé, Rosé y Mbappé. Según el diccionario Grand Robert, equipé puede referirse a embarcarse, proveer cosas necesarias a una actividad, formar parte de un equipo y tener un equipo; andar equipado. Peso Pluma sería, entonces, un buen traductor, por la forma en que transporta signos y significados.

Violencia armada, dispendio económico (de lo ganado en el negocio de la violencia armada), sexo explícito y un intensivo consumo de alcohol de alta gama y drogas multicolor. Se diría que para defender la existencia de estas canciones hace falta más cinismo del que resultaría gracioso aplicar. Que sólo puede explicarse su proliferación en el contexto de un grave deterioro moral colectivo y que debe haberse abierto un cisma que separa irremediablemente a su público de la gente de bien. O, sólo tal vez, se canta aquello no por celebrar una vía fácil, sino como una denuncia oblicua de que el resto de las vías son de tránsito insoportablemente arduo, cuando no imposible.

El público que ha llevado el corrido tumbado hasta el lugar de prominencia que tiene es el joven (adolescente y en los primeros años de la adultez). La misma franja a la que se le ha impuesto una carga doble: la responsabilidad de la construcción del futuro colectivo y la resignación ante las posibilidades decrecientes (casi inexistentes) de futuro individual. Más que funcionar como una educación sentimental (el riesgo invocado una y otra vez por quienes exigen la censura), los corridos contemporáneos nombran el absurdo y lo pueblan con historias infinitamente más fascinantes que las del culto al esfuerzo y la buena conducta. Tomemos una de las constantes en las letras de Peso Pluma: la idealización de la entrega al trabajo, incluso de la autoexplotación. Aunque pueda leerse como una apología de la sumisión ante la empresa (en este caso el cártel) y un potencial instrumento de adoctrinamiento en manos de los superiores, el objeto del trabajo sobre el que se canta no es intercambiable. Sería inconcebible hacer canciones tan atractivas que hablaran acerca de trabajar como asociado en Walmart o de haber logrado llegar a lo más alto en el gobierno federal, luego de haber comenzado como prestador de servicio social sacando fotocopias. El encanto de lo clandestino, aquí (tanto si se trata de esto como de gastar en champaña o de aniquilar –literal o metafóricamente, a estas alturas da lo mismo– a la competencia), vuelve ridículo lo legítimo, por contraste.

Más que funcionar como una educación sentimental (el riesgo invocado una y otra vez por quienes exigen la censura), los corridos contemporáneos nombran el absurdo y lo pueblan con historias infinitamente más fascinantes que las del culto al esfuerzo y la buena conducta.

José Manuel Valenzuela Arce, en Corridos tumbados. Bélicos ya somos, bélicos morimos (2023), aglutina los atributos de este género en torno al presentismo: la exaltación de lo inmediato (sean los placeres o los riesgos) y el desdén por lo lejano y por la noción de futuro a largo plazo. Aunque sitúa las causas en un contexto bien balanceado (habla lo mismo de necrocapitalismo que de biopolítica) y hace lo posible por eludir la condena fácil, Valenzuela Arce no cree que haya algo por analizar en las letras, fuera de curiosidades poéticas y la celebración del capitalismo más individualista. Como pasa con todo género de arraigo popular, especialmente los que se inclinan a la épica, las obras del corrido tumbado tal vez deban leerse como parte de una obra amplia, preferentemente de ficción. Su público no espera reflejarse en ella de una forma literal (salvo el pequeño porcentaje que las escucha para relajarse luego de una refriega con armas largas, e incluso ahí está el abismo de la hipérbole). Entre otras cosas, tal vez sólo busca imaginar de forma más nítida vidas que no son parte de los mecanismos más ordinarios de explotación y desesperanza a los que se halla sujeto, sino de otros mecanismos, acaso más divertidos y siniestros, pero que apuntan al mismo fin: el de ser trituradas por el capital. Vidas que hacen un recorrido muy distinto, pero que en un sentido ulterior se resuelven de forma idéntica.

Acaso sea una percepción pasajera, luego de que Peso Pluma se fracturó el pie en el Governors Ball de Nueva York, la que nos hace pensar que algo cambió en él, no sólo en su aspecto sino en sus modos. Incluso con su nuevo corte de cabello, su ropa negra y su patita inmovilizada, parece un Jarvis Cocker cantando en español. Pero ya desde antes se sentía la angustia del trabajo al centro. Aunque otras sean las ocupaciones y otras las ganancias. Nosotros, al menos, ganamos otro gran disco. Y con dos lados.