16 de agosto de 2017

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21/11/2024

Cine/TV

‘Somos’: la batalla de la representación

El actor Lázaro Gabino Rodríguez problematiza la representación de la realidad mexicana en la serie ‘Somos’, estrenada por Netflix

Lázaro Gabino Rodríguez | miércoles, 21 de julio de 2021

Imagen promocional de la serie 'Somos' (Nexflix)

La representación es una batalla cada vez más difícil de librar. Las hegemonías son cada vez más penetrantes y más expansivas, y han logrado que ya no sepamos quiénes son ellos y quiénes somos nosotras.

Este texto es un remix de un texto que escribí hace varios años; lo reescribo desde el desasosiego, desde la certeza de que estamos perdiendo terreno y de que perderemos más; la certidumbre de que vienen a llevárselo todo.

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Netflix estrenó hace algunos días la serie Somos, sobre la masacre de Allende. Jacobo Dayán, quien trabajó el tema con Sergio Aguayo, publicó un artículo en Animal Político en el que hace varias precisiones a lo que muestra la teleserie. Dayán es alguien a quien leo con regularidad por una mezcla de afinidad y respeto. Cuando lo leo, por lo general, siento que vuelvo a pensar en las cosas importantes. Pero en este caso me parece que se pierde en una serie de precisiones y evade el problema de fondo. Parece pensar que el sistema es inevitable y que por lo tanto es ocioso criticarlo, como si a lo más que pudiéramos aspirar fuera a arreglar desperfectos. Con una candidez inexplicable, se dedica a tapar las goteras de un barco que, en medio de la tormenta, se hunde.

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Las representaciones de la realidad no son inocentes, tienen una intención, obedecen a intereses, moldean (por decisión u omisión) una idea de vida. El mundo, en gran medida, se nos revela a través de representaciones. Aprehendemos la realidad por medio de las traducciones que se hacen de ella, pero a la vez esas traducciones, resultado de la observación del mundo, generan nuevas maneras de entender la vida; es decir, pasan de ser efectos a ser causas. El cine y las series son a la vez causa y efecto. Son producto de cómo pensamos, al tiempo que nos inducen a relatar, a vivir y a enfrentar la realidad bajo los esquemas que crean.

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Hoy existe un hambre de “realidad”. La proliferación de documentales, reality shows y ficciones inspiradas en hechos reales son prueba de ello. Esto no ha pasado desapercibido para los desarrolladores de las empresas de streaming. Dentro de las maneras de aproximarse a lo real, Netflix ha encontrado en la representación del pasado reciente de nuestro país (y de otros) una categoría a explotar, produciendo contenidos que construyen representaciones de la realidad. Estas series contribuyen a dar forma al pasado, se vuelven parte de la construcción de esa entelequia llamada memoria colectiva. Generan narrativas sobre fenómenos complejos que siguen atravesando muchas vidas. Son mecanismos para construir lo que pasó, lo que pasa.

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Netflix es una empresa comercial y su objetivo, como el de cualquier empresa, es generar ganancias. Sus actividades están supeditadas a ese fin. Han creado un modelo de negocios en el que dan a la audiencia lo que “quiere ver” mediante estudios de mercado y algoritmos. Crean objetos de consumo. Y, para que estos funcionen, aplican modelos narrativos lo mismo a historias de dragones que al relato de hechos que sucedieron en la realidad.

¿A qué nos enfrentamos cuando estas empresas comerciales comienzan a generar relatos sobre el pasado, es decir sobre el presente, de una sociedad? ¿Qué repercusiones tiene que la construcción del relato de nuestro pasado pase por los parámetros de la empresa? ¿Cómo nos posicionamos?

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Jacobo Dayán insinúa que Somos se “arreglaría” corrigiendo las precisiones que señala en su artículo, como si ajustando el contenido resolviera la montaña de problemas que un producto así plantea, como si las producciones audiovisuales se limitaran a la “historia” y no formaran un complejo entramado de factores que las constituyen y definen la manera en la que se enuncian y se leen. Toma una parte y la confunde con el todo.

Desde mi punto de vista, Somos tiene infinidad de problemas. Sobre la representación, sobre criterios de construcción y sobre modelos de producción. ¿Aceptaremos como inevitable que las narrativas sobre el pasado de nuestro país estén supeditadas al rating o como se le llame ahora? ¿Nos parece aceptable que una empresa capitalice el dolor de las víctimas?  ¿Es, como dice la publicidad, una “narración desde el punto de vista de las víctimas”? ¿Estamos todas locos?

