A más de tres décadas del estreno de su segundo largometraje, She’s Gotta Have It (1986, en España fue estrenada como Nola Darling, el nombre de su protagonista), Spike Lee volvió este año al material original para desarrollarlo en un nuevo formato y con lo que podría ser una sensibilidad distinta: desde finales de noviembre pueden verse diez episodios de la primera temporada de She’s Gotta Have It, a través de Netflix. Mientras que el filme original, filmado –excepto por una secuencia a color– en blanco y negro, es melancólico pero con ocasionales tonos cómicos, la serie buscó ponerse al día con estrategias distintas.
Aunque de largo aliento, la serie ofrece episodios breves (siempre en la vecindad de la media hora), que contrastan por su tono ligero (a veces ingenuo) con el tratamiento serio del filme que apenas en hora y media de duración logra un ritmo moroso y exigente. La auténtica distancia entre el filme y la serie (dirigida en su totalidad por Lee) se encuentra en el tratamiento de sus tópicos: ambos abordan la relación de una mujer con sus tres amantes, pero la “seriedad moral” (como lo puso Troy Patterson para el New Yorker) con la que tratan cuestiones de género y de violencia contra mujeres es distinta. Spike Lee ha llamado la atención, en distintas entrevistas, a que el auténtico creador de la serie es Tonya Lewis Lee, la productora ejecutiva (y cónyuge de Lee); debe destacarse, también, que para el proyecto los Lee buscaron un balance entre escritores (cuatro son hombres, cuatro mujeres). Así, la serie rescata varios de los momentos cómicos del filme en los que se ridiculizan algunas de las actitudes posesivas, vanidosas y machistas de sus personajes masculinos, y en cambio esquiva la problemática escena en la que, podría argumentarse, Nora Darling (Tracy Camilla Johns) es violada por uno de sus amantes (en cambio, en la serie, es un extraño el que acosa a Nora en la calle, interpretada ahora por DeWanda Wise).
A pesar del énfasis que la serie pone en las siempre sospechosas relaciones entre hombres y mujeres, She’s Gotta Have It también se ha puesto al día en un sentido cercano al que Brooklyn (donde se desarrolla el filme también) lo ha hecho. Una pista de esta “actualización” se encuentra en los créditos: como en la cinta, son imágenes estáticas de distintos puntos de Brooklyn, pero en la serie se intercalan imágenes en blanco y negro con escenas a color del Brooklyn contemporáneo y aburguesado. A ratos, este nuevo producto de Netflix parece aburguesado también: cada capítulo lleva el título de una etiqueta, como las que se usan en las redes sociales (y cada personaje, cuando aparece por primera vez en pantalla, es presentado, también, con su respectivo hashtag). El tono disparatado de la comedia romántica, donde las fricciones y conflictos son acompañados por música agradable (cada canción es acompañada en pantalla por la portada del disco de donde fue tomada), es frecuente también, como lo son las discusiones más bien básicas sobre la dificultad de ser un miembro del cognitariado en el siglo XXI, o de las políticas de identidad, que han sido siempre una parte importante en la obra de Lee. La serie, es cierto, es en muchos sentidos una versión menos problemática que el filme de juventud de Lee: menos aburrida, menos difícil, pero también más lista para ser consumida, sin resistencia alguna para el espectador.