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Cine/TV

La dignidad de la Loca del Frente

La adaptación cinematográfica de ‘Tengo miedo torero’, la novela de Pedro Lemebel, invita a reflexionar sobre la representación de lo trans

Mónica Ramón Ríos | miércoles, 25 de noviembre de 2020

Fotograma de 'Tengo miedo torero' (2020), de Rodrigo Sepúlveda

Cuando el año pasado vi el documental Lemebel, dirigido por Joanna Reposi, me dejó con gusto a poco. Filmado en los años en los que el admirado escritor y performero chileno batallaba con el cáncer, Reposi decidió dejar fuera la potente voz literaria de Pedro Lemebel que nos acompañó en Radio Tierra y en los volúmenes que crearon un archivo alternativo de nuestra historia. Justamente ése fue el foco del documental de 2008 Pedro Lemebel: corazón en fuga, donde Verónica Qüense y su equipo lo mostraba en plena forma, conversando con tres amigas suyas envuelto por la sedosa voz de la pluma neobarrosa: la emblemática secretaria general del Partido Comunista, Gladys Marín; una de las fundadoras de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, Ana González; y la portentosa poeta Carmen Berenguer.

Mientras releo la novela Tengo miedo torero (2001) en la copia superventas pirateada que tengo, siento cómo la sensual pluma lemebeliana, el espíritu de la resistencia de los ochenta, resuena en el mundo chileno actual: las mismas bombas lacrimógenas y la gente con sus limones; los mismos milicos y pacos lobotomizados haciendo redadas, metralla por delante; el mismo espíritu de fiesta del pueblo como estrategia de sobrevivencia y la juventud revolucionaria guiando el camino. Porque ésta es una historia de amor, pero no de ese amor que es opio que paraliza, sino del amor como política de transformación: la Loca del Frente “sintió nuevamente y por segunda vez en ese día una oleada de dignidad que la hacía levantar la cabeza”, leo en la novela. Ahí está la palabra “dignidad”, que hoy es bandera de la lucha contra la precarización y contra las relaciones utilitarias provocada por el neoliberalismo extremo.


La adaptación fílmica de la única novela de Pedro Lemebel llegó a estrenarse vía streaming, envuelta en el aura que acompaña al escritor; es imposible escribir sobre la película sin referirse primero a una de las dos icónicas Yeguas del Apocalipsis. La producción de la película también quiso inflar ese atractivo utilizando un elenco con Alfredo Castro al centro, que, según cuenta el mismo actor, había sido ungido por Lemebel para interpretar a la Loca del Frente. Secundado por los personajes de Carlos y Laura con acento, la película transforma la célula política Chilensis, parte del emblemático Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), en un movimiento internacional, pero no un movimiento internacional político sino uno permitido únicamente por la devoradora industria cinematográfica neoliberal.

Mientras veo la película en un vínculo pirata que dejó un fan de Lemebel, las imágenes se me aparecen como pura estrategia económica extractivista. La película utiliza el mundo travesti para lucrar con el deseo del mercado por los cuerpos de la diferencia, un deseo que corre de manera simultánea a noticias sobre más y más personas trans asesinadas en las calles por pacos, amantes y transfóbicos. Sumo mi voz a las otras voces críticas de la película para preguntar: ¿qué pasó con las “asesorías” de personas trans en el proceso de producción? Es como si hubieran sido borradas por una visión autoral normalizadora.

En el horizonte aurático abierto por la pluma y la performance de Lemebel, la película de Rodrigo Sepúlveda no puede sino ser una copia que siempre se verá desteñida. Otras plumas sagaces han descrito con precisión cómo la película Tengo miedo torero, a pesar de su interés en retratar una época histórica, yerra al representar ese archivo. No capta, por ejemplo, las sutilezas entre derecha e izquierda que marcan el espíritu político chileno, ni las sutilezas del pulido glamour del mundo travesti, ni la dignidad del chileno pobre. Y es tal vez ese “ojo extranjero”, como llamaré al ojo pituco tecnificado por el simplista mundo de la televisión, lo que se me interpuso como una pátina omnipresente en el visionado de la película. Esa extranjerización interpretó el derruido palacio impecable de la Loca del Frente como una casa miserable de tablones sin encerar; su pelada adornada y su pestaña falsa como un pelo que no supo ponerse las extensiones ni usar el maquillaje; en fin, un ojo extranjero que pinta al mundo travesti y al barrio pobre de manera miserable, sin dignidad.

Compré mi ticket para ver la película en su estreno en streaming apenas se anunciaron las dos funciones (aunque, por no estar en Chile, no la pude ver). Le cuento por teléfono a uno de los productores que terminé viéndola en una copia pirateada y me comenta que fue un fenómeno de taquilla virtual. Efectivamente, no conozco a nadie en Chile que no haya tenido su ticket. La producción hizo un buen trabajo para amplificar la pátina Lemebel. Por ejemplo, promocionaron Tengo miedo torero con un hermoso cartel que usa y dulcifica algunas emblemáticas imágenes de las Yeguas. Asimismo, todes queríamos ver las performances de la Loca del Frente, a pesar de que los bailes o las caminatas a pierna abierta de Alfredo Castro no hacen justicia a las gráciles performances de Francisco Copello o de Iván Monalisa Ojeda ni al paso tipo pasarela que usaba Lemebel con taco alto. Queríamos ver a las portentosas Amparo Noguera, como la vecina copuchenta, y a Sergio Hernández, como la mamita Rana. Queríamos ver materializada en la pantalla la utopía que se encierra en la preposición “del” en “la Loca del Frente”, es decir, la entrada de la loca a la política y la entrada de la diferencia a la izquierda.

Repasando las páginas de la novela, me desternillo de la risa con las sátiras que Pedro Lemebel hace del dictador y su esposa, secciones que Sepúlveda decidió no incluir para enfocarse únicamente en el amor entre el revolucionario del FPMR y la Loca del Frente. Como con el documental de 2019, con la adaptación a la pantalla de Tengo miedo torero me quedo con gusto a poco. Pero además me quedo con mal gusto mientras leo los comentarios en las redes sociales, donde Alfredo Castro desestima las críticas que la comunidad travesti y trans hizo a la película, tildándolas de “viudas de Lemebel”, epíteto que utiliza la feminización y la imagen de la mujer sola como una ofensa. Pero las travestis, sobrevivientes de este mundo que las ha violentado a la derecha y a la izquierda, los dan vuelta y, desidentificándose de esos calificativos tóxicos, siguen transformando esas ofensas en un campo de batalla.

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