16 de agosto de 2017

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TREATISE

Christian Mendoza | viernes, 15 de mayo de 2015

En el marco del Nicho #5, ayer se estrenó Treatise, obra del británico Cornelius Cardew. Coordinada por Juan García y dirigida por Keith Rowe –figura de la música improvisada, que ha colaborado con el saxofonista Evan Parker y con el pianista John Tilbury-, las expectativas en torno Treatise rebasaron los límites del festival: se trataba del estreno de una pieza fundamental de la música contemporánea, en un recinto que ha consolidado cierta aura mítica desde la puesta de Sinfonía Für Mexico City de Hermann Nitsch.

 

La versión íntegra de Treatise consta de 200 páginas. La partitura, definida por Juan García y por el mismo Rowe como «una obra de artes visuales», no contiene indicaciones concretas para los músicos que la ejecutan. Cada director puede dar a la obra sus propias limitaciones, como tiempo de duración y número de instrumentos, creando una tensión entre la absoluta libertad creativa y las estructuras bien definidas de la música. Las ejecuciones más tradicionales de Treatise –algunas han involucrado performance o video- se han concentrado en una improvisación más atmosférica, alejada de las formas propuestas por Derek Bailey o Han Bennik, pero no por ello la obra deja de pensarse fuera del contexto de los experimentos hechos en un largo periodo que abarca varias décadas y geografías. De John Cage a Stockhaussen, pasando por el movimiento Fluxus y Sonic Youth, la música más rupturista es ahora otra posibilidad de la tradición. Con escepticismo o con una aprobación unánime, los conservatorios ingresan a su programa académico lo que sucedió en el siglo XX, y músicos de formación clásica presentan conciertos de música contemporánea.

 

Entonces, ¿obras como Treatise no tienen otro valor más que el histórico? ¿El concierto de ayer fue un ejercicio de mera apreciación intelectual? Más de 100 personas escucharon el estreno de Treatise y encontraron algo que continúa siendo exigente a un nivel físico y mental. A pesar de ser reconocida como canónica, la obra Cardew y de la época en que fue desarrollada conserva su intención original –cuestionar el lenguaje musical, enfrentar al espectador a otra clase de experiencias sensoriales-, a pesar de su estatus de alta cultura.

 

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