Her place is empty, fall like these
Which weep for ever new,
A void where heart on heart reposed:
And, where warm hands have prest and closed.
Alfred Tennyson
“No le gustaba beber alcohol, prefería fumar marihuana o tabaco, y realmente le gustaba el ocultismo”, dice Valentina Rocha sobre Trish Keenan en un recuento sobre la trayectoria de la banda Broadcast, publicado a mediados del año pasado con el título “Broadcast Wants You to Stay Inside”. Como seguidor de la banda, entendí de inmediato la triste alusión: Keenan falleció hace diez años por complicaciones relacionadas con el virus H1N1, que contrajo mientras estaba de gira en Australia.
El retorno del pasado, su aparición en formas nuevas, fue siempre uno de los motores creativos de Broadcast. Tras diez años de inactividad, pareciera que este motor siguiera funcionando. Si hay algo en lo que la banda y Keenan insistieron fue en provocar el retorno de algunos productos culturales del pasado, no en una recreación nostálgica sino para provocar un eco tergiversado. No es arriesgado suponer que Keenan, quien estudió escritura creativa, conocía la que quizás es la frase más famosa de Ezra Pound: “Make it new”.
El título del texto de Rocha alude también a 2020, al distanciamiento social ocasionado por el nuevo virus. La muerte de Trish Keenan fue trágica, ocurrió cuando tenía cuarenta años y en condiciones no muy diferentes a las que sufren miles de personas ahora. Pocas canciones expresan las contradicciones emocionales del distanciamiento social como “Lights Out”, del EP Work and Non Work (1997): “My room’s too small for parties / too spacious when you are lonely”.
Con pocas artistas parece tan apropiado el concepto de “fantasma en la máquina”. No creo ser el único al que le gusta creer, de vez en cuando, que hay algo de cierto en que las fotografías y las grabaciones roban un poco del alma y la preservan. Broadcast practicaban su propia variante de la hauntología: hacían aparecer fantasmas. Fue claro desde los primeros EPs y el primer LP, The Noise Made by People (2000), donde la voz de Keenan flota, fantasmática, sobre la base de los instrumentos tradicionales de una banda pop: guitarras, bajo, batería y algunos sintetizadores. Por problemas económicos, Broadcast terminó reducida a sus dos componentes principales, Keenan y James Cargill, lo que volvió necesario recurrir a componentes automatizados, miembros fantasma como grabaciones o cajas de ritmo. Reproducir una de sus canciones es hacer aparecer de nuevo esos fantasmas.
La voz
La voz de Keenan siempre se movió entre lo fantasmal y lo electrónico. A veces parece un eco lejano, proveniente de un libro de literatura fantástica o de uno de ocultismo para niñes; a veces parece surgir de los aparatos eléctricos. Broadcast hacía música pastoral para la era de los entornos virtuales. Hay en muchas canciones un deseo de devenir-máquina. El mejor ejemplo, me parece, es “How I Miss You”, pieza de Haha Sound (2003) en la que la voz de Keenan repite la frase del título durante algunos minutos; su voz se va distorsionando eléctricamente con cada repetición.
La voz de Keenan dio a Broadcast y a los experimentos de la banda una calidez inusitada, probablemente su sello definitivo, del que carecen los proyectos sonoramente más cercanos, Stereolab y The Focus Group. La voz de Keenan es también una bisagra que une el sonido de la banda, principalmente compuesto por guitarras eléctricas, cajas de ritmo (en su segunda etapa) y sintetizadores, con las compositoras folk que trabajaron casi exclusivamente con instrumentos acústicos, como Karen Dalton, Linda Perhacs, Vashti Bunyan, Van Dyke Parks o Donovan.
Pensemos en “Kafka y sus precursores” de Borges: cada artista traza, al crear su obra, una línea. Cada línea es como una huella única. La de Keenan y Broadcast los une a personas como Dorothy Moskowitz, la vocalista del grupo psicodélico filomarxista The United States of America; Delia Derbyshire, pionera de la música electrónica, así como de formas de creación musical colectiva; Irene O’ Connor, una monja australiana que grababa folk psicodélico en su tiempo libre, y cuyas letras recuerdan más a la poesía semipagana del jesuita Gerard Manley Hopkins que a los himnos tradicionales cristianos; y Laetitia Sadier, la vocalista y guitarrista de Stereolab, la banda franco-inglesa de avant-pop con la que constantemente se los comparó en sus inicios.
Una mezcla heterogénea
La música de Broadcast es una fiesta en la que está presente todo lo que importa, pero que no ha sido realmente reconocida. Poco antes de morir, Keenan regaló a un amigo una cinta con una selección de canciones con las que estaba obsesionada en aquel momento. La lista ha circulado por la red desde entonces, e incluye psicodelia japonesa, acid folk, un cover hermoso de “Play with Fire” hecho por una banda relativamente oscura (Twice as Much), pop psicodélico de Malasia y, curiosamente, “El aparecido” de Víctor Jara. Lo realmente inquietante es percibir el sonido particular de Broadcast en esta mezcla tan heterogénea.
Pero en el sello de Broadcast está también la literatura, unas veces de manera evidente, otras oblicua. Pienso en tres modos distintos en los que la incorporó:
1) Tender Buttons, el álbum de 2005, toma su título del libro de Gertrude Stein de 1914; más que una mera referencia, la poesía de Stein se convierte en una influencia estilística de las letras del álbum, que abundan en repeticiones, lenguaje autorreferencial y pseudo naíf.
2) Las técnicas de composición de algunas canciones, principalmente las del álbum en colaboración con The Focus Group (Broadcast and The Focus Group Investigate Witch Cults of the Radio Age, 2009), son cercanas al collage dadaísta y al cut-up de Burroughs, no sólo en la letra (la de “Libra, the Mirror’s Minor Self” viene de un horóscopo que Keenan recortó de una revista palabra por palabra y después reacomodó) sino también en la edición musical. Broadcast enviaba grabaciones fragmentarias a Julian House, que las reordenaba en el estudio para crear los temas del álbum.
3) La portada del ya mencionado Work and Non Work emula deliberadamente las tapas de los libros de bolsillo setenteros de la editorial Penguin. El diseño es de Julian House, responsable de las portadas de los álbumes del sello Ghost Box a quien Mark Fisher dedica un texto de Los fantasmas de mi vida. Es hermana de Sketches and Spells de The Focus Group, álbum producto de la misma fuente de sampleos que Broadcast and The Focus Group… cuya escucha convoca irremediablemente al esfuerzo conjunto con House.
Los libros de bolsillo de Penguin fueron un hito cultural porque derribaron la brecha económica que hacía inaccesibles ciertos productos de la “alta cultura”, volviendo su acceso relativamente más democrático. Cuando Fisher enlista sus cinco libros de cabecera (véase K-Punk. Volumen 1) menciona una antología de Kafka en esa colección, un regalo de sus padres. Se suele dejar de lado, al hablar de él o de Trish Keenan, que no provenían de familias acomodadas. La de Fisher pertenecía a la clase trabajadora; la madre de Keenan, por su parte, era prostituta, y el padre estaba del todo ausente. En ambos casos, el acceso a ciertos productos culturales que permitían los paperbacks de Penguin resultó fundamental (contrario a lo que pensaba George “no se puede crear una biblioteca decente a partir de libros de bolsillo” Steiner) para sus respectivas formaciones.