16 de agosto de 2017

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17/01/2025

Pensamiento

Primer cuarto de siglo

En el inicio del segundo cuarto del siglo XXI no parecen imperar las visiones optimistas sobre el futuro, escribe Alejandro Badillo

Alejandro Badillo | jueves, 16 de enero de 2025

Distrito financiero de Toronto. Fotografía de Matthew Henry en Unsplash

La llegada del nuevo siglo generó esperanzas, fantasías y no pocos temores. La tecnoutopía que había prosperado con la masificación de las computadoras y el entorno digital ahora omnipresente fue promovida como la señal inequívoca de progreso, aunque en los últimos segundos de 1999 mucha gente temió que las máquinas no pudieran iniciar el siglo –volver el reloj a cero– y, con ello, desatar un caos en las comunicaciones y la sociedad de consumo de aquel año, aunque las ciudades aún no dependían como ahora de los algoritmos y la automatización estaba en ciernes. En cuatro años (2004) sería inaugurada la era de las redes sociales con la fundación de Facebook y dos años después le tocaría el turno a Twitter (ahora X). La conversación pública no dependía de estos gigantescos monopolios que, de existir en aquella época, habrían potenciado las paranoias finiseculares.

La llegada del año 2000 y sus celebraciones fueron, por supuesto, el cierre de una década, la de los 90, que aún mostraba un cauteloso optimismo. En Estados Unidos, por ejemplo, la presidencia de Bill Clinton (1993-2001) consolidó la imagen del mercado como política de gobierno y la desregulación económica como vía al desarrollo. El despertar, gradual pero irreversible, comenzó con los atentados del 11 de septiembre en Nueva York –ya con George W. Bush en el poder– y la llamada “Guerra contra el terrorismo” que llevó un paso más allá el control del gobierno sobre la población y metió al país en un callejón sin salida en Irak y Afganistán.

Conforme avanzó el siglo quedó aún más claro el verdadero rostro del libre mercado y la alianza entre el poder político y el financiero: en 2007-2008 estalló una nueva crisis del capitalismo, ahora provocada por la especulación inmobiliaria y, particularmente, por la etapa más radical de la economía hambrienta de ganancias: la financiarización, es decir, la apuesta por crear riqueza de la nada o, mejor dicho, a partir de las fantasías de los mercados convertidos en las nuevas deidades en una sociedad global que se vendió como racional, pero que se ha entregado a una serie de fantasías que se han derrumbado cuando se enfrentan con la realidad.

El breve recuento de lo que llevamos en el primer cuarto del siglo XXI ha sido el culpable de que los años por venir ya no sean vistos con optimismo. La humanidad avanza con indiferencia. En el mejor de los casos, las clases ricas han puesto sus esperanzas en evadir las numerosas crisis que vive el mundo por medio de fantasías tecnológicas que los harán inmortales, los llevarán a otros planetas o los fundirán en la virtualidad de las computadoras. Para el resto, sin embargo, queda un panorama aún más desolador, pues ya está sufriendo, en diferentes niveles, la gravedad del colapso climático y la escasez de recursos. Lo peor de este escenario es que la respuesta a esta amenaza que se acelera es, en varios países de Europa y Estados Unidos, entre otros, el auge de gobiernos de ultraderecha que capitalizan el descontento de la gente que, incapaz de organizarse, entrega el destino de sus sociedades a los caprichos de una élite político-empresarial que sólo busca extraer lo que queda de valor en el mundo.

La llegada del segundo cuarto del siglo XXI muestra, en plenitud, un fenómeno que describió el sociólogo polaco Zygmunt Bauman en su libro Retrotopía del 2017: la renuncia a imaginar un futuro y concentrar el debate en el pasado. En teoría, afirma Bauman, el futuro es un territorio de libertad y el pasado es inalterable. Las utopías se agotaron pues, en apariencia, llegamos a donde teníamos que haber llegado. Las innovaciones que nos mostró el cine y que se integraron en la cultura popular están entre nosotros, pero nos han dejado insatisfechos, pues nos llevaron a más trabajo por hacer, además de exhibir nuestras vidas todo el tiempo por medio de los dispositivos que tenemos con nosotros.

Por esta razón, siguiendo la idea de Bauman, las fantasías se han concentrado en dos propuestas diferentes: por un lado, el futuro se presenta como una distopía con pocas variaciones (ambiental, política, económica, nuclear) y el pasado concentra el debate público, además de servir como refugio para la imaginación. Pensar en lo que pudimos ser y no fuimos parece una opción más viable que soñar con un futuro que ofrece una versión monolítica y cada vez más desoladora para la humanidad.

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