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Una definición al vuelo: la Historia oficial es una interpretación específica del pasado que pretende justificar al Estado o a la clase gobernante. Es una manera de determinar el presente a partir del pasado. Normalmente se presenta como unívoca y además cuenta con mayores posibilidades de difusión que las de cualquier otro relato. La crítica que muchas personas hemos esgrimido contra la Historia oficial es que modela a conveniencia, secuestra lo que pasó y construye lo que pasará.

Pasa algo parecido con las narraciones sobre el pasado realizadas bajo los criterios de estas empresas: usan el pasado para obtener utilidades, y el residuo que dejan más o menos conscientemente se transforma en una versión del pasado que cobra un peso enorme por su capacidad de penetración.

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No digo que sea una encrucijada obvia, pero me conflictúa que muchas personas, en su sincero y legítimo interés porque se difundan los trágicos hechos, pasen por alto que forma es fondo, que el medio es el mensaje, que los medios te definen más que los fines que pregonas, etc.

La gran Marcela Turati y muchas otras personas han respaldado esta producción, han usado su enorme capital simbólico para legitimar la narración de estos trágicos acontecimientos por medio de los criterios de la empresa. Parte de estos espaldarazos se sostienen en que la serie se basa en la investigación de Ginger Thompson, que según escuché es magnífica, y que en el equipo de guionistas está Fernanda Melchor, una escritora muy solvente. Es decir, llega un gringo y arma un equipo de personas muy talentosas y ya por eso parece que eso está bueno, cuando el problema no es quién trabaje en la teleserie, sino los parámetros mediante los que se produce. Sus medios y sus fines. Sus condicionantes. No es un problema de individuos, es un sistema de construcción de representación.

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Notas sueltas:

– Ojalá que alguien escriba un texto sobre las enormes similitudes entre Netflix y Monsanto. (Parece chiste pero es anécdota.)

– Cuestionar el potencial emancipador de esa indignación empaquetada.

– Pensar que la visibilidad no es un bien en sí misma, no tiene un signo político claro, puede operar de distintas formas dependiendo de cómo da visibilidad a qué.

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Lo que me pareció más intrigante es que, después de citar al familiar de una persona desaparecida que dice “Creo que no se vale que productores de cine y TV lucren con los casos de nuestros desaparecidos”, Dayán cierra su texto diciendo: “Netflix nos debe ahora una serie sólida sobre el campo de exterminio al interior del penal de Piedras Negras”. Me parece inexplicable que le parezca deseable que la empresa siga construyendo la memoria, me parece enigmático que considere a Netflix un interlocutor cultural y me parece el colmo que crea que la compañía “nos debe”, cuando es más o menos claro que Netflix no le debe nada a nadie (que no sean sus accionistas) y que en todo caso es al revés: son quienes consumen su contenido las únicos que, mes con mes, le deben una cuota a la empresa.

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Según yo, si Netflix debe algo es una disculpa a todas las personas cuyo dolor convirtió en espectáculo, en producto de consumo, en platillo de ese menú que no es más que la derrota del pensamiento.

Pero eso nunca va a suceder, porque Netflix no tiene vergüenza. Pero nosotros deberíamos tenerla.

Pienso que hay que recuperar la vergüenza. La vergüenza como parámetro de lo que no es aceptable en la esfera pública, como sentimiento de pérdida de dignidad causado por una falta cometida. Hay que recuperar la vergüenza e intentar llegar a ciertos consensos morales: que no se puede lucrar con la tragedia1, que no está bien legitimar a las empresas trasnacionales, que la resistencia a la hegemonía cultural sigue siendo importante, que la diversidad es un valor, que no es correcto poner el trabajo periodístico en manos de una empresa de telenovelas, que no está bien contribuir a crear una versión netflixeada de nuestro país, que el Museo de Memoria y Tolerancia no debería apadrinar negocios, que podemos decir que no y que sí hay responsabilidad en quienes participan de este sistema como espectadoras y como asalariados. Recuperar la vergüenza para imponernos un estándar de lo inaceptable en el terreno de la representación.

Tal vez podríamos empezar por no ver ese tipo de series, tan prescindibles que se puede escribir sobre ellas sin necesidad de verlas.

Revisión y diálogo: Luisa Pardo y Sergio López Vigueras

Publicado originalmente en el blog Somos reclamos

  1. No tiene nada que ver que un periodista publique una investigación y venda libros, a que una transnacional haga cantidades enormes de dinero convirtiendo la realidad en objeto de consumo masivo. []

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