21/11/2024
Artes visuales
Turrell o los motivos de la luz
La obra de James Turrell no descubre el hilo negro, pero sí jala de él para revelarnos cómo nos afecta la luz, tomando al visitante como pantalla y receptor; aquí, una reseña de ‘Pasajes de luz’
Lo lamenté profundamente: justo este fin de semana tenía programado un viaje a Culiacán, un lugar al que nunca he ido. Sobre todo me motivaba conocer la pieza de James Turrell en el Jardín Botánico. La violencia que se ha intensificado en aquella ciudad desde hace unas semanas canceló el plan. Sin embargo, tuve una recompensa: recorrer la muestra que el Museo Jumex le dedica a Turrell, que se encuentra en México, aunque de incógnito. A finales de 2018, en Realidad programada, pude ver una de sus enigmáticas obras: en el muro de una habitación vacía, una superficie horadada, o que daba la impresión de ser una ventana, creaba una pantalla cuyo contorno cambiaba de color sutilmente. Parecía que algo detrás, vedado a mis ojos, producía la luz. Es la realidad ardiendo, pensaba.
En Pasajes de luz no se permite tomar fotos. No es un capricho, sino una provocación. Me adelantaré un poco en este relato: al salir de la muestra me preguntaba si, como se dice, la tecnología nos ha robado algo, la tranquilidad, por ejemplo; me refiero a nuestra dependencia de los smartphones, sin los que ya es complicado saber a dónde vamos. Seguro que sí. Quizá no. Pensé que somos criaturas turbulentas: el sosiego no es natural en nosotros. Vuelvo: las piezas de Turrell no descubren el hilo negro, pero sí jalan de él para revelarnos cómo nos afecta la luz, tomando al visitante como pantalla y receptor. Al permanecer en los espacios las vibraciones de color producen impresiones violentas y, también, una calma inesperada.
La luz es un motivo esencial tanto de lo empírico como de la creación artística. Por eso los atardeceres, incluso los de cliché de calendario, nos conmueven. Cada quien encontrará sus propias claves para entender esta afectación. Dos poderosas experiencias luminosas vinieron a mí. Primero recordé la escena de la pesadilla en Vértigo (1958), en la que Hitchcock usó el color para dar impresiones violentas; un mismo plano que alterna entre el verde y el rojo hace que se experimente la desestabilización a través del color. Varios años antes, en el filme en blanco y negro Spellbound (1945), el director usó color en una escena en la que un revolver se vuelve hacia la cámara y dispara, mostrando un fogonazo rojo. Es el mismo color que aterra a Marnie en el filme de Hitchcock de 1964, y que vemos como una contracción ocular que inunda la pantalla.
También recuperé de la memoria un día soleado, uno de esos días típicos en la Ciudad de México sin sombra ni viento. Estaba fumando marihuana en el Parque Luis Cabrera de la colonia Roma; después de tres o cuatro bocanadas, y con la firme intención de no volver a tiempo al trabajo, una luz roja cubrió mi vista, era tan intensa que borró todo, cegándome. Luego me desvanecí. Fue como si el rojo me hubiera caído encima. Recordé todo eso durante el recorrido por la muestra de Turrell, cuyo artificio es singular. La luz nos afecta y también nos engaña. ¿Eso que se ve en un muro del museo es una ventana, una abertura por la que podemos asomarnos y ver cómo cambia de color el cosmos? No hay rastro que permita descubrir el truco. La luz nos envuelve.