23/11/2024
Pensamiento
Estados Unidos en el espejo de Roma
‘¿Por qué caen los imperios?’, de Peter Heather y John Rapley, ofrece interesantes reflexiones sobre el declive de la Unión Americana
Una vez que nos acercamos a la segunda mitad de la década queda en evidencia el derrumbe de algunos mitos. Uno de ellos –aún difícil de entender para algunos– es el fin de la llamada globalización y el inicio de un mundo multipolar que, por supuesto, representa no una utopía sino una etapa más en la disputa por mercados y poder geopolítico. Este proceso pone sobre la mesa el declive de Estados Unidos como primera potencia global, un escenario que, en los recientes años, se ha evidenciado con datos pertenecientes al ámbito del comercio. Sin embargo, la economía es sólo uno de los elementos que conforman una nueva realidad que podríamos llamar –retomando el título de primer capítulo del nuevo libro del escritor Martín Caparrós, El mundo entonces– “El fin de la edad occidental”.
John Rapley, economista político, y Peter Heather, historiador especializado en la civilización romana, publicaron recientemente el ensayo ¿Por qué caen los imperios? Roma, Estados Unidos y el futuro de Occidente (Desperta Ferro, 2023), en el que describen coincidencias entre el declive de ambas potencias. Quizás esta analogía despierte sospechas en algunos lectores. Es común encontrar en el muy superficial debate público comparaciones que demonizan al enemigo y que conforman, en muchos casos, una burda propaganda. En el mejor de los casos asumen que la historia se repite detalle a detalle y, en el peor, recurren a falacias como la expresión reductio ad Hitlerum, que consiste en atribuir al otro alguna característica de Hitler o del nacionalsocialismo. De esta manera queda invalidada su postura. Rapley y Heather no intentan cuadrar el círculo de la historia sino buscar en el pasado señales para interpretar –acaso vislumbrar– fragmentos de un futuro que se presenta como una zona aún demasiado oscura.
La tesis central de ¿Por qué caen los imperios? es interesante: el imperio y su área de influencia acumulan tanto poder que terminan fortaleciendo a la periferia y ésta, tarde o temprano, amenaza con sustituir al centro que le dio vida gracias a la importación de su sistema económico, social y cultural. Hay un elemento vinculado con la tecnología que no desarrollan mucho los autores, pero que puede aplicarse a Occidente y su reinado después de la caída del bloque soviético a finales del siglo pasado: la complejidad entraña una debilidad que vuelve vulnerable a una construcción que se creía infalible. Esto lo podemos ver con el costo creciente de los centros de datos que dan vida a Internet y su fragilidad ante ataques externos o por falta de mantenimiento. De la misma manera, el imperio occidental no puede ejercer un control total en el globo y tiene que delegar la tarea en aliados cada vez más volátiles. Por otro lado, el costo de mantener toda la infraestructura de Estados Unidos –particularmente la industria militar– presiona la economía del país que existe, desde hace muchos años, gracias a la deuda.
Un factor que relatan con minucia los especialistas del libro y que, al menos en el caso del Imperio Romano, es una idea cada vez más aceptada por los historiadores y arqueólogos, es que no cayó después de una larga decadencia sino que el colapso se dio en su apogeo. Autores clásicos como Edward Gibbon vendieron la tesis de una caída producto de la pérdida de los valores militares romanos a la que se sumaron migraciones de la periferia. Este discurso, retomado en la actualidad por neoconservadores estadounidenses, demoniza a los migrantes y exalta el supremacismo blanco. Sin embargo, estas ideas paranoides son desmentidas por nuevos descubrimientos arqueológicos y evidencias documentales sobre la última etapa del Imperio Romano.
Hay otra idea interesante en el libro de John Rapley y Peter Heather: Roma sucumbió ante la pérdida tributaria gracias a la continua posesión de la tierra en manos de godos, visigodos, burgundios y demás grupos bárbaros. Sin ese flujo de recursos el imperio quedó asfixiado. En la actualidad la riqueza no se obtiene de la tierra –aunque, por supuesto, sigue siendo importante para la sobrevivencia humana– sino por la tecnología y las máquinas. Gracias a la deslocalización industrial provocada por el libre comercio inaugurado a finales del siglo pasado, la periferia obtuvo herramientas para, gradualmente, no depender del centro. Ese sistema convirtió a las antiguas colonias –pensemos el caso de la India– en los nuevos centros productivos mundiales.
La visión de ¿Por qué caen los imperios? evita una conclusión catastrofista apelando al regreso de los valores tradicionales de la democracia estadounidense. A pesar de que el fin del mundo unipolar que heredó la caída del bloque soviético no está a la vuelta de la esquina, ya estamos viendo los primeros síntomas de una crisis que será duradera y que reconfigurará el mapa mundial en las próximas décadas. El conflicto en Medio Oriente es sólo una muestra de ello. El uso de la diplomacia y el llamado “poder blando” sería, según los autores, la mejor manera de integrar a Occidente en una realidad multipolar y sujeta a numerosas fricciones. Las alianzas hechas por Estados Unidos para enfrentar la invasión rusa a Ucrania –que ya va para su tercer año– sería una estrategia a seguir, según los autores, aunque los hechos han mostrado que el éxito vaticinado con las sanciones a Rusia no llegó. Esto es un buen antecedente para futuros conflictos, en especial con China, que ya está tomando el relevo de Occidente como primera potencia mundial.
A pesar de los buenos deseos de los autores para imaginar un futuro que no incluya un colapso violento de Occidente, hay varias muestras de que ocurrirá. Rapley y Heather las enumeran: “aumento de la fragmentación política, inestabilidad creciente, ocaso de la democracia y del respeto hacia la ley y los derechos humanos, erosión de los servicios públicos y descenso del nivel de vida”. Una última amenaza vital –poco explorada también por los autores– es la crisis climática. El Imperio Romano no murió del todo y su cultura fue referente en el mundo posterior. Hubo, por decirlo así, una herencia que pudo ser retomada por las siguientes civilizaciones. En contraste, el colapso de Occidente vendría acompañado por una destrucción sin precedentes del sustento de la vida humana. El espejo de Roma para imaginar nuestro futuro tendría ese límite.