Vivimos en un país en duelo perpetuo. Esta guerra no sólo se ha llevado consigo a los incontables muertos y desaparecidos, sino también la normalidad y la vida de quienes se quedan atrás, atrapados en el tiempo, en la búsqueda y la espera, asiéndose a cualquier remedo de esperanza, a cualquier promesa de certezas. Narrar esta violencia inmediata y constante es, a su vez, un esfuerzo por encontrar respuestas, la urgencia por alcanzar una cotidianidad teñida por el horror y la confusión. En su aceptación de la imposibilidad de comprender completamente este presente que vivimos en México, Sin señas particulares (2020), de Fernanda Valadez, retrata el verdadero territorio invadido por esta guerra: los cuerpos arrebatados y los cuerpos que permanecen.
La historia de Magdalena es la de miles de madres en el México de hoy. Su hijo ha desaparecido. Las autoridades sólo han encontrado su mochila y el cadáver del amigo con quien había emprendido el viaje hacia el otro lado. Rehusándose a la sugerencia de los oficiales de darlo por muerto, Magdalena (Mercedes Hernández) se sumerge en una travesía desesperada, laberíntica y agotadora. Se enfrenta una y otra vez a un sistema frío e inhumano que trata su tragedia como parte de un proceso burocrático cualquiera.
El enfrentamiento de Magdalena con un sistema que la anula como individuo es presentado en un plano desgarradoramente íntimo. Presenciamos el calvario por el que esta mujer transita a través de los rincones y relieves de su rostro. Las tomas fijas nos permiten detenernos en sus ojos desesperanzados, las ojeras que se acentúan con el paso del tiempo, las arrugas. El “villano” al que se enfrenta no tiene nombre ni rostro: “El Diablo”, la encarnación que la cinta elige para la fuerza aterradora e implacable detrás del dolor, es un sistema que atropella a los individuos, un Estado que no respalda, una sociedad que, tras la constante exposición a la violencia cotidiana, ha quedado adormecida e indiferente.
En su camino, Magdalena se cruza con otras personas que también han sido alcanzadas por distintas manifestaciones del mismo horror. Madres que, resignadas, han dejado de esperar justicia para suplicar tan sólo respuestas. Un joven deportado que vuelve a su hogar en ruinas. Un anciano que presenció la brutalidad y alcanzó a sobrevivir. Estos encuentros, que se convierten en instantes de acompañamiento, funcionan como un vistazo a los calvarios personales y solitarios que esta violencia sigue dejando a su paso. Los rostros del duelo y la incertidumbre son muchos, y están en todos lados.
Vivimos en un país en guerra. Es natural que las miradas de nuestro tiempo se concentren en el duelo y el horror que nos rodean. Y se vuelve necesario, como público, seguir escuchando y no permitirnos el adormecimiento. Reconocida como mejor largometraje en el Festival Internacional de Cine de Morelia, Sin señas particulares se suma a esta insistencia proponiendo un acercamiento personal, silencioso y respetuoso, dándose espacio para escuchar su propia recreación del presente a través de la desgarradora actuación de Mercedes Hernández. Más que establecer palabras o interpretaciones, la cinta abre paso a las exclamaciones y el desgaste de un cuerpo atravesado por esta guerra; un cuerpo que evoca al de tantas madres que persisten en la búsqueda de sentido durante esta guerra que no termina.