De repente las redes sociales se poblaron de retratos de los cuatro. John. Paul. George. Ringo. Esos nombres que, en la misma oración, vuelven innecesario el apellido. Y empezaron a circular videos de milagros, por ejemplo McCartney esculpiendo “Get Back” casi de la nada, como Miguel Ángel ante un bloque de mármol. El motivo, lo sabe cualquiera a estas alturas, es el estreno de la serie de Peter Jackson en la plataforma Disney+, una reconstrucción monumental de 21 días en la vida de los Beatles, un documento de ocho horas que está teniendo impacto no sólo en el relato sobre la desintegración de una de las bandas más innovadoras y populares en la historia del rock sino en la forma de trabajar con archivos audiovisuales.
Hay mucho que decir sobre los aspectos técnicos y archivísticos involucrados en The Beatles: Get Back, y son ya abundantes los artículos que se ocupan de los pormenores, pero el documental abre la puerta a otro tipo de reflexiones vinculadas con la música, su recepción y lo que posibilitó que un cuarteto de muchachos de la clase obrera de Liverpool produjera algunos de los trabajos sonoros más grandes de la centuria pasada. Se trata de lo que Diego Fischerman ha llamado, en el notable libro del mismo nombre, efecto Beethoven, es decir, obras que tienen que ver “con las maneras de valorar y escuchar que fueron propias de la música clásica hasta el siglo XX. Obras que conforman un fenómeno singular y diferenciado del de otras músicas de tradición popular y, por lo tanto, digno de un estudio particular”.
El documental llega en un momento en el que la influencia de los Beatles es prácticamente inexistente. Luego de los noventa, especialmente después del momento reactivo del así llamado brit pop, las lecciones del cuarteto se han vuelto cada vez menos perceptibles en un entorno auditivo dominado por la influencia del hip hop y sus técnicas de producción (en las que, pese a todo, pueden rastrearse aprendizajes del modo en que George Martin y la banda británica convirtieron el estudio en el elemento central del proceso creativo). Si algún peligro guarda el trabajo de Jackson es el de profundizar la retromanía (como la ha bautizado Simon Reynolds), orientándola además a un momento particular en el que McCartney, Lennon, Harrison y Starr trataban de recuperar la energía de los orígenes. Las imágenes límpidas, extrañamente lavadas de grano, retratan el conmovedor momento en que los cuatro se esforzaban por volver a ser una banda y no un concepto, para de paso salvar una amistad tambaleante que, en realidad, sostenía la empresa en su totalidad.
The Beatles, que a partir de Rubber Soul habían encabezado una revolución de la forma canción, se propusieron grabar lo que terminó siendo Let It Be como una tentativa restitutoria. Habían llegado lejos por la vía vanguardista, volviéndose inmensamente famosos en el camino, pero también habían perdido la química que posibilitó todo aquello. Para 1969 la dupla compositiva de Lennon y McCartney era inexistente en términos creativos, y Harrison estaba cansado de luchar para que sus canciones ocuparan algo más que un track en los discos. La camaradería grupal había dado paso a cuatro matrimonios y, en los primeros ensayos para el espectáculo televisivo que se llamaría Get Back, no parecían caerse demasiado bien. Y sin embargo… Cuando entraron al estudio Apple de Londres, ya sólo con la idea de hacer un disco –directo, austero: sin Martin–, parecieron reencontrar la sintonía, el humor, la facilidad para crear armonías, arreglos y versos inolvidables. Pero el resultado, a pesar de la calidad de algunas canciones, fue ciertamente menor. Aún grabarían el memorable Abbey Road, pero todo había terminado. Los Beatles, luego de sacudir la escena, se habían vuelto retro. Fischerman lo plantea como una mirada más allá del horizonte: “Lo que vieron los asustó o, por lo menos, los convenció de que ese tránsito no era posible para ellos”. Todo un anuncio de la tensiones que marcarían al pop de las décadas siguientes. Hasta hoy.
The Beatles: Get Back es un importante trabajo arqueológico en el sentido foucaultiano, es decir, no como el estudio de las ruinas sino como lo que nos permite conocer las “condiciones de aparición de las cosas”. De las decenas de horas de imágenes y audio de las que dispuso, a partir de lo que Michael Lindsay-Hogg registró en los primeros días de 1969, Peter Jackson extrajo la necesidad de reconstruir una temporalidad, de ahí que la extensión del documental esté plenamente justificada. Es necesario participar de la lentitud, incluso de cierto aburrimiento, para ser capaces de asimilar este relato. Por ello parece una historia que no se había contado, porque, al volvernos testigos de instantes que en otro momento parecieron descartables, un momento en la historia de la música parece iluminarse, ocurrir ante nuestros ojos.
Lo menos interesante, entonces, es conocer la verdad sobre el fin de esa aventura sonora conocida como The Beatles. Jackson consigue algo más: mostrar que incluso la revolución que propiciaron encontró un límite que no pudo sortear. Sus actores, en un proceso a veces triste, a veces alegre, supieron entenderlo. Es lo verdaderamente notable de The Beatles: Get Back como experiencia audiovisual, el planteamiento de un problema a la vez estético y político: los períodos auténticos de innovación no se prolongan por demasiado tiempo, ni siquiera para los muchachos que fueron capaces de producir algunos de los momentos más bellos que un oído puede encontrar en su camino.