¿Qué nos impide reconocer a The Weeknd como uno de los músicos más relevantes del presente? ¿Que su hábitat linde con el del pop más industrial –con todas las compañías, más o menos afortunadas, que vienen aparejadas a él y con las que ha colaborado (Drake, Daft Punk, Lana del Rey, Ed Sheeran)? ¿Que ese hábitat implique también ser comidilla de la “prensa rosa”? ¿O que, en términos estrictamente estéticos, abuse del falsete, el melisma y confíe tal vez demasiado en la potencia de su rango de tenor lírico? ¿Y que, por tanto, su r&b parezca a veces redundante? Habría que desgranar cada pregunta con paciencia, pero ya podemos distinguir que, a grandes rasgos, tratamos con cuestiones de dos terrenos distintos: el mercantil y el estético. Comencemos por el segundo.
Escribo esto mientras escucho After Hours, su nuevo álbum, publicado casi una década después de sus célebres mixtapes de 2011: House of Balloons, Thursday y Echoes of Silence, agrupados y aumentados un año después en Trilogy. Grabaciones rompedoras que anunciaban una nueva etapa del r&b y el soul, realizada por músicos que por entonces habían cumplido apenas los veinte años, pertenecientes, por tanto, a una generación con una enorme cantidad de música a su disposición y con poco respeto por los límites tradicionales de los géneros (aunque herederos naturales de ciertas figuras totémicas; Abel Makkonen Tesfaye, su nombre real, siempre ha mencionado a Michael Jackson, Prince y R. Kelly como sus principales influencias, si bien incluye otras no tan obvias, como Bad Brains o Talking Heads). La trilogía desarrollaba un sonido que se despojaba determinantemente de ciertos estereotipos del r&b tal como se realizó a finales de los noventa y en los inicios de los dosmiles: entonces se había descafeinado, había sido vinculado con el pop en la peor de sus connotaciones (la de las boy bands) y había perdido todo filo. The Weeknd representaba una respuesta energética ¡y compleja! a esa lógica.
Y es que con frecuencia se pasa por alto el carácter rapsódico de ciertas canciones de The Weeknd, mismo que imposibilita una decodificación simple de su música: hay que escuchar, si no, “House of Balloons / Glass Table Girls”, con ese giro rítmico-melódico, casi cromático, a mitad del tema que le otorgan una complejidad poco común en el pop contemporáneo. Además, son frecuentes en su discografía los temas que superan los 6 o 7 minutos de duración, lo que exige una estructura que se transforme todo el tiempo. La música de The Weeknd nunca es estridente o violenta, parece siempre derivativa, pero en esos breves giros, en esas sorpresas que guarda por su camino, e incluso en sus iteraciones, construye panoramas más oscuros y hondos de los que una primera escucha revela. Hay una dialéctica interesantísima en su obra: la suavidad de su voz se entreteje con bajos profundos y tempos lentos, y con ecos que hacen de su sonido una entidad casi digital. No es casualidad que el imaginario de sus videos incluya todo el tiempo luces neón.
Esta condición liminar con la industria del pop no me parece, entonces –para hablar del primer terreno de nuestras preguntas– una limitante, sino la mayor de sus potencias; The Weeknd surgió de una escena marginal a la gran industria musical norteamericana: la del r&b canadiense –donde podemos contar a otros destacados cantantes y agrupaciones como Majid Jordan, Dvsn, PARTYNEXTDOOR o Roy Woods–, que hacía de esa condición subsidiaria un ethos estético. El r&b se encontraba con los sintetizadores, con los bajos de trap (y la sonoridad casi táctil que imprimía a la música) y con el espíritu de lo que entonces se llamaba indie. La mezcla los hacía estar dentro y fuera, al mismo tiempo, de la estética pop estadounidense, otorgándoles un margen de libertad sin que eso implicara un rompimiento total con sus códigos. El punto era, justamente, mantener una tensión que ahora The Weeknd recupera con After Hours, tras álbumes no tan afortunados o menos constantes: Kiss Land o My Dear Melancholy.
After Hours da la impresión de que el cantante de origen etíope volvió a tomar las riendas estéticas y sobre todo conceptuales de su música. Y las ha ampliado hasta encontrarse con géneros inéditos en su discografía como el synthwave de “Blinding Lights” o “Save Your Tears”. Habrá que escucharlo con más calma en los próximos días, pero su propuesta es tan contundente que a estas alturas resulta una necedad de otros tiempos no considerar, en nuestros recuentos estéticos, a uno de los artistas del pop más avanzados.