21/11/2024
Literatura
Una vocal atormentada por siete consonantes
Iván Ortega se ocupa de la figura de Delmore Schwartz, cuya obra, notable por derecho propio, ha sido opacada por el atractivo del personaje
You said there were few things better in life
than to devote oneself to Joyce.
Unclaimed for three days.
You—one of the greatest writers of our era.
Lou Reed, “O Delmore How I Miss You”
Howard Sounes menciona, en su biografía de The Velvet Underground y Lou Reed, que en una ocasión Delmore Schwartz llevó su copia de Finnegans Wake a una de sus clases de escritura en la Universidad de Siracusa, que los estudiantes se congregaron en torno al maltrecho ejemplar y, mientras Schwartz explicaba que su estudio de la obra de Joyce había consumido, quizá, demasiado tiempo de su vida (cada espacio en blanco parecía haber sido llenado con notas manuscritas del poeta), un viento entró y terminó por deshojar el libro. Las hojas volaron por el salón y algunos estudiantes acudieron a recogerlas. Entre ellos se encontraba, por supuesto, Lou Reed, cuya fama posterior es acaso la razón por la que muchos aspectos biográficos de Schwartz se conservan aún. La escena nos habla también de algunos motivos que han servido a la preservación mítica de Schwartz: una lectura obsesiva, sumamente paranoica y sobreinterpretativa, una percepción demasiado inflada de su persona y una relación tensa (en la que se nivelan el aprendiz y el rival) con los grandes maestros del anglomodernismo.
Delmore Schwartz (“Una vocal atormentada por siete consonantes”, en palabras de su amigo Robert Lowell) es, como cualquier autor que se precie, problemático. Su obra se encuentra temporal y formalmente entre el modernismo, el tardomodernismo y el posmodernismo. Sus puntos de partida fueron principalmente Eliot, Joyce y Yeats, pero sus posturas guardan pocas semejanzas con ellos. Es difícil encontrar aspectos joyceanos en la poesía y la narrativa de Schwartz; su relación con Eliot fue de admiración pero también de rechazo y, si bien apreciaba los logros estéticos del autor de La tierra baldía, se oponía a su posición estructural dentro del campo literario, prefiriendo ser un poeta maldito (John Ashbery: “Eliot había alcanzado un estatus que enfurecía a Delmore al tiempo que le provocaba envidia; su entorno evitaba que pudiera emular el tono cultivado de Eliot, de modo que Delmore sólo podía tomar el camino opuesto y finalmente encontró modelos más acertados en las figuras ejemplares de Rimbaud y Baudelaire”); aunque fue un lector apasionado de Yeats (el texto por el que es más conocido toma su título de un poema del irlandés), la poesía de ambos autores es muy lejana temática y formalmente.
La percepción de Delmore Schwartz (1913-1966) como leyenda, y sobre todo como cautionary tale, ha contribuido al congelamiento en las ediciones de su trabajo. Incluso podríamos hablar de una doble vida póstuma de este escritor: por una parte, toda su fama y su prestigio derivan principalmente de la escritura del cuento “La responsabilidad empieza en los sueños”, relato antologado múltiples veces y considerado un ejemplo clásico del relato estadounidense, incluso por autores poco dados a elogiar a sus contemporáneos, como Vladimir Nabokov, quien lo saludó como un clásico (es posible encontrar muchos puntos de contacto con la primera imagen de Habla, memoria). El relato es brillante, pero el éxito que tuvo tanto en su publicación original como a lo largo de los años ha provocado que su autor haya sido prácticamente reducido a creador de ese cuento, dejando de lado una obra vasta y compleja (en inglés, por ejemplo, las prosas humorísticas de Schwartz, reunidas bajo el título de The Ego Is Always at the Wheel, han estado fuera de imprenta desde hace más de veinte años). La estructura del relato es muy sencilla: un hombre joven entra a un cine y ve una película que poco a poco se revela como la historia de cómo se conocieron sus padres, algunos años antes del nacimiento del protagonista, que conforme avanza el filme cae en una desesperación que lo obliga a gritarle a los actores que aparecen en pantalla que están cometiendo un error irreparable.
Es posible encontrar el tema de la frustración con el entorno familiar en diversos textos de Delmore Schwartz. Una de sus grandes frustraciones fue no haber heredado el próspero negocio de su padre cuando éste murió sino una cantidad modesta, debido a que el negocio fracasó rápidamente. El dinero es también uno de los grandes temas de la narrativa de Schwartz, como puede apreciarse en las observaciones protowarholianas de “El mundo es una boda”:
–La pregunta de tu madre –dijo Rudyard en un tono en que estaban presentes por igual la alegría y la actitud pedagógica– no sólo es brillante por sí misma, sino que da a entender la posibilidad de inagotables versiones del mismo tema. Tu madre ha inventado prácticamente un nuevo género del epigrama. Así, cuando a alguien se le elogia o se dice algo favorable de alguien siempre podremos responder: “eso poco importa, porque ¿cuánto dinero gana?”.
En español “La responsabilidad empieza en los sueños” ha sido incluido también en revistas y antologías. Incluso fue editado de manera individual por Alpha Decay en 2010. Acaso su verdadera aparición triunfal en nuestro idioma se deba a La responsabilidad empieza en los sueños, volumen que reúne gran parte de la prosa narrativa de Schwartz, editado, con prólogo de Rodrigo Fresán, por Bruguera en 2010. Su poesía, no obstante, espera aún su entrada triunfal a nuestro idioma en una edición impresa (es posible encontrar traducciones en diversos portales de Internet dedicados a la difusión de poesía), aunque en su lengua original la fiel New Directions (editorial en la que publicó su primer libro) ha procurado siempre mantener disponible Summer Knowledge, antología compilada personalmente por el poeta en la que se reúne lo mejor de su producción en verso.
Lo que mantiene a Schwartz presente en el diálogo literario es la cantidad de obras que ha animado, más como personaje trágico que como autor influyente. Se sabe que fue la inspiración de una de las novelas más importantes del premio Nobel Saul Bellow (El legado de Humboldt), que John Berryman le dedicó algunas de sus más hermosas Dream Songs (de la 146 a la 159), que John Ashbery escribió constantemente sobre él y lo mencionaba continuamente como influencia, que Robert Lowell también le dedicó poemas y que su ex alumno y amigo Lou Reed le dedicó escritos y canciones, donde quizá la más importante sea “My House”, la pieza que abre Blue Mask y en la que Reed habla sobre una sesión de ouija en la que logra comunicarse con su mentor. Puede encontrarse cierto paralelismo entre Delmore Schwartz y Roberto (“Bobi”) Bazlen, amigo del poeta Eugenio Montale, figura central en la recuperación crítica de la obra de Italo Svevo, lector para la editorial Einaudi y quien dejó muy pocos escritos póstumos después de no haber publicado nada en vida. Bazlen ha sido inspiración de obras como El estadio de Wimbledon de Daniele del Giudice, Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas o Bobi, libro póstumo de Roberto Calasso.
Al hablar sobre la aparición de la biografía de Schwartz escrita por James Atlas, Ashbery menciona que en su momento el libro tuvo éxito no tanto porque hubiera un interés en la obra del poeta sino porque su mito era una narrativa interesante en sí misma: “Lectores a quienes les era indiferente la poesía moderna podían disfrutar morbosamente la saga clásica de este poeta brillante, primero reverenciado como genio, el más grande poeta de su era, y quien rápidamente se apagó por culpa de la enfermedad mental y la adicción al alcohol y a los narcóticos y que finalmente murió a los 52 años en una atroz habitación de hotel”. La poesía de Schwartz es gélida e intelectual, ocupada en “grandes temas” (el amor, la muerte, el destino, las razones de la existencia, la pertinencia de la cultura, los procesos históricos y los individuos atrapados en ellos), y es comprensible que, a diferencia del mito del poeta, los poemas no atraigan a un gran público. Es una poesía meditativa en la que se analizan y discuten temas serios, mezclados en ocasiones con elementos autobiográficos. La figura de Delmore Schwartz es curiosa porque revela la manera en la que consumimos mitos literarios y muestra cómo el estatus mítico no garantiza que la obra de un autor sea leída más allá de unos pocos textos.