20/12/2024
Pensamiento
Historia de un camión palestino
‘Un día en la vida de Abed Salama’, crónica de Nathan Thrall ganadora del Pulitzer, construye un retrato de la ocupación israelí de Palestina
En febrero de 1994 Baruch Goldstein asesinó a 29 feligreses palestinos en Hebrón, Israel. El atacante –un colono religioso nacido en Brooklyn– poco después fue reducido y golpeado hasta la muerte por la multitud. Su tumba, en el parque municipal de Kiryat Arba, se convirtió en un santuario y en un lugar de peregrinación. En su inscripción se lee: “Dio su alma por el pueblo de Israel, por su Torá y por su tierra; manos limpias y corazón puro”. Esta historia es contada por el periodista judío estadounidense Nathan Thrall en su crónica Un día en la vida de Abed Salama. Anatomía de una tragedia en Jerusalén (2023). El libro ganó el Premio Pulitzer 2024 en la categoría de no-ficción.
El asesinato protagonizado por Goldstein no es, en absoluto, el centro sobre el cual gira el libro de Thrall. Sin embargo comparte algo importante con el accidente de un autobús en Palestina, ocurrido el 16 de febrero del 2012, que narra el libro: la opresión cotidiana y sistemática de la población árabe a manos del aparato militar y de control israelí. A partir de octubre del año pasado, cuando miembros de Hamás asesinaron a pobladores judíos de los asentamientos cercanos, la narrativa que intentó legitimar los crímenes de guerra y el genocidio posterior ejecutado por el gobierno de Benjamín Netanyahu se centró solamente en la masacre provocada por los terroristas. El contexto general y, particularmente, la larga historia de segregación de la población palestina fueron abiertamente invisibilizados o subestimados. Una buena parte de la prensa corporativa occidental repite lo de siempre: Israel se defiende –a veces con excesos– de un vecino irracional que sólo busca su aniquilación. Para esta versión maniquea, propagandista e ignorante de los hechos, Israel es un faro de luz de civilidad –la única democracia en Medio Oriente, dicen– en medio del fundamentalismo islámico que amenaza nuestras libertades.
Nathan Thrall escoge –a mi parecer con mucho tino– un hecho que se diluyó en la historia de la limpieza étnica que ha sufrido Gaza durante décadas: el accidente de un autobús rentado por una escuela privada en 2012. La elección es importante porque muestra, por medio de una tragedia personal, el día a día de una población llevada hasta el límite de sus posibilidades de supervivencia. Para los propagandistas afines al gobierno totalitario de Israel y, por desgracia, para el gran público, 2012 –como los años anteriores– fue un año intrascendente en el llamado “conflicto” en Medio Oriente. Sin embargo ese año ocurrió un hecho demoledor para Abed Salama, palestino habitante del pueblo de Anata, lugar –como tantos otros en la región– en perpetuo asedio por las políticas de segregación y violencia que realiza Israel desde hace mucho.
Nathan Thrall, por medio de largas entrevistas a Abed Salama y otros protagonistas, nos cuenta el accidente en el que perdió la vida su hijo Milad Salama, un niño de apenas cinco años de edad. El camión en el que iba de excursión con sus compañeros derrapó en el asfalto y se incendió en una mañana lluviosa. El hecho, por sí mismo trágico, adquiere dimensiones aún peores cuando, a través de la narración, conocemos las vidas no sólo de los familiares de Abed Salama sino de otros involucrados en el rescate y atención del accidente. Thrall parte del evento para ir al pasado de hombres y mujeres cuya cotidianidad es agredida por un vecino que experimenta diversas formas de control, sometimiento y exterminio. El autor cuenta, gracias al testimonio de sus entrevistados, el laberinto en el que se ha convertido Palestina.
Uno de los elementos que siempre están presentes en las vidas de los árabes –incluso aquellos que han podido permanecer en áreas como Cisjordania– es el control del espacio y del movimiento. Por medio de diversas formas de control como puestos militares, aduanas, revisiones aleatorias que provocan cualquier tipo de vejaciones y, lo más importante, el uso de unas credenciales de identificación que autorizan a la persona para trasladarse en el complejo sistema de muros y barreras diseñadas para segmentar a la población. Entre más peligrosa sea la persona –según el ejército israelí– menos capacidad de movimiento tiene.
El accidente que acaba con la vida del hijo de Abed Salama es la suma de una reacción en cadena, un final que no termina con la muerte del niño sino con el tortuoso proceso de recuperación del cuerpo en una región en la cual alguien puede morir por no poder sortear un puesto de control en una tierra que había pertenecido a sus ancestros. La crónica de Nathan Thrall también da cuenta de las contradicciones de la sociedad árabe y las disputas que se han agudizado en el contexto de la ocupación israelí. El autor no idealiza a las personas que conoce ni a sus historias. Para que la crónica cumpla su propósito se tiene que presentar en carne viva y, por supuesto, estableciendo un marco general para mejor entendimiento del lector occidental acostumbrado a la propaganda que presenta a una nación –Israel– ejerciendo una suerte de defensa heroica frente a un enemigo irracional que sólo busca su exterminio. La realidad, como suele decirse, es más compleja.
Por esta razón la crónica de un accidente en 2012 –que pasó desapercibido para la prensa global– es una oportunidad valiosa para conocer las vidas de aquellos que sólo son noticia cuando su exterminio –acelerado a partir de 2023– es incluso presumido por los mismos soldados de Israel en las redes sociales. Conocer al otro que vive detrás de los muros –como afirmó el escritor israelí Amos Oz en el discurso que escribió cuando ganó el Premio Príncipe de Asturias en 2007– hará, en particular para el lector occidental, tender puentes hacia aquellos que apenas conoce.