En septiembre se cumplirán 13 años de que Sonic Youth, una de las bandas que ayudaron a delinear el rostro de la música moderna occidental del siglo XX, anunció un hiato indefinido, derivado del divorcio de dos de sus integrantes fundacionales. La agrupación noise rock por antonomasia se detenía después de casi tres décadas ininterrumpidas de discos, giras y una de las relaciones más sólidas entre música y prácticas artísticas. Para sorpresa de nadie y placer de los más entregados al flujo de su obra –quienes saben que Sonic Youth funciona más como un atlas del arte que como una banda de rock–, por música nueva no hemos parado.
Desde sus primeros días como amalgama sonora No Wave, e incluso tras la tormenta de su disolución en plena coronación indie trasnochada, Kim Gordon, Thurston Moore, Lee Ranaldo y Steve Shelley no han dejado de crear y ampliar sus linderos, de las corpulencias mainstream del rock, los caminos más inasibles y abigarrados de la abstracción y los cruces interdisciplinarios transfronterizos a los caprichos conceptuales autocomplacientes, pasando por los gestos meramente poéticos. Tan sólo en el último lustro, donde se han editado bootlegs y rarezas de la banda, podemos dar cuenta no sólo del alto gramaje de su aporte sino de un pasado que sigue ofreciendo gratas revelaciones, en diálogo con lo que se hace hoy en la música.
Si uno abre la caja de Pandora de los proyectos paralelos y solistas de los integrantes de Sonic Youth puede ver con nitidez el estilo, la forma y la sustancia de cada una de sus partes. A más de cuatro décadas de su nacimiento como banda, Moore, Shelley, Gordon y Ranaldo mantienen vivo el ruido eterno, que parece infatigable. En algunos casos nos encontramos, sí, con lo necio y lo raído, pero vale la pena echar una oída a ese crisol musical, que sigue alimentándose contra todo pronóstico, más allá de los días de gloria del grupo.
Kim Gordon
En más de una ocasión Kim Gordon ha dicho que no sabe cantar ni tocar el bajo, al menos no de forma convencional. Su aproximación a la música siempre ha sido un camino de exploración e intuición; desde ahí ha construido un sonido con personalidad propia, perceptible en el instrumento, la voz y la estética que codifican los sonidos.
Como integrante más madura y única mujer de Sonic Youth, desde los primeros trabajos fuera de la banda Gordon desarrolló rápidamente una visión de mayor alcance, incluso en el sentido extramusical, frente a lo hecho por sus compañeros.
Como integrante más madura y única mujer de Sonic Youth, desde los primeros trabajos fuera de la banda Gordon desarrolló rápidamente una visión de mayor alcance, incluso en el sentido extramusical, frente a lo hecho por sus compañeros. Pese a que su cáliz agónico, oscuro y aletargado descoloca y choca con más de uno (generalmente hombres), Gordon está mucho más enfocada en las prácticas artísticas expandidas y los conceptos y reflexiones de género, así como en las posibilidades corporales y performáticas del ruido.
El corpus sonoro de Kim Gordon ha sido casi siempre un tema de grupos y proyectos, de ideas compartidas y fuerzas colaborativas, iniciado en 1986 con la identidad alterna del mismo Sonic Youth durante los años circundantes a su primera obra cumbre, Daydream Nation (1988), cuando dieron vida a ese homenaje experimental a Madonna junto a Mike Watt (Minutemen) llamado Ciccone Youth. Entonces había reflexión pop, collage sonoro, pastiches reflexivos e ironías de lo cool.
El final de la década de los ochenta, pero sobre todo la década de los noventa, época de mayor éxito comercial de Sonic Youth, permitió a Gordon experimentar y ejercitar ideas en torno al ruido, los roles de género y el papel del arte en la música, ya sea a través del noise rock de su proyecto principal o en Mirror/Dash junto a Thurston Moore, Lucky Sperm (la misma alineación de Ciccone Youth sin Thurston) o Harry Crews (faceta hardcore junto a Lydia Lunch y Lisa Tomicich).
Mención aparte merece Free Kitten (1992-2008), uno de los proyectos más destacados de Gordon fuera de su banda principal. Se trata de un power trio de alta personalidad junto a Julie Cafritz de los legendarios Pussy Galore y Yoshimi de los brutales y ruidosos proyectos japoneses Boredoms y OOIOOO. Este grupo supo desarrollarse con aires propios, ideas genuinas y una identidad femenina libre, experimental y estridente, siempre inteligente y altamente visceral, sin perder la esencia punk.
Podría decirse que el desarrollo más interesante y complejo de Kim Gordon comenzó a fraguarse a partir del año 2000, cuando el proyecto discográfico experimental de la banda, SYR (nacido en el inicio del ocaso de la relación del grupo con su disquera, Geffen), editó su entonces quinto volumen, al lado de Gregor Asch (DJ Olive) y la enorme percusionista japonesa Ikue Mori, en donde se pusieron sobre el asador las posibilidades electrónicas para esculpir, viajar y retorcer sonoridades acuosas ricas en texturas.
Tras la disolución de Sonic Youth y la edición de un disco experimental junto a Moore y Yoko Ono, grabado tiempo antes pero editado con fines benéficos para las víctimas del tsunami, Kim Gordon parecía haber dado carpetazo al rock destemplado de ínfulas pop de casa, para amplificar su búsqueda de arañazos noise y tinturas pendulantes entre la textura y la atmósfera.
La última década ha encontrado a una Gordon prolífica y renovada, la voz que realmente ha tomado distancia del “sonido Youth”, primero con su proyecto iniciado en 2013, Body/Head, junto al guitarrista Bill Nace para el sello Matador, para a la postre evolucionar hacia un ruido más accesible y con guiños a la estructura de canciones cortas y contundentes, teniendo como aliados al dolor y la crítica de su entorno culterano. Esto se ha traducido en dos de los mejores discos editados por los ex integrantes de la banda a la fecha, el duro de tragar y accesible en partes iguales No Home Record (2019) y The Collective, editado apenas hace unos meses y con el cual Gordon sorprende al echar mano del trap, el drill y las maquinaciones electrónicas para hacer un disco fresco, rítmico y con horizonte discursivo.
Steve Shelley
La faceta del Shelley post Sonic Youth suele ser discreta y casi siempre complementaria, nunca protagónica. Sus trabajos más sólidos se encuentran del lado de la producción discográfica: de 1995 a 2009 comandó el sello independiente Smell Like Records, donde dieron sus primeros pasos artistas hoy consagrados como Cat Power, Blonde Redhead e incluso la española Christina Rosenvinge, entre otros. La disquera ha evolucionado con el nombre Vampire Blues, con un enfoque de inclusiones electrónicas sin perder el halo rock.
Baterista solvente, ente adaptable y con un estilo preciso, la sonoridad del último baterista estable de Sonic Youth desde 1985 se inclina más al punk melódico y veloz de guitarras que a la experimentación y el ruido.
Baterista solvente, ente adaptable y con un estilo preciso, la sonoridad del último baterista estable de Sonic Youth desde 1985 se inclina más al punk melódico y veloz de guitarras –con una sonaja recurrente mientras mantiene el galope– que a la experimentación y el ruido. Procedente de la escena hardcore de finales de los setenta y principios de los ochenta, cuando tocaba en The Crucifucks, Steve Shelley ha tenido proyectos dignos de mención como Mosquito, rock indie psicoacústico avant freak, al lado de Jad Fair de Half Japanese y Tim Foljahn de Two Dollar Guitar, quienes recuerdan lo mismo a los Violent Femmes que al humor de los primeros experimentos lo-fi de los Estados Unidos en la segunda mitad de los ochenta y buena parte de los noventa.
Hay que recordar que el baterista ha sido también caballo de batalla de las loqueras de Thurston Moore, ya sea en plan rock o con ánimo vanguardista, al igual que de los proyectos más melódicos de Lee Ranaldo, pero también ha sabido codearse con leyendas como Bush Tetras, Tom Verlaine, John Medeski e, incluso, tocar con sus dos ex compañeros más de una vez.
Quizás la faceta más memorable de Shelley fuera de su banda principal fue aquel Hallogallo 2010, tripleta que revivió la sustancia kraut, al lado de Aaron Mullan y Michael Rother (Harmonia, Neu!, Kraftwerk, etc.), además de Disappears, uno de los secretos mejor guardados del postpunk de Chicago.