21/11/2024
Artes escénicas
Tania Bruguera y la urgencia política
En esta charla la creadora cubana, que expone en el MUAC, habla de la negociación que se genera cuando el arte político se filtra en las instituciones y, también, de la diferencia entre el activismo y la postura de la queja
“Una exposición como esta está descontextualizada”, dice Tania Bruguera sobre Hablándole al poder, la muestra que estos días le dedica el MUAC, “la razón es que las obras que la componen surgieron por una urgencia social, política o personal y el entrar a una institución o museo se desarticulan esas urgencias, se convierten en datos, referencias”. La cubana es una insignia del arte político, al que no considera un fin sino una estrategia. Bruguera, cuya trayectoria de más de treinta años ha logrado incomodar al gobierno de Cuba con sus actos y performances –el hecho de mayor visibilidad ocurrió en 2014, año en el que fue acusada de «resistencia y desorden público» por intentar colocar un micrófono abierto en la Plaza de la Revolución de La Habana–, asegura que el arte político tiene un estigma ya que «no se vende, no se entiende, te mete en problemas y nadie lo quiere patrocinar”.
Consciente del interés que ha causado su trabajo en el ámbito cultural global -que se constata, por ejemplo, en Tania Libre (2017), documental de Lynn Hershman, “que espero que sirva para mostrar hasta qué punto todos los cubanos tenemos el síndrome de Estocolmo con respecto a nuestro gobierno”– Bruguera está interesada en que se institucionalice la idea de que el arte político es posible. Y, además, tiene dos metas: el cambio político y que el mundo artístico valore el arte político.
Al encontrarse en la salas del MUAC que documentan las obras de Bruguera, es posible que un espectador promedio se sienta desilusionado al no encontrar sino cadáveres de piezas con las que la artista se ha manifestado en contra del totalitarismo. Al ser un reflejo del presente, el arte político que se (in)filtra en una institución, considera la artista, intenta bombardear y ponerla en crisis desde dentro. Esta forma de operar (que se complementa con la idea de empujar desde fuera, de confrontar al opresor obligándolo a dialogar) surge de diversos cuestionamientos que se hace Bruguera: ¿qué quiero políticamente?, ¿qué quiero que cambie dentro de la institución? Lo que más entusiasma a la artista, que acepta que sus obras pierden fuerza al encontrarse dentro de un museo, es el proyecto Arte Útil, que consiste en una escuela funcional dentro del museo. “Me importa mucho estar aquí en el MUAC, un museo que es parte de la universidad. No estoy exponiendo en el Museo Tamayo, que tiene otra misión, lo importante aquí es que los universitarios cuestionen en qué medida el arte puede ser un agente de intervención”, asegura.
Bruguera, que también ha operado como activista digital con el proyecto #YoTambiénExijo (2014-a la fecha), asegura que este tipo de manifestaciones (a las que considera necesarias e importantes) también han generado una conducta peligrosa: “La protesta como contagio colectivo es poderosa porque de pronto puedes tener a diez mil personas demandando algo. Eso está bien pero hay que estar conscientes de que se necesita educar a esas personas. A veces me da miedo porque ignorar todo lo que conlleva este contagio es como no hacer nada”.
La cubana, finalmente, distingue la queja del activismo: «La idea de ser activista es que uno mismo entienda qué le molesta, por qué le molesta y, también, qué y quiénes generan esa incomodidad; después hay que plantearse qué hacer para cambiar el problema. Hay autómatas de la queja, síntoma de que no se está siendo activo políticamente. La postura de la queja, que tanto han fomentado los gobiernos, es una evasión”.