16 de agosto de 2017

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06/01/2025

Pensamiento

Ciencia ficción, fase superior del capitalismo

‘Ciencia ficción capitalista’ (Anagrama), de Michel Nieva, reflexiona sobre el vínculo entre imaginación futurista y Silicon Valley

Alejandro Badillo | jueves, 2 de enero de 2025

Estación de Oriente, Lisboa. Fotografía de Alexander Wende en Unsplash

Al leer las primeras páginas de Ciencia ficción capitalista. Cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo (Anagrama, 2024), del escritor argentino Michel Nieva (1988), recordé el libro del historiador sueco Sven Lindqvist Historia de los bombardeos, una espeluznante reconstrucción de los desastres del colonialismo occidental y el uso de la tecnología como herramienta para el exterminio de población que se considera inferior y desechable. En varias secciones de Historia de los bombardeos se hace una recuperación de las novelas de ciencia ficción escritas a finales del siglo XIX e inicios del XX que prefiguraron las nuevas formas de hacer la guerra a través de la técnica y, particularmente, el uso de las bombas como una etapa superior e incluso deseable en las conflagraciones mundiales.

Muchos de los autores de estas novelas y relatos fueron relegados del canon de la literatura occidental por las ideas que promovían por medio de sus fantasías futuristas: una suerte de aniquilación selectiva realizada por el hombre occidental en contra de alienígenas o cualquier tipo de invasor, metáforas que tenían aplicación práctica en las guerras coloniales que se desarrollaban en aquellos años. En el arsenal de invenciones literarias destacaba la bomba cuyo poder de aniquilación apareció primero en la ficción, décadas antes de que el experimento nuclear llegara a su clímax en Hiroshima y Nagasaki. La bomba, en estas narrativas, era idealizada como una especie de demiurgo que traería paz eterna después de ejercer su poder destructor.

Michel Nieva retoma la influencia de la ciencia ficción en la cultura popular y la ciencia a partir del capitalismo del siglo XXI y la aparición de los multimillonarios de Silicon Valley como figuras de considerable influencia política y modelos a seguir para el aspiracionismo del nuevo siglo. La ciencia ficción a menudo es considerada como una temática o subgénero menor en el canon literario, pero no pueden desdeñarse las relaciones que ha establecido con el poder desde una aparente marginalidad. Nieva, en la primera parte de su libro, aborda las ficciones de autores del siglo XX como Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, Kim Stanley Robinson, Robert Heinlein, entre otros. La selección reúne a autores que estimularon la imaginación de los futuros empresarios de la tecnología al final del siglo e inicio del nuestro.

Ávidos lectores de las ficciones científicas, los capitalistas de nuestro tiempo –Elon Musk, Jeff Bezos, Bill Gates y demás– tratan de llevar a la realidad los sueños de los escritores. La influencia, como apunta el autor, va más allá de la inspiración, pues algunos autores han colaborado como asesores de los corporativos en proyectos relacionados con la exploración espacial. Arthur C. Clarke, por ejemplo, trabajó para Hughes Aircraft Company y, posteriormente, para la NASA. Antes de que los satélites artificiales fueran una realidad, ya habían existido en las páginas escritas por el autor inglés.

Michel Nieva

Hay un dilema que surge con la alianza entre la ciencia ficción y la tecnología hecha por los oligarcas capitalistas de nuestro tiempo: la ideología. Encandilados por la idealización de las máquinas, la manipulación de la materia, los viajes espaciales, la colonización de otros planetas y la búsqueda de la inmortalidad, las ficciones futuristas que leemos y que vemos en series y películas, nos presentan una utopía gestionada sólo por el capital y sus acumuladores. No hay, en esta historia, una gestión democrática de nuestro futuro. Vistos como los nuevos héroes del siglo XXI, multimillonarios como Elon Musk plantean –mientras son adorados por una parte de la población– proyectos que se parecen mucho a las fantasías reaccionarias del pasado.

Hay un plan que presenta Nieva y que es una ironía macabra para el porvenir diseñado por el capital y sus genios: la conquista de Marte. Si el planeta que habitamos no tiene posibilidad de rescate, la carrera espacial –en lugar de invertir recursos y vidas humanas para conocer más del Universo– se concentrará en sacar de la Tierra a la élite que pueda pagar su existencia en Marte. Para hacer ese planeta habitable se implementaría lo que está exterminando la biodiversidad justo ahora: cantidades ingentes de gases de efecto invernadero para calentar Marte y hacerlo habitable. Ahí vivirán, en esta fantasía, los jerarcas de Silicon Valley, mientras el 99% de la humanidad –quizá más– sufre un lento exterminio.

Michel Nieva plantea una contrapropuesta en la segunda parte del libro: la imaginación literaria puesta al servicio de lo común en lugar de los sueños capitalistas que sólo han acelerado la devastación social y ambiental. Desde el surgimiento del socialismo como ideología se plantearon innumerables utopías para nuestro futuro, escenarios en los que la igualdad era la norma y no la excepción. Se han imaginado, por ejemplo, razas alienígenas que han superado el egoísmo de la acumulación de poder y dinero para crear sociedades prósperas para todos. Estas fantasías pueden ayudarnos en nuestro presente sólo si son capaces de destruir el paradigma económico y social que ha alienado a la élite y, por desgracia, a buena parte de la población mundial. En Estrella Roja (1908), novela del autor ruso Aleksándr Bogdánov, por ejemplo, se imagina una sociedad marciana que ha llevado a la realidad todos los supuestos del comunismo soviético. Sin embargo, los marcianos –a pesar de tener una sociedad igualitaria– no han podido abandonar la necesidad de explotar de manera masiva sus recursos. Por esta razón tendrán que invadir, tarde o temprano, otros mundos para expandir su imperio tecnológico sediento de materias primas.

Una idea interesante que deja la lectura de Ciencia ficción capitalista es la crítica radical del progreso, la tecnología, el crecimiento económico y el desarrollo planteado por el sistema económico dominante. Nieva esboza una noción de futuro diferente al imaginado por la ciencia ficción tradicional por medio de autores como el filósofo brasileño Ailton Krenak, que plantea que el futuro sí existe pero en las comunidades indígenas que han sobrevivido a siglos de opresión, enfermedades y asedio del capitalismo a sus territorios y recursos naturales. No son mencionados, pero autores como Philip K. Dick, Stanisław Lem, Ursula K. Le Guin o Ray Bradbury escribieron ciencia ficción desde un paradigma que critica la tecnología al servicio de las corporaciones y problematiza al ser humano como conquistador del universo. Sólo de esta manera se evitará que la humanidad repita, como en un infernal Mito de Sísifo, los errores del pasado y de nuestro presente.

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