The Flaming Lips es una de esas agrupaciones a las que ya les pasó por encima el ciclón del tiempo, arrojando un gramaje inevitable de pasión e indiferencia en partes iguales, incluso sobre sus fans más aguerridos. Hay un antes y un después de Yoshimi Battles the Pink Robots (2002), la décima empresa discográfica la banda de Oklahoma City, con la que logró catapultarse a todo el mundo y ganarse el cariño del público internacional a punta de canciones entrañables.
Al igual que otras agrupaciones legendarias en el mapa del rock guitarrero de finales del siglo XX –como Pulp, Sonic Youth o Babasónicos–, The Flaming Lips alcanzó una notoriedad masiva ya entrados en gastos, con un sonido obtenido con pico y pala, cambios bruscos en la alineación e incluso crisis importantes en su interior. Antes de la llegada de los robots y los karatazos de amor, antes de las botargas multitudinarias, la pelota gigante y las explosiones de confeti, los Flaming eran una banda respetada y reconocida por haber trascendido la lisergia de garage cuasidoméstica de sus primeros días, coronando la segunda mitad de la década de los noventa con tres obras magnas, arrojadas y casi irrepetibles que en cierto modo trazaron lo que sería su disco más exitoso comercialmente.
Yoshimi Battles the Pink Robots –que el pasado 16 de julio cumplió 21 años– no se entiende sin la acuciosidad honesta y cruda del Clouds Taste Metallic (1995) ni la fastuosidad experimental del imposible Zaireeka (1997), pero sobre todo sin el empeño de la que para muchos es la obra cumbre de Wayne Coyne, Steven Drozd y Michael Ivins, en mancuerna con su ingeniero estrella Dave Fridmann, The Soft Bulletin (1999), disco enmarcado por una serie de sucesos desafortunados para el grupo: la muerte del padre de Coyne, el accidente automovilístico de Ivins o la casi amputación de un brazo a Drozd por su adicción a la heroína.
El concepto que no fue y triunfó
Las reflexiones de Coyne y compañía sobre el fin del mundo, los insectos y la pertinencia humana en el Universo estimularon un personaje y un ecosistema basados en una de las artistas musicales japonesas más sui géneris de su tiempo: Yoshimi P-We, integrante de los poderosísimos combos Boredoms y OOIOO. Como concepto, sin embargo, esa travesía pop psicodélica de ciencia ficción sobre robots rosas (“Yoshimi Battles the Pink Robots”) y pruebas de valentía (“Fight Test”), en la que al final todos morimos y eso es duro (“Do You Realize??”), apenas se sostiene durante el primer sprint del disco, que suma casi 48 minutos de duración. Un tiempo corto para quienes suelen pensarlo efusivamente como una suerte de fantasía rock pop progresivo.
Para algunos la razón del éxito del décimo álbum de estudio de la banda es un tránsito importante en su sonido, en donde el desparpajo rock, la melancolía pop y la lisergia audiovisual se engarzan de forma inmediata y poderosa para reanimar los corazones y funcionar en vivo como un todo donde banda y público participan de una celebración. Pero habría que mencionar también su notable inconsistencia conceptual, su redundancia sónica y su colorido despliegue performativo.
Tras el éxito de Yoshimi Battles the Pink Robots, que ha vendido más de 800 mil copias (ocho veces más que el siguiente en la lista, At War with the Mystics, de 2006), The Flaming Lips han emprendido un devaneo de colaboraciones y experimentaciones psicodélicas sin rumbo aparente, cosechando las glorias de un pasado que parece irrepetible, pero con la impronta de seguir siendo una agrupación solvente, cercana y divertida arriba del escenario. Lejos de ser una obra consistente, con puntos de acceso bien definidos, el disco se convirtió casi sin planearlo en un punto de quiebre en la carrera de los de Oklahoma, coronando una suerte de purga indie para convertirse en una banda de casi todos los públicos del mundo, que disfrutan las navidades en Marte, las producciones hechas con cartón y cinta adhesiva, las caricaturas y la nostalgia por una época que no volverá.
La gira que conmemora las dos décadas de Yoshimi Battles the Pink Robots aterrizará en la Ciudad de México el próximo 4 de noviembre, como acto estelar del festival Hipnosis.