La Tempestad

Con un programa de 39 eventos a lo largo de siete días, que incluyeron más de 30 proyecciones de corto y largometrajes en presencia de sus cineastas, siete conversatorios y la velada musical Docs & Rock a cargo de Agris, jaliscience y recién nominada a los Grammy Latinos, el festival Zanate concluyó su 17ª edición anual con plena adherencia a su espíritu e identidad: un oasis para el cine mexicano de no-ficción –documental y formatos híbridos– en la capital colimense que situó, en el centro de todas sus actividades, al público asistente, en eventos gratuitos, sin restricción de ingreso ni empalme de horarios entre funciones.

“Diecisiete años, un momento crucial para tomar las riendas del propio destino. La rebeldía puede ser un arma poderosa para construir un futuro mejor, sin ser mezquino. Que la rebeldía de diecisiete se convierta en fuerza, en un motor de cambio, en un canto de esperanza. Que la juventud no se apague, que la rebeldía no se borre, que el mundo siga escuchando la voz de la disidencia”, reza el cartel conmemorativo de esta edición –una anterior a la simbólica mayoría de edad– cuyos premios principales en competencia fueron otorgados como sigue: Gran Premio Zanate para Mi pecho está lleno de centellas (2024), dirigida por el cineasta tapatío y trans Gal S. Castellanos; Premio Zanate al corto o mediometraje para Vientre de luna (2024), de la realizadora tsotsil Liliana K’an; y Premio del Público para el largometraje Concierto para otras manos (2024), de Ernesto González Díaz.

En entrevista para La Tempestad, su director y fundador Carlos Cárdenas Aguilar recordó el nacimiento del festival en 2008 “como una forma de mantener el vínculo con la tierra [de origen]”, dada la vecindad geográfica con los dos festivales más grandes del panorama nacional: el FIC Guadalajara al norte y el FIC Morelia, al sur. Esta cercanía contrasta con la escasa oferta fílmica para el público colimote, dominada por complejos comerciales. 

La primera edición de Zanate –que toma su nombre del ave común a la fauna de casi toda Latinoamérica– coincidió con dos estallidos disímiles: por un lado, el resurgimiento creativo del documental mexicano plenamente autoral, representado en aquella edición por títulos como Los ladrones viejos (2007) o Pancho Villa: la revolución no ha terminado (2007) y, por el otro, la dantesca guerra calderonista entre cárteles de Michoacán y Jalisco, que convirtió a Colima en un enclave en disputa cuyas consecuencias trágicas alcanzan el presente. En esta coyuntura Zanate encontró su identidad: un espacio de resistencia, libertad y tejido social dedicado por entero al documental mexicano.

Carlos Cárdenas Aguilar en la premiación de la edición 17 del festival Zanate. Cortesía de Zanate: Festival de Cine Documental Mexicano

En el siglo presente, aunado al auge mexicano de los festivales de cine como política, moda e industria, Zanate forma parte de un nicho dentro del nicho: aquellos dedicados al cine de no-ficción. De Ambulante a DocsMx, de Contra el Silencio Todas las Voces a Doqumenta, los circuitos de exhibición documental contribuyen en medida creciente al esplendor actual del género en México. Dentro de este grupo, Zanate es el único cuya curaduría comprende únicamente títulos producidos en el país, con cierta ventaja de cineastas y filmes tapatíos, cuya vecindad geográfica resulta en una interesante propuesta de programación, digamos, regional.

Con los años, Zanate anidó iniciativas como las cinco ediciones de la Residencia Zanate –un espacio de estancia para documentalistas dedicados a gestar proyectos durante varios días en un ambiente de montaña–, la alianza Zanate Perú en Lima o la expansión hacia competencias de cortometraje universitario, veladas musicales llamadas Docs & Rock o el ciclo Conversaciones desde el nido, donde los realizadores invitados entablan diálogos intensos, cercanos y nutridos con el público en torno a temas como los costes de producción del documental, la autoficción, perspectivas de género o los retos de distribución del cine no narrativo.

Con todos sus eventos desarrollándose en espacios públicos en el casco histórico de la ciudad de Colima, como los bellos patios de la Pinacoteca Universitaria, el Museo Fernando del Paso o la Sala de Cine Universitario, Zanate se resiste a mudarse a salas de cine comercial, a poner precio a las entradas o a crecer por la mera obsesión del crecimiento. Es un festival íntimo, cercano, horizontal, abierto y sin pirotecnias mediáticas que, diecisiete ediciones después y sin apoyo presupuestal de la secretaría de cultura local ni el ayuntamiento, presume con orgullo esa identidad